2. El antiguo, lo sagrado y lo purista
Precisamente este elemento sacralizado o ritual del aplauso nos lleva a verlo así: “Yo creo que hay un tema de ritualización y de incluso de un cierto complejo por parte de programadores que dicen << no, se debe dejar aplaudir >>. Yo haría la pregunta en el terreno de los deportes, alguien aceptaría que en un partido de tenis la gente estuviera hablando o gritando como en un partido de fútbol? En el caso de la ópera y los conciertos es el mismo”, comentaba un musicólogo. Y añadía: “Creo que se ha perdido de vista una cierta liturgia y me sabe muy mal que los propios programadores confundan gimnasia con la magnesia. Puede ser ritualitzador, se puede jugar con la liturgia sin que ello signifique ser elitista. Es como si alguien llega a un funeral en bañador y toalla como si fuera a la playa del mismo modo que no vamos a la playa con traje y corbata.”
Otras fuentes han remitido a los tiempos de Mozart y otros compositores para ejemplificar que el aplauso es un consenso social: “Recuerdo, hace muchos años, Christopher Hogwood dirigiendo una sinfonía de Mozart en L’Auditori donde la gente aplaudió después de un movimiento, y el director se volvió y dijo: << muy bien, muy bien, ustedes aplaudan porque en tiempos de Mozart esto se hacía >>, y se metió al público en el bolsillo. De hecho, Mozart, en una carta a su padre, hablando de la Sinfonía París donde hay un efecto de un crescendo-decrescendo, dice: << Escribí decrescendo porque sabía que la gente aplaudiría en este pasaje, y de repente voy disminuir el sonido sabiendo que la gente haría “chiiit-chiiit”>>. Por tanto, el público no aplaudía sólo entre movimientos sino dentro de un mismo movimiento. Pero eso eran otros tiempos, cuando ni siquiera existían prácticamente las salas de conciertos.
En esta línea, pero llevándola hacia la cuestión de la sacralización, un experto en música antigua se pregunta si toda la música interpretada en auditorios pretendía buscar en el momento de su composición esta supuesta sacralidad, porque “no es la misma la intención de un Beethoven o un Mahler que la de un Offenbach o un Händel, y estos últimos ya compusieron pensando en aplausos interruptivos”. Y añade: “Yo también percibo en el jazz la tensión y la sacralidad de otros estilos musicales y no es menos popular cierta música de Vivaldi que algunas piezas de jazz”. Esto nos lleva a ser más o menos puristas, de si detrás de aplaudir de la manera consensuada o no hay un afán democratizador. Como dice un filósofo, “en realidad, forma parte de la confrontación del mundo lírico y clásico con la realidad de nuestros días, que impone sí o sí como es ley de vida. Y en el debate es difícil de discernir donde cae el límite entre ser guardián de la pureza o reaccionario, y entre la voluntad democratizadora y el poner agua al vino, como ocurre en el sistema educativo mismo”. En todo caso, concluía, “creo que por mucho debate bizantino que hagamos, la realidad avanzará como una estampida de elefantes”.
3. La espontaneidad como valor
Otra lectora canaria iba a la raíz del problema: “No hay que aplaudir más, hay que aplaudir mejor. A veces, estos aplausos minoritarios que surgen entre movimiento te hacen salir del clima deleitando y de emoción que estás experimentando frente una pieza musical.” Pero, y los que piensan que la espontaneidad es sana? Al fin y al cabo, “somos latinos” como decía una psicopedagoga,
y, como afirmaba una músico amateur, “cómo podemos mirar mal este acto de amor puro?” El problema, añadía, con una mirada clara y limpia de la realidad, “es que si alguien se pone a aplaudir, el resto también lo hace porque le falta personalidad y se dejan llevar por aquel ser auténtico, único y puro que ha iniciado la jugada”. Un periodista comentaba que “es cierto que a veces todo es muy rígido y que la gente joven aplauda << cuando no toca >> aporta espontaneidad en el auditorio, pero puede molestar a los músicos. Es por ello que aportar nuevos públicos supone un riesgo”.
Pero claro, un aplauso puede ser muy motivador. Un director de marketing del sector cultural apuntaba que enfocarlo todo desde la perspectiva de la necesaria concentración de los músicos “me parece sesgado e injusto”. Está convencido de que después de un movimiento complejo y difícil, que te aplaudan, más que desconcentrar hacerte, te anima. “A todos nos genera una subida de ánimo cuando nos recompensan y quizás el siguiente movimiento lo hacemos aún mejor con la satisfacción del último aplauso”. Es cierto que, como afirmaba el compañero, “en el caso de la ópera es aún más importante. Los cantantes necesitan sentirse escuchados y que el público los apoya, o no termina pasando que cuando un cantante hace un “bis”, sólo por el hecho de hacerlo es aún mejor que la original? La misma pieza, cantada con o sin un reconocimiento previo, como cambia! Si el público te apoya como cantante te sientes mejor, quizá hasta arriesgas más, o al menos cantes mejor y más tranquilo”. En esta línea, una actriz amateur comentaba que “sentir aplausos me subía, a mí y mis compañeros, el ánimo para continuar con más fuerza”.
4. Los ofendidos
Sin embargo, hay otros que consideran el hecho de aplaudir entre movimientos un acto molesto: “El caso más flagrante y horrible fue hace un par de años cuando un público comenzó a aplaudir en medio del cuarto movimiento de la novena de Beethoven en el Palau. En ese momento en el que empieza a sonar el 2/4 del tambor, justo en el silencio antes de eso, el público decidió cortar la sinfonía… Elitista y clasista? Ay, con los progres… “. Algo más políticamente correcto es el presidente de una asociación musical: “Yo creo que el público debe ser respetuoso con quien le hace sentir la emoción: el compositor y los intérpretes. No se debe interrumpir la música hasta el final”. Y añadía una cuestión que también ha sido muy comentada: “Diría más, hasta 5 segundos después de que el director baje los brazos . Así lo hacen los públicos cultos de donde he estado últimamente “. Del mismo modo, una aficionada comentaba que “para mí resulta respetuoso para todos, para el público que sigue las últimas notas…. que quedan en el aire”. Porque, de hecho, “la emoción se puede contener, y aplaudir perfectamente cuando toca (que las ganas se noten con la fuerza de los aplausos acumulada durante toda la obra, y no generar interrupciones)”. Este joven se mostraba duramente crítico con otras comportamiento concomitantes: “Del mismo modo condeno los/las desenvolvedores/as de caramelos, los “ricachones” de turno que se ponen a hablar por el móvil en platea, los que tosen de forma compulsiva, así como el sonido de los <> de algunas abuelas”.
Y añadía, con un toque de cinismo: “Me vienen unas ganas de hacer un cortometraje sádico con todos estos tópicos”, y así remachaba el clavo: “En cuanto a las interrupciones, a veces no es tanto el público nuevo que aplaude cuando no toca, sino los snobs de los ruiditos: estos sí deberían instruir. Aquellos que, como dices, seguramente son los mismos que animan a este cambio de tendencia …”. Una tendencia que parece que se está imponiendo entre los profesionales.
5. Nuevos públicos
Hay que ir en busca de nuevas audiencias, sin “banalizar la cultura con el fin de aumentar los públicos o la comercialidad en lugar de promover realmente el espíritu crítico y reflexivo”. Como dice una conocida musicóloga, “es por estos motivos que leyendo el artículo de Aina Vega he tenido una sensación agridulce. Soy partidaria y defensora de la entrada de nuevos públicos en las salas de conciertos y en la ópera, de la creación de nuevos públicos, y es por este motivo que comprendo que estos deben integrarse de alguna manera dentro de los códigos de comportamiento y protocolos que se arraigan tan profundamente en el mundo de la música clásica”, y concluye: “Comparto la sensación de que las instituciones musicales tienden al paternalismo, lo que las lleva a infravalorar los nuevos públicos que por fuerza han de crease y por tanto a abandonar ideas como las de crear espacios y talleres para las nuevas audiencias”.
Al fin y al cabo, porque “lo que hace falta es que la música clásica forme parte de nuestras vidas de una manera más orgánica, es necesario que salga de las instituciones, es necesario que todo el mundo se pueda acercar a ella, es necesario que entre las escuelas públicas; sólo de esta manera será posible la creación de nuevos públicos, sensibles y sensibilizados, capaces de entender el porqué de la falta de aplausos entre movimientos”.
Fotos: diferentes situaciones en relación a un concierto.