Critica

A propósito de los aplausos

10-08-2018

Quiero dibujar algunas reflexiones en ocasión de un artículo del compañero Juan José Freijo en la revista Platea Magazine, que puede leer aquí, sobre el dilema de aplaudir o no entre movimientos de las obras, que surgió recientemente en ocasión de los Proms de Londres.

Últimamente se ha instaurado la tendencia, entre los directores artísticos, programadores y gestores culturales de considerar el hecho de aplaudir cuando tradicionalmente no “tocaba” un acto de democratización del hecho musical. Freijo lo llama “aire fresco” en un mundo “lastrado por actitudes elitistas y siempre necesitada de nuevos públicos”. De hecho, un ejemplo que me es cercano es el de Christina Scheppelmann que, en una entrevista en Núvol y en posteriores conversaciones en el Liceu, comentaba -creo que de forma honesta- que es maravilloso que, especialmente los jóvenes, sean espontáneos y no repriman sus ganas de aplaudir, al igual que está a favor de que usen el móvil para hacer tuits durante la función. Está claro que, en este caso, estamos hablando de ópera, y las convenciones sobre el comportamiento del auditor no son tan estrictas como en un concierto de cámara o sinfónico, o, al menos, las barreras están más difuminadas.
 
Pero vayamos por partes. Es evidente que hay que abrirnos a nuevos públicos -de hecho, yo misma he emprendido el proyecto “Taller de espectadores” que pretende trabajar en el desarrollo de audiencias y la fidelización de públicos en diferentes equipamientos- y parece ser que este es el principal objetivo de los departamentos de marketing. Pero cabe preguntarse: ¿quién debe ponerse a la altura de quién, hay que bajar la alta cultura al nivel de los neófitos o subir los neófitos en el nivel de la alta cultura?
 
Las instituciones tienden al paternalismo, a pensar que la gente no es capaz de aprehender los matices del arte. Es como cuando damos por supuesto que un español que vive en Cataluña no entenderá el catalán, lo cual quiere decir que le estamos infravalorando. Hablemos le catalán, seguro que lo entiende. Del mismo modo, es necesario que no infravaloramos a nuestros públicos. Hay unos códigos que existen desde hace tiempo que creo que se deben preservar porque detrás hay un motivo sustancial: la concentración de los músicos. Si se aplaude entre movimientos, los músicos se despistan y la concepción global de la obra se pierde. Si hay interrupciones, no podemos apreciar la diferencia entre un movimiento y una obra con entidad propia. No es un capricho, sólo es respeto.
 
Obviamente, todos somos libres de actuar de la manera que nos parezca más correcta en una situación de concierto, y la realidad se está imponiendo: los consensos se están rompiendo a marchas forzadas. Pero, es realmente un acto democratizador permitir que la gente aplauda cuando quiera? A mí me parece que la mayoría de las personas que afirman que lo es en realidad actúan en vistas a ganarse el público nuevo o el poco habitual pero piensan, como la mayoría de los que estamos en este mundo, que es desacralizar el acto performativo. Personalmente, esta actitud responde más bien a un esnobismo hipócrita que a un verdadero sentimiento de abrirse a gente que no ha venido nunca. El público es inteligente, entiende las cosas si se las cuentas. Y quizás lo que falta no es más aplausos sino más pedagogía y que esta comience en las escuelas, y que continúe por los teatros y salas de conciertos, para acabar en el propio núcleo familiar.
 
Lo que hay que hacer cuando hay cierto desenfreno en un concierto no es actuar como un connaisseur estirado y despreciar la persona que, con toda la inocencia del mundo, se ha puesto a aplaudir cuando consideramos que no es adecuado fruto de la emoción del “chim-pum”. Lo que podemos hacer es coger el programa de mano y escribir: “Estimado vecino, me parece fantástico su entusiasmo pero, por favor, no aplauda entre movimientos porque rompe la tensión que debe haber mientras dura la pieza. Guárdese las ganas de aplaudir para el final y hágalo con todas las fuerzas, así tendremos un bis! “, y acto seguido sonríes y le ofreces un caramelo -previamente desembuelto del papel.

Fotos: Proms de Londres 2018
 

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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