Critica

¿Qué piensan los músicos sobre los aplausos? (2)

12-08-2018

Este es el tercer articulo (el primer, A propósito de los aplausos y ¿Qué piensan los lectores sobre los aplausos (1)? ) que publicamos sobre el controvertido tema de aplaudir o no entre movimientos de una obra musical. En este caso, nos centramos en las opiniones de directores musicales, directores de coro, pianistas, cantantes, flautistas, violinistas, percusionistas, violonchelistas … músicos que nos ofrecen su saber y experiencia para dar la última vuelta de tuerca al asunto, estando de acuerdo en que no es lo mismo el ritual en diferentes géneros. Una cosa está clara: como dice la mezzosoprano, “no creo que por aplaudir entre movimientos seamos más” democráticos”>.

1. El mito de la desconcentración


 
La impresión general es que, al parecer, aplaudir o no aplaudir entre movimientos no es una cuestión fundamental ni hace desconcentrar especialmente los músicos, a diferencia de lo que había aseverado en mi artículo. Por ejemplo, estos días me comentaba un amigo compositor y director que “aunque no es exactamente lo mismo, el argumento de la desconcentración de los músicos también se podría aplicar entre obra y obra, y no dejar aplaudir hasta el final de la parte o el concierto”. Por otro lado, un compañero flautista afirmaba que “personalmente pienso que no hay que darle más importancia, aunque prefiero que se aplauda sólo al final de la pieza, te concentras más con la música”.
 
Ciertamente, como dice el tenor vasco, “el artículo escrito desde el punto de vista del espectador, y da por supuesto que el artista se despista con un aplauso, sobre todo cuando es inesperado. En su opinión, “el concierto es una conversación, y no está escrito que no nos podamos comunicar con el público hasta el final. Un aplauso a media obra, incluso a medio dúo o media a, es un 'whatsapp' del público que dice: 'muy bien Beñat! Lo estás haciendo súper bien! Sigue haciendo esto porque nos gusta' y es una subida de adrenalina que te hace crecer”. En este sentido lo compara con el efecto que el público de un estadio produce en un futbolista, y añade: “Y, de paso, recibimos un feedback. Creo que la TV y el cine han hecho mucho daño. A veces el público piensa que desde el escenario no los vemos, no los escuchamos… y lo estamos haciendo en directo por personas de verdad, por lo tanto, sería paradójico que un aplauso molestara…”. En este sentido se encamina la opinión del compositor, guitarrista y director que asegura que “a muchos músicos no les molesta en absoluto. A mí me da igual. No son peores las toses? “-de eso hablaremos más abajo.
 
Una conocida pianista comenta que “como músico es genial sentir el entusiasmo del público con aplausos, pero no en medio de la ejecución, entre un tiempo de sonata, por ejemplo”. Por su parte, una mezzosoprano incide en el tema de las convenciones y también lo relativiza: “A mí me gusta el silencio-tensión que se crea cuando termina un movimiento, pero vaya, entiendo que si a alguien le ha encantado quiera mostrarlo al final del primer movimiento. Tampoco es una catástrofe y los músicos, el director, se tomarán su tiempo para después concentrarse por el siguiente movimiento.”
 
El músico más solvente de mi pueblo también dice la suya en relación a sentirse reconfortado ante un aplauso: “Por mi poca experiencia sobre un escenario puedo decir que, normalmente, agradeces mucho los aplausos en cualquier momento. Supongo que es por la necesidad de saber, por la propia inexperiencia o inseguridad, que la respuesta del público es positiva y así poder usar el feedback como energía para continuar el concierto”. Sin embargo, piensa que “aunque este hecho es de agradecer a todos los niveles, no creo que esto sea exactamente una “necesidad” en el nivel de los intérpretes profesionales y menos aún de las grandes estrellas”. Pero entonces hace un apunte a raíz de un género musical en concreto: “En el mundo coral las interrupciones entre piezas que van enlazadas pueden ser especialmente incómodas por el tema del tono y de la afinación”, pero lo que más le resulta incómodo es cuando los aplausos se dan justamente después de la última nota de la pieza: “es un momento de éxtasis que no soporto que me rompan de esta manera. Mataría!”. La mezzosoprano está de acuerdo: “Como intérprete te molesta ese aplauso que comienza antes no ha terminado de resonar el último acorde… (estoy pensando en recitales con piano) .. ooh! No, por favor … si lo mejor de la pieza es el pequeño -o gran- silencio que se crea tras el último acorde!! (Y no todo el mundo saborea estos momentos …)”.
 
Por otra parte, un reconocido director musical de nuestro nos recuerda que “en la época de Mozart no sólo se aplaudía después de cada movimiento, sino que se aplaudía en medio de un movimiento si el tema gustaba, tal como se hace ahora al jazz después de un solo medio de un tema”. En esta línea recuerda un joven violinista que “hace tiempo me inspiró mucho una carta de Mozart a su padre donde el genio de Salzburgo explica la reacción del público a su Sinfonía Paris, donde la gente estaba desconcertada al principio pero se puso de acuerdo aplaudiendo cuando entra el forte, para luego permanecer en silencio con el piano estratégicamente colocado para Mozart”.
 
Claro que, como hemos dicho, no es lo mismo la música sinfónica, de cámara, coral que la ópera. Como dice el director musical, “también en la ópera se aplaude después de cada aria (y se llega a “bisar”. También hemos visto como un muerto se ha levantado para saludar para volver después a hacer el muerto). Tradicionalmente se proviene de aplaudir de forma espontánea y es relativamente reciente el concentrar el aplauso al final. También tradicionalmente en Alemania no se aplaudía la música litúrgica o la sacra, y se guardaba silencio”, asevera.
 
En esta línea nos comenta la directora de coro de un reconocido teatro de ópera que “a la ópera estamos acostumbrados a que se aplaudan las arias de lucimiento -e incluso si la gente no aplaude, los cantantes se sienten frustrados- pero también hay maestros que no dejan aplaudir y también es frustrante”. Pero reconoce que en el mundo sinfónico no existe esta “tradición” porque rompe la tensión si se aplaude; “En la ópera hay sitios que también la rompe y mucho! Los mismos compositores ya escriben as sin final para impedirlo”.
 

2. Aplauso sincero o ritual

 
Hay músicos que se preguntan cuando un aplauso sale del corazón o cuando es fruto de la convención. Algo que parece claro es que los convencionalismos son ligeramente diferentes entre el mundo operístico y la música sinfónica y de cámara, como afirma un contratenor. En el campo operístico, comenta “me gusta que cuando un/una cantante llega a un do de pecho o interpreta el clímax de un aria conocida el público empiece a aplaudir unos segundos antes de finalizar la pieza. Es espontáneo y los aplausos me parecen incluso que se mezclan “armónicamente” con las notas de los cantantes. Supongo porque surge de manera espontánea, natural y orgánica”. Y añade: “Entiendo, también, que décadas y décadas de divismo, cultura popular y también una cierta liturgia -que la sinfónica no tiene- permite una serie de pautas no escritas que invitan a la gente a expresarse como estamos acostumbrados en el mundo de la ópera. Para una gran mayoría, es una liturgia, pasar una tarde, tomar un refresco en el entreacto y esperar la partitura más conocida para arrancar a aplaudir”.
 
En cambio, un conocido violonchelista comentaba que la música sinfónica tiene otro registro: “Siempre me ha sorprendido que a los cantantes se les llame artistas y al mejor de los solistas ante una orquesta no pasa de la categoría de intérprete”. Lo argumenta así: “Supongo que la ópera, con una historia detrás y con temáticas normalmente universales, tiene la capacidad de llegar mucho más a las almas que la más sublime de las sinfonías”. Pero, de hecho, “supongo que por eso la expresión del espectador se reduce a los momentos donde se permite aplaudir. Pero yo lo veo más como una consecuencia más artística. Se escucha un concierto para que la música provoca placer y cuando ésta acaba se aplaude”.
 
Por otro lado, un amigo cantante propone recuperar el aplauso como una expresión genuina de impresión ante el arte, liberada de prejuicios y rituales. En realidad, es un debate que enfrascado en la base del choque cultural entre la “alta” cultura y la cultura “popular”. Dice: “Me hace pensar en algunas de las reflexiones de Stravinski en las charlas del libro de la poética musical, cuando hablaba de los snobs y los pompiers.” En su opinión, el hecho de aplaudir se ha desnaturalizado, ritualizado, ” y me recuerda al “amén” de misa. Hay veces que se dice cuando no toca, simplemente porque el cura dice “por los siglos de los siglos””.
 
“Pero, ¿qué significa un aplauso?”, se pregunta mi maestro. “Es un agradecimiento y reconocimiento al intérprete o una necesidad de expresar tu entusiasmo y placer por la experiencia vivida? Evidentemente es ambas cosas y algunas más. Allí donde ponemos el acento, o cada uno le ponga, condicionará su postura sobre la pregunta que formulas. “También se remite a una anécdota que le contó Josep Vila: “Hace poco tuvo la oportunidad de dirigir un repertorio de compositores catalanes en un país del norte (creo que era Suecia) con un coro de allí. Se ve que allí lo tradicional es aplaudir sólo al final del concierto. Él me dijo este hecho le resultaba bastante extraño, incluso incómodo. Pero he aquí que ante una pieza espectacular de Feliu Gasull, el público arrancó espontáneamente a aplaudir. No creo que esta salida de protocolo resultara ni inadecuada ni incómoda para los músicos.”
 
Por otra parte, la mezzosoprano comenta que “lo que observo más a menudo de lo que me gustaría es que este aplauso que intercalan algunos “entusiastas” entre movimientos suele ser también fruto de la convención: en realidad aplauden porque creen que toca aplaudir. Siento que el público (tanto los melómanos entendidos como los neófitos) menudo aplaude en los finales por educación, porque lo marca el protocolo, y entonces, muchas veces es esa misma necesidad de ser educados lo que provoca (al público no tanto habituado al concierto “a la clásica”) que -cuando sienten un final- y ven que los intérpretes dejan de tocar, pam! aplauden también, y no, señores, aún no había terminado”.
 

3. La educación

 
Este último comentario nos conduce a hablar de la base de todo: la educación. Los conocimientos y los hábitos que adquirimos son tan o más importantes en la música y en el ritual de un concierto. Una percusionista afirmaba: “Al público y a la sociedad en general se la debe ganar con educación y respeto, sin imposiciones pero con normas claras. Una educación cultural desde la escuela hará que los jóvenes se apasionan por la cultura, la música y sean capaces de entender que los aplausos tienen su lugar y que tan importante es aplaudir como previamente escuchar en silencio”.
 
Por otra parte, un pianista y director confiesa tener sensaciones contradictorias frente el aplauso, pero encuentra la solución en la educación (en el sentido tradicional del término), la formación, pero también “inteligencia emocional y empatía”. De hecho, el público aplaude, la mayoría de veces, cuando cree que ha terminado la música. Otra manera de entenderlo es como lo hace un director y compositor relacionando la educación con los instintos: “El hecho de que aplaudan en medio de una obra, sea entre movimientos o no, a veces, en parte, también puede ser culpa del compositor que ha dado la sensación de final. También puede ser, y de hecho ocurre a menudo, que el público poco 'educado' ha entendido mal la forma o la armonía y aplaude antes de tiempo (cuántas veces he escuchado aplaudir como final un calderón sobre la dominante!); finalmente, el aplaudir o no, y cuando, forma parte de lo que se llama educación”. Pero llega a una conclusión bastante controvertida: “Yo tengo la teoría de que la educación, casi siempre, es ir en contra de lo que sale de forma natural (comer con los dedos, tirarse pedos, eructos, mostrar las emociones, etc. ). Aplaudir es una forma natural de mostrar las emociones, y por tanto, la educación lo prohíbe, al menos hasta cuando puede.”
 
Ahora bien, aplaudir es fruto de la espontaneidad o de que estamos programados socialmente para aplaudir en los silencios entre temas? Y eso nos debe permitir hablar del binomio clásico-moderno. Como comenta un cantante, “en el caso de la música moderna, lo extraño es que no haya aplauso entre temas, y es casi impensable que se aplauda entre escenas de teatro. Y aquí en medio hay la ópera, y es donde entra lo que comentas de la educación, acercar a todos todas las expresiones artísticas”.
 
Por otra parte, el concierto es una convención que tiene unas normas, dice mi maestro, que incide en que “es, y debe ser, una convención dinámica en función del intérprete, del auditorio, del público , del repertorio, de la funcionalidad … “. Sus reflexiones llevan a la madre del cordero: “Coincido contigo en decir que lo más importante es la educación, la formación. Sólo así nos podremos adaptar a cada situación. Esto es evidentemente válido por el público pero también lo es para los intérpretes: tampoco me gustan las reacciones injustificadamente airadas de algunos músicos ante alguna “equivocación” a la hora de aplaudir”. Pero aún incide en otra cuestión, muy válida de plantearnos: “No sería posible encontrar una manera de mostrar de forma diferenciada el reconocimiento al intérprete y al compositor?”. Claro, pero eso no lo podemos preconcebir, ¿verdad? Debe surgir de forma espontánea a partir de muchas y muchas experiencias concertísticas y de que las audiencias entiendan esta cuestión como una necesidad perentoria. En cualquier caso, la pianista barcelonesa comenta que no hay ningún caso justificable en que la cultura tenga que bajar nivel: “En algún aspecto hay que evolucionar preservando la calidad y el nivel”.
 
 

4. Ruiditos

 

Citando de nuevo a Christina Scheppelmann, que aclaró por Twitter que “en ningún caso el uso del móvil y las interrupciones se podían concebir en un concierto de lied”, nos remitimos a la directora de coro de ópera que, basándose en su experiencia, exclama: “Me parece una barbaridad que se “promueva” el uso del móvil durante los conciertos!”.
 
En algo han estado de acuerdo todos los comentaristas músicos: si hay algo que les molesta de verdad son los ruidos durante la pieza. “Una vez, cuando tocaba en un cuarteto de guitarras, paré de tocar para que una señora no paraba de abanicarse, con el consecuente ruidito y las pulseras colgando. Me imagino la gente con los móviles y las luces …”, explica la directora, y concluye taxativamente: “Si vas a un concierto, escucha, relájate, déjate “impresionar”. Es decir, concéntrate y disfruta. Para hacer mil cosas a la vez como si fuera música ambiental, te puedes poner un CD en casa e ir haciendo”.
 
Otros comentan una cuestión también nuclear: “Lo que más me molesta es cierta actitud del público dogmatizar sobre “cómo comportarse” y reprimiendo con un “chiiiist” amenazando o bien con una mirada fulminante al pobre que, llevado por el emoción, ha soltado un aplauso espontáneo a destiempo”, comenta el director musical, sentenciando que “este pobre ya ha quedado marcado por los dogmáticos”. Del mismo modo opina el joven violinista: “Personalmente me molesta el “chiiiiiisstt” de la gente que está rígida y esperando el momento justo”. Pero, además, al director musical le molesta “mucho y mucho más que el aplauso a destiempo el hablar del público, el toser y el hacer ruido en general: los abanicos de señoras con pulseras, que acaban siendo como una percusión. En fin, polémicas de verano”, concluye.
 
Otras más espontáneos y entusiastas, como el reconocido pianista, comenta: “Que aplaudan cuando quieran! Si aplauden entre aria y cabaletta espero un poco, me quedo quieto y en van parando de aplaudir, ningún problema. Eso sí, que desenvuelvan los caramelos antes”, reclamo común entre artistas.
 
De hecho, como diría una profesional del mundo coral, “el público no es estúpido”, y propone que tal vez, de la misma manera que se advierte el hecho apagar el móvil durante el concierto, se podría avisar que no aplauda hasta al final de cada obra, no entre movimientos, porque “en el mundo coral estamos acostumbrados a hacerlo de viva voz”. De todas formas, comenta, “a mí no me gusta mucho el silencio entre piezas, me parece frío. Como músico siempre agradezco aplausos, aunque no toquen.”
 
Y, soportando la misma tesis, el director de un reconocido corazón a nivel internacional asevera que “a mí me molesta más el ruido durante los movimientos que no que aplauda a todas partes. Si hay un silencio absoluto durante el concierto yo ya me conformo”. Explica que el Palau “he visto gente del público, generalmente mayor, muy irritable cuando se aplaude entre movimientos, pero que se ponen a comentar la jugada en voz alta durante la audición”. De contradicciones como éstas el mundo musical está lleno.
 
De hecho, hay finales de primeros movimientos que hacen aplaudir. Según el joven violinista, “no sería el caso por supuesto en una sinfonía de Bruckner”. Pero, al fin y al cabo, “el músico sabe hacer aplaudir y sabe hacer silencio”, y explica como “con mi cuarteto hemos conseguido hacer un concierto entero sin aplausos entre medio, sin pedirlo, sólo manteniendo la tensión”. Quizá todo se basa en el savoir faire del intérprete y el director?

Fotos: Aplausos y partituras

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
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