Critica

Qué piensan los lectores sobre los aplausos? (1)

12-08-2018

Después de publicar este artículo sobre si aplaudir o no aplaudir entre movimientos de una obra musical, he recibido una serie de comentarios de lectores que han abierto, en muchos casos, la caja de los truenos. En general, los sinfonistas tienden a estar de acuerdo con las aseveraciones, mientras que cuando nos vamos aproximando a la música coral o la ópera las opiniones ya difieren más. Esbozaremos las líneas generales sobre las opiniones de críticos y melómanos. En un próximo artículo nos centraremos en los músicos.

El artículo “A propósito de los aplausos” que publicamos esta semana ha suscitado un debate muy interesante entre melómanos, críticos y profesionales de la comunicación musical. Toda una serie de propuestas y contrapropuestas que exponemos a continuación.

 

1. La educación


Muchas de las respuestas que he obtenido en el artículo se centran en el debate sobre la educación. Los más políticamente correctos dirán que hay personas que se sienten con el deber de transmitir conocimientos, como es el caso de un reconocido melómano: “Creo que los “entendidos” debemos educar a que no lo son tanto pero siempre cordiales y amistosos”. Impresionante, sin embargo, es lo que, por ejemplo, opina un tinerfeño que afirma que “esta reflexión me parece maravillosa y más en los tiempos que vivimos. Nadie nace aprendido, y todo el mundo puede enseñar algo a los demás, aunque haya personajes que lo duden. El mundo del arte y la cultura educa y más eduque desde pequeño a las personas mejor”. Y añade, con un tono feroz: “De dónde están mis raíces, no se invierte en educar en cultura y arte y pretenden, a base de talonario, equipararse con otros lugares del planeta y para mi entender están muy equivocados. Pero claro, esto sólo es el sentimiento de un Guanche, hijo de su salitre, sol y lava”.
 
Apoyando esta idea, otra lectora de Tenerife afirmaba: “La clave la has dado al final, todo se reduce a << hacer pedagogía >> sin ser pretenciosos, haciéndolo de manera natural y simple” y, en la misma línea, una gestora cultural manifestaba que son necesarias “no más aplausos, sino más pedagogía”, mientras que un historiador del arte incidía en el choque cultural: “Hay gente que se aproxima a la música clásica por primera vez y no debe saber necesariamente los protocolos. Parece una cuestión de la gente que únicamente consume clásica, mientras que a otros les puede parecer un debate estéril y bizantino”. Esto nos remite a que “este saber hacer que muchos creen innato e inviolable es, para muchos otros, del todo desconocido”, comenta una musicóloga, “y siempre he intentado ser consciente cuando me suben los colores para que alguien habla, mira el móvil o aplaude fuera de lugar”. Por otra parte, una periodista me comentaba que “la educación cultural debe comenzar en las escuelas, sobre todo, intentar acercar la cultura a todos y que no la vean lejana”.
 
Un amigo filósofo y crítico musical se mostraba desolador en cuanto a expectativas en la educación haciendo un paralelismo con los programas de televisión de talentos: “Te has dado cuenta de que los los regidores animan al público a gritar y aplaudir como poseídos cuando la canción pop de turno llega al clímax, cada vez que el aspirante de turno llama como un ternero?”. La realidad es que este público está recibiendo esta educación sí o sí. La cuestión que plantea es: el mundo clásico tendrá que decidir si quiere aceptarlos en sus salas o renunciar a este nuevo público y morir, y se siente desolado porque duda que la débil educación de las escuelas pueda competir con la inmersión cultural masiva de estos medios y sus programas. Del mismo modo que un tecnólogo amante de la música consideraba que “creo que es una tendencia pseudo-obligada si queremos que la clásica acerque a la juventud. Pero será difícil que el mundo musical lo acepte”.
 
Algo más radical es un experto en música antigua, que asevera que “al final yo creo que es falta de espíritu crítico en general, entender la cultura como elemento y herramienta de zarandeo y no como medicina exclusivamente del alma”. Se remite a Cultura y holocausto, y se plantea que “probablemente Goebbels no aplaudía entre movimientos y fue capaz de perpetrar un brutal exterminio. ¿Qué sentido tuvo la sacralidad? No entendían ellos el verdadero mensaje de la música? O tal vez se eliminó toda capacidad crítica, reflexiva y agitadora en el campo cultural? Creo que romper límites es siempre interesante para sacudir y llegar a nuevas reflexiones y conceptos “, concluía.

 

2. El antiguo, lo sagrado y lo purista
 

Precisamente este elemento sacralizado o ritual del aplauso nos lleva a verlo así: “Yo creo que hay un tema de ritualización y de incluso de un cierto complejo por parte de programadores que dicen << no, se debe dejar aplaudir >>. Yo haría la pregunta en el terreno de los deportes, alguien aceptaría que en un partido de tenis la gente estuviera hablando o gritando como en un partido de fútbol? En el caso de la ópera y los conciertos es el mismo”, comentaba un musicólogo. Y añadía: “Creo que se ha perdido de vista una cierta liturgia y me sabe muy mal que los propios programadores confundan gimnasia con la magnesia. Puede ser ritualitzador, se puede jugar con la liturgia sin que ello signifique ser elitista. Es como si alguien llega a un funeral en bañador y toalla como si fuera a la playa del mismo modo que no vamos a la playa con traje y corbata.”
 
Otras fuentes han remitido a los tiempos de Mozart y otros compositores para ejemplificar que el aplauso es un consenso social: “Recuerdo, hace muchos años, Christopher Hogwood dirigiendo una sinfonía de Mozart en L’Auditori donde la gente aplaudió después de un movimiento, y el director se volvió y dijo: << muy bien, muy bien, ustedes aplaudan porque en tiempos de Mozart esto se hacía >>, y se metió al público en el bolsillo. De hecho, Mozart, en una carta a su padre, hablando de la Sinfonía París donde hay un efecto de un crescendo-decrescendo, dice: << Escribí decrescendo porque sabía que la gente aplaudiría en este pasaje, y de repente voy disminuir el sonido sabiendo que la gente haría “chiiit-chiiit”>>. Por tanto, el público no aplaudía sólo entre movimientos sino dentro de un mismo movimiento. Pero eso eran otros tiempos, cuando ni siquiera existían prácticamente las salas de conciertos.
 
En esta línea, pero llevándola hacia la cuestión de la sacralización, un experto en música antigua se pregunta si toda la música interpretada en auditorios pretendía buscar en el momento de su composición esta supuesta sacralidad, porque “no es la misma la intención de un Beethoven o un Mahler que la de un Offenbach o un Händel, y estos últimos ya compusieron pensando en aplausos interruptivos”. Y añade: “Yo también percibo en el jazz la tensión y la sacralidad de otros estilos musicales y no es menos popular cierta música de Vivaldi que algunas piezas de jazz”. Esto nos lleva a ser más o menos puristas, de si detrás de aplaudir de la manera consensuada o no hay un afán democratizador. Como dice un filósofo, “en realidad, forma parte de la confrontación del mundo lírico y clásico con la realidad de nuestros días, que impone sí o sí como es ley de vida. Y en el debate es difícil de discernir donde cae el límite entre ser guardián de la pureza o reaccionario, y entre la voluntad democratizadora y el poner agua al vino, como ocurre en el sistema educativo mismo”. En todo caso, concluía, “creo que por mucho debate bizantino que hagamos, la realidad avanzará como una estampida de elefantes”.

3. La espontaneidad como valor


Otra lectora canaria iba a la raíz del problema: “No hay que aplaudir más, hay que aplaudir mejor. A veces, estos aplausos minoritarios que surgen entre movimiento te hacen salir del clima deleitando y de emoción que estás experimentando frente una pieza musical.” Pero, y los que piensan que la espontaneidad es sana? Al fin y al cabo, “somos latinos” como decía una psicopedagoga,
y, como afirmaba una músico amateur, “cómo podemos mirar mal este acto de amor puro?” El problema, añadía, con una mirada clara y limpia de la realidad, “es que si alguien se pone a aplaudir, el resto también lo hace porque le falta personalidad y se dejan llevar por aquel ser auténtico, único y puro que ha iniciado la jugada”. Un periodista comentaba que “es cierto que a veces todo es muy rígido y que la gente joven aplauda << cuando no toca >> aporta espontaneidad en el auditorio, pero puede molestar a los músicos. Es por ello que aportar nuevos públicos supone un riesgo”.
 
Pero claro, un aplauso puede ser muy motivador. Un director de marketing del sector cultural apuntaba que enfocarlo todo desde la perspectiva de la necesaria concentración de los músicos “me parece sesgado e injusto”. Está convencido de que después de un movimiento complejo y difícil, que te aplaudan, más que desconcentrar hacerte, te anima. “A todos nos genera una subida de ánimo cuando nos recompensan y quizás el siguiente movimiento lo hacemos aún mejor con la satisfacción del último aplauso”. Es cierto que, como afirmaba el compañero, “en el caso de la ópera es aún más importante. Los cantantes necesitan sentirse escuchados y que el público los apoya, o no termina pasando que cuando un cantante hace un “bis”, sólo por el hecho de hacerlo es aún mejor que la original? La misma pieza, cantada con o sin un reconocimiento previo, como cambia! Si el público te apoya como cantante te sientes mejor, quizá hasta arriesgas más, o al menos cantes mejor y más tranquilo”. En esta línea, una actriz amateur comentaba que “sentir aplausos me subía, a mí y mis compañeros, el ánimo para continuar con más fuerza”. 
 

4. Los ofendidos


Sin embargo, hay otros que consideran el hecho de aplaudir entre movimientos un acto molesto: “El caso más flagrante y horrible fue hace un par de años cuando un público comenzó a aplaudir en medio del cuarto movimiento de la novena de Beethoven en el Palau. En ese momento en el que empieza a sonar el 2/4 del tambor, justo en el silencio antes de eso, el público decidió cortar la sinfonía… Elitista y clasista? Ay, con los progres… “. Algo más políticamente correcto es el presidente de una asociación musical: “Yo creo que el público debe ser respetuoso con quien le hace sentir la emoción: el compositor y los intérpretes. No se debe interrumpir la música hasta el final”. Y añadía una cuestión que también ha sido muy comentada: “Diría más, hasta 5 segundos después de que el director baje los brazos . Así lo hacen los públicos cultos de donde he estado últimamente “. Del mismo modo, una aficionada comentaba que “para mí resulta respetuoso para todos, para el público que sigue las últimas notas…. que quedan en el aire”. Porque, de hecho, “la emoción se puede contener, y aplaudir perfectamente cuando toca (que las ganas se noten con la fuerza de los aplausos acumulada durante toda la obra, y no generar interrupciones)”. Este joven se mostraba duramente crítico con otras comportamiento concomitantes: “Del mismo modo condeno los/las desenvolvedores/as de caramelos, los “ricachones” de turno que se ponen a hablar por el móvil en platea, los que tosen de forma compulsiva, así como el sonido de los <> de algunas abuelas”. 
Y añadía, con un toque de cinismo: “Me vienen unas ganas de hacer un cortometraje sádico con todos estos tópicos”, y así remachaba el clavo: “En cuanto a las interrupciones, a veces no es tanto el público nuevo que aplaude cuando no toca, sino los snobs de los ruiditos: estos sí deberían instruir. Aquellos que, como dices, seguramente son los mismos que animan a este cambio de tendencia …”. Una tendencia que parece que se está imponiendo entre los profesionales.
 


5. Nuevos públicos

Hay que ir en busca de nuevas audiencias, sin “banalizar la cultura con el fin de aumentar los públicos o la comercialidad en lugar de promover realmente el espíritu crítico y reflexivo”. Como dice una conocida musicóloga, “es por estos motivos que leyendo el artículo de Aina Vega he tenido una sensación agridulce. Soy partidaria y defensora de la entrada de nuevos públicos en las salas de conciertos y en la ópera, de la creación de nuevos públicos, y es por este motivo que comprendo que estos deben integrarse de alguna manera dentro de los códigos de comportamiento y protocolos que se arraigan tan profundamente en el mundo de la música clásica”, y concluye: “Comparto la sensación de que las instituciones musicales tienden al paternalismo, lo que las lleva a infravalorar los nuevos públicos que por fuerza han de crease y por tanto a abandonar ideas como las de crear espacios y talleres para las nuevas audiencias”. 

Al fin y al cabo, porque “lo que hace falta es que la música clásica forme parte de nuestras vidas de una manera más orgánica, es necesario que salga de las instituciones, es necesario que todo el mundo se pueda acercar a ella, es necesario que entre las escuelas públicas; sólo de esta manera será posible la creación de nuevos públicos, sensibles y sensibilizados, capaces de entender el porqué de la falta de aplausos entre movimientos”. 

Fotos: diferentes situaciones en relación a un concierto.

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
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