Critica

La fantasia de Disney, en L’Auditori

20-06-2018

L’Auditori de Barcelona presenta, el jueves 21 y el viernes 22 de junio, la actuación de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya (OBC), dirigida por Arturo Boscovich. Interpretará la banda sonora de Fantasía, la mítica película de Walt Disney proyectada en versión original, con piezas de Bach, Tchaikovsky, Dukas, Stravinski, Beethoven, Ponchielli, Mussorgski y Schubert.

En 1936, mientras Franco imponía la piadosa tarea de exterminar a sus adversarios, Walt Disney trabajaba en su obra maestra que estrenaría el año siguiente, Blancanieves (Snow White and the Seven Dwarfs). Al mismo tiempo, sin embargo, se proponía relanzar su estrella Mickey Mouse, que iba perdiendo popularidad ante un secundario como Donald Duck, que se imponía entre el exigente público infantil. Fue por eso que tomó la arriesgada decisión de adaptar a la pantalla un poema de Goethe, El aprendiz de brujo (Der Zauberlehrling), que había inspirado el poema sinfónico L’apprentí sorcier (1897), del compositor parisino Paul Dukas, una obra de brillante orquestación, con un dominio magistral del ritmo y un ejemplo paradigmático de la música programática.
 
En julio de 1937, una vez conseguidos los derechos para la banda sonora, Disney se reunió con uno de los directores orquestales más prestigiosos del momento, Leopold Stokowski, director desde 1912 de la Philadelphia Orquesta y que en enero de 1938 se rodean de un centenar de músicos a los Culver Studios de California, para hacer la grabación. Stokovski estaba tan entusiasmado con el proyecto que trabajó gratis y, de hecho, las cuentas no acababan de cuadrar en la casa Disney. Finalmente, Roy, el hermano contable de Walt, lo convenció de que los nueve minutos de las peripecias del ratón eran demasiado experimentales y que tendrían serias dificultades para comercializar el corto y rentabilizar la inversión. Fue así como las desventuras del aprendiz de brujo pasarían a ser una parte de un largometraje con otros protagonistas y otras piezas musicales. El resultado sería un filme vanguardista que por primera vez empleaba el sonido estereofónico, con el nombre comercial de Fantasound.
 
Si la película no llenó las expectativas comerciales de los estudios fue porque era demasiado avanzada para su tiempo y, además la Segunda Guerra Mundial en retrasó su estreno en Europa, por lo que la factoría Disney comenzó a tambalearse y sólo se pudo rehacer después del estreno de Dumbo (1941). No sería hasta los años 60 que alcanzaría el éxito de público que se merecía, hasta convertirse en una obra de culto para todos los públicos, especialmente para los más talluditos.
 
Después de que el maestro de ceremonias nos recuerde que hay tres grandes géneros de música, la “narrativa”, la “ilustrativa y la “absoluta”, arranca la Toccata y fuga en re menor, de Johann Sebastian Bach, probablemente la pieza más popular del repertorio de órgano, entre otras cosas porque han formado parte de la banda sonora de películas como Sunset Boulevard, de Billy Wilder (1950), la Dolce Vita de Fellini (1960) o Rollerball, de Norman Jewison (1975). Con sus semitrinos iniciales y la diversidad de los acordes arpegiados, parece ser que el compositor lo empleaba para probar la eficacia del sistema neumático de los órganos. En el nivel de la animación, la música ilustrada con unas abstracciones visuales inspiradas en los trabajos de Oskar Fischinger que, sin embargo, abandonaría el proyecto por las dificultades de plasmar las obsesivas indicaciones de Disney.
 
El Cascanueces (1892), una de las obras más populares de Piotr Tchaikovsky, es la segunda pieza, con su música marcadamente romántica y con melodías reproducidas en todo el mundo. El film presenta una selección del ballet según el ritmo de las estaciones, con danzas de hadas, setas, pescados, flores y hojas. Comienza con la Danza del hada confitada, con el rocío que despierta las flores, y sigue con la Danza china, con un grupo de bailarines-setas que bailan en formación, y con un champiñoncito que no puede entrar a formar parte del grupo. Después vienen la Danza de los mirlitonos, con las bailarinas del ballet de las flores que caen al agua y se deslizan, en un baile que termina con un salto de agua, la Danza árabe, de una ambientación submarina exótica y un harén de peces con las aletas largas y transparentes, la Danza rusa, con cardos-cosacos y orquídies- campesinas rusas y el Baile de las flores, con los elfos y las hojas otoñales que bailan hasta llegar a los copos de nieve del invierno.
 
El aprendiz de brujo, inspirado en el poema goethiano (1797) y con la música de Dukas, presenta un travieso Mickey que roba el sombrero del brujo Yen Sid y desencadena un conjuro con una escoba que se rebela e inunda la casa, hasta que el mago recupera el control, se abre paso entre las aguas como Moisés y deshace el maleficio. Como hemos explicado, es el núcleo de la obra y su parte más exitosa, con una perfecta sincronía entre la música y el dibujo que se ajusta.
 
Pero la parte más atrevida de la banda sonora llega con la Consagración de la primavera, de Igor Stravinski (1913), porque se trata de una música que el público medio de la época aún percibía como muy disonante; al fin y al cabo, hacía menos de treinta años que había escandalizado los oídos parisinas. Es una pequeña historia de la cosmogénesis y la evolución, con el nacimiento de la tierra, la aparición de la vida, el dominio de los dinosaurios y su desaparición en un cataclismo, unas imágenes que traducen extraordinariamente la tensión de la música.
 
La Sinfonía núm. 6 en fa mayor o “Pastoral” de Beethoven (1808) está representada por una secuencia llena de referencias mitológicas, con unicornios, pegassus, centauros y cupidos. La fiesta en honor de Baco, el dios del vino y del desenfreno, recibe la visita inesperada de una tormenta de rayos y truenos que descarga Zeus para dispersar a los participantes. El sentido panteísta de la sinfonía queda muy bien expresado con el recurso al paganismo de la antigüedad clásica.
 
La Danza de las horas, de Amilcare Ponchielli, es un divertido ballet de la ópera La Gioconda (1876) que en el film logra una comicidad insuperable. Las danzas alocadas e imposibles de los avestruces y los cocodrilos, los hipopótamos y los elefantes ingrávidos como las burbujas de jabón son, sencillamente, inolvidables y, junto con la secuencia del aprendiz de brujo, es la parte más perdurable de la película.
 
El último número arranca con el poema sinfónico de Modest Musorgki (1867) Una noche en la montaña calva, que muestra unos momentos de un patetismo impresionante, con la presencia del diablo Txernabog que, a media noche, llama a los malos espíritus, los caballos del Apocalipsis y las almas en pena. Los espectros danzan y vuelan entre las llamas para celebrar la Noche de Walpurgis, las horas más malditas del año. Pero cuando el terror y la desesperación parecen imponerse definitivamente, suena una campana y el mal se desvanece. Se impone triunfante el maravilloso Avemaría de Franz Schubert (1825), entonado por una voz femenina, y el mundo aparece como un lugar donde, a pesar de la oscuridad, son posibles la redención y la armonía.
 
La experiencia estética de revisar una de las grandes películas de la historia de la animación, con el acompañamiento música de la OBC, constituye una tentación demasiado grande. Y hay que recordar las sabias palabras de Oscar Wilde: que la única forma de liberarse de una tentación es caer en ella.

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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