Critica

La cultura hoy: de la reflexión a la acción

08-07-2018

Mi querido Paco Fernández Buey afirmaba en una ocasión: “El Hecho de que ya no hay bárbaros en el sentido tradicional del plazo nos deja a los europeos, amamantados con la cultura grecorromana y la cristiana, ante la perplejidad, sin saber cómo entendernos a nosotros mismos sin este adversario llamado bárbaro que hemos construído durante tanto tiempo”.

 

Tengo el recuerdo nítido porque era en ocasión de la exposición Fronteras que se hizo en el CCCB en 2007, comisariada por Henri Dorion y Michel Foucher, donde trabajé de guía en una muestra que culminaba con una instalación de Frederic Amat con testigos como Buey, Bauman, Foucher, Todorov o Bartra. Pero el viejo continente se encuentra todavía con unos “bárbaros” más peligrosos que los tradicionales, penetrando entre las venas ilustradas de los gobiernos neo-liberales y de aquellos socialdemócratas que habían sido estandartes de libertad y progreso y que, en los últimos treinta años, han devaluado la importancia social de la cultura.
 
Vivimos en una sociedad donde se ha impuesto el Mercado en el centro de todo. Precisamente “Mercado” y “Cultura” son términos con los campos semánticos bastante disociados, por lo que hemos perdido derechos culturales, con el crecimiento de la desigualdad, la insolidaridad, el cinismo, la frivolidad y la corrupción, que se han visto acentuados con la crisis económica. Esta precarización cultural aumenta en el caso de Cataluña, en la medida en que somos una nación sin estado y que la cultura sirve, a menudo, como elemento propagandístico del poder, además de ser, no sólo un derecho sino también un bien de primera necesidad, porque es el motor de cambio, el sustrato que debe sostener el organismo social y, al mismo tiempo, debe dotar de herramientas a los ciudadanos a través del aprendizaje, el disfrute y la transformación, en una mirada integradora y global, sensible y dinámica. Hay que abordar temas a veces incómodas para parte de la sociedad, sin complejos y con rigor y honestidad, porque sólo con el incómodo cambiamos de postura y, por tanto, de perspectiva, y se nos abre todo un nuevo mundo para entendernos a nosotros mismos y la alteridad.
 
Tenemos que estar a la vanguardia de los nuevos paradigmas sociales, estéticos y morales, que nos hacen dudar de nuestros propios valores. El nuevo papel de la mujer, la crisis identitaria colectiva e individual, la protesta política y social, la tendencia de las artes a fusionarse o la necesidad de desplazar el imperativo económico por el cultural -como nuevo centro de gravedad social – son cuestiones a considerar.
 
Necesitamos un catalizador del cambio en el posicionamiento de la cultura en la sociedad en los diferentes ámbitos (político, administrativo, institucional) para que hay que ir de la reflexión a la acción tanto individual como colectiva. Hay que impulsar a la persona, protagonista activa de todo el proceso transformador, porque en este mundo dominado por las tecnologías no podemos olvidar el factor humano. La dicotomía entre el dentro y el fuera, lo público y lo privado, lo abierto y lo cerrado se debe disolver, por eso hay ocupar todos los espacios de las instituciones y trascenderlos.
 
Además, se ha de recuperar el concepto de Tercera cultura que John Brockman popularizó en 1995 en base a lo que sugirió S.P Snow. Es necesario que los científicos y los hombres de letras reivindiquen sus interacciones y que se abandone la fragmentación del conocimiento para alcanzar un metasignificado para las cosas. Así, tenemos que fomentar el flujo, la interacción y la porosidad entre disciplinas. En un mundo de la post-cultura (Steiner), hay que interrelacionar, conectar, hacer confluir, contaminar las diferentes áreas del pensamiento, la ciencia y las artes. Experimentar al límite de las disciplinas debe convertirse en disfrute estético e intelectual para todos aquellos que quieren incidir en mejorar la sociedad. Las fronteras están cada vez más difuminadas, porque el mundo es cada día más complejo y lleno de matices, y ha dejado atrás las categorizaciones. Tenemos que fundirnos y disfrutar de sus grietas para encontrar nuestra propia voz, debemos tender a pensamientos holísticos y fomentar las mentes como quesos de gruyere, más allá de las mentes-cajoneras herederas de la Ilustración, con un compartimento para cada rama de la ciencia.
 
Para crear un mundo mejor debemos promover la innovación: el “nuevo”, signo de la contemporaneidad, no debe ser estéril sino significativo, y se ha de dotar de herramientas a los artistas y los gestores para que tengan el caldo de cultivo propicio para crear y co-crear. La acción debe ser doblemente direccional: individual y colectiva. En este sentido, la sociedad tiene que dar valor a la creación por parte de niños y jóvenes -el futuro- a partir de alianzas con escuelas y universidades, con el fin de reflexionar sobre problemáticas vigentes y promover programas educativos y sociales a través de actividades sociales y expresiones artísticas.
 
En la práctica de la gestión cultural hay que apostar por el rigor metodológico a través de la optimización de recursos, ya sean económicos, teóricos, materiales o humanos y procesos que incorporen las nuevas metodologías. Todo, con eficacia y eficiencia para llegar a más gente a través de la sostenibilidad económica y medioambiental.
 
Además, no podemos dejar de lado la transformación digital, las “vidas electrónicas” y “ciberviscudes” de Zygmund Bauman, que ha cambiado de forma significativa la forma de consumir cultura y de interactuar. Este cambio cultural es también interno y habrá que gestionarlo y liderarlo para estar en todas partes (ser-en-el-mundo) como agente y como receptor; el binomio dentro-fuera es esencial, pero para que sea auténticamente fructífero debe ser multipolar, estar presente a nivel local, nacional y con presencia en foros internacionales. Pero también queremos participar en el acercamiento de la cultura a segmentos de la sociedad con riesgo de exclusión, ya sean la discapacidad y las personas con vulnerabilidad, siempre evitando el paternalismo.
 
Las instituciones deben comunicar contenidos accesibles a diferentes niveles y registros. La comunicación debe ser de calidad, comprensible, multidireccional y significativa, analizando con rigor el colectivo receptor de cada mensaje, entender qué se espera de cada institución y dirigirse a ellos en consecuencia, con un lenguaje claro y comprensible.
 
Necesitamos agentes integradores, donde el emprendimiento cultural implique el promover y facilitar el networking entre profesionales que en un principio no tienen la oportunidad de relacionarse e invitar personas exitosas a dejar su testimonio. Del mismo modo que el binomio cultura-educación, implica participar en los diálogos de la Escola 21 y plantar una semilla en las escuelas para sensibilizar a los niños respecto a las problemáticas sociales.
 
Dados los problemas de financiación a los que hace frente la cultura, hay que promover un mecenazgo que haga revivir la filantropía en pro del patrocinio más marketiniano que actualmente marca la tendencia, además de apostar también por micromecenazgo y buscar la complicidad de las administraciones. Finalmente, y más importante, los agentes culturales deben fomentar la emoción y la ilusión como catalizadores para llegar a las emociones de las personas, trascender los muros de las instituciones y llegar a las casas, a fin de hacer sentir todo el mundo co-partícipe en el desarrollo creativo, con la implicación del mayor número de individuos.


Fotos: Paco Fernández Buey y otros

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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