Òpera

La muerte supuestamente mágica de la ópera

05-04-2019

Hace unos meses, el mundo operístico sufrió un pequeño descalabro. Leo Muscato presentó su versión de la ópera Carmen en el Teatro Maggio Musicale de Florencia y decidió cambiar el final. En lugar de morir en escena, la protagonista mata a su atacante en defensa propia.
 

Leo Muscato, director de escena italiano con un largo recorrido, presentó su nueva versión de Carmen en Florencia el pasado mes de enero de este 2018. La prensa local e internacional pronto se hizo eco sobre la producción, según algunos casi criminal, del director. A raíz de este escándalo operístico surgieron una serie de debates en torno a la verdadera función de la ópera, del teatro y del arte, todos ellos relacionados con las mujeres y la violencia que sufrimos dentro y fuera de los escenarios.

Si intentamos llegar a la raíz del debate, veremos que la palabra “cultura” engloba el conjunto de símbolos, valores, normas, modelos de organización, conocimientos, objetos, etc., que constituyen la tradición, el patrimonio y la forma de vida de una sociedad. La cultura occidental va acompañada de incontables adjetivos, pero uno de los que ha tomado más protagonismo estos últimos años ha sido el de “patriarcal” y “machista”, y es que no es ningún secreto que la violencia machista mata cientos de mujeres cada día en el mundo, ya sea en forma de asesinato, de desatención, negligencia social o médica o bien a sobre los escenarios.

Está claro que los asesinatos teatralizados que testimoniamos cada año en los teatros de ópera no son reales, pero también hay que aclarar que estos no son producto de la inocencia de la creatividad, libres de patrones culturales y de dinámicas sociales bien solidificadas, al contrario. Si la cultura es la madre del cordero y si “cultura” es el sustantivo bajo el cual se enmarcan los patrones y modelos de comportamiento que al fin y al cabo marcan nuestra personalidad social, no podemos obviar que los productos culturales que se crean provienen de esta misma esfera.

Así pues, si la cultura machista y patriarcal es la que “permite” que los hombres asesinen las mujeres en la calle, que las violen en portales oscuros y que sigan viviendo impunemente, no es difícil imaginar que, encima de los escenarios -en este caso, operísticos-, donde todo lo que pasa es supuestamente mentira, las mujeres terminen muertas una tras otra, noche tras noche.

Y es que la muerte sobre los escenarios, para muchos, es simplemente una manifestación artística como cualquier otra, pero a menudo olvidan que los personajes que acaban asesinados son casi 100% femeninos. Algunos creen que esta es la magia de la ópera y el espectáculo, pero es evidente que una sociedad que permite que los hombres violenten las mujeres diariamente tanto en la esfera pública como en la privada, no puede quedar impune de lo que pasa en los escenarios.

Es por este motivo que una parte de la musicología y la crítica musical se ha dedicado a pasar por el tamiz obras, autores y maneras de entender el espectáculo musical y operístico, llegando a la conclusión de que los espectáculos artísticos son manifestaciones que, en interpretarse, se convierten en referentes para la sociedad por el hecho de representar acciones humanas que se reflejan en y sobre el público y que, por tanto, si no se interpretan desde la crítica individual, deben ser revisados sin a dudas.

La ópera, sin embargo, ha gozado siempre de una especie de burbuja protectora, quizá por tratarse de la diversión preferida por las altas esferas sociales; el caso es que al disfrutar de un estatus diferente del resto de las “performances” artísticas y musicales, parece imposible intentar dotarla de explicaciones que queden fuera de los márgenes del purismo y el academicismo que a menudo le rodea, razonamientos que entiendan la ópera como una obra de arte total que, como es evidente, forma parte de nuestra cultura y por tanto responde a ésta como cualquier otra manifestación artística.

Los sólidos defensores de la ópera “como dios manda”, de la ópera como algo intocable y magnificente, manifiestan su enojo con la versión de Muscato aludiendo a la perversión que el director ha creado en osar “cambiar el final” de una ópera como ésta. Cabe aclarar que tanto el libretto como la partitura original están protegidos contra todo tipo de delincuentes que osen atentar contra su integridad, y que por tanto, versionar un espectáculo como este es tan sólo aportar un granito de arena a los millones de representaciones universales que se han hecho de ésta ópera.

Cuando estos defensores que tristemente conforman la mayor parte del público operístico dicen que las afirmaciones de Leo Muscato son inadecuadas porque no entiende la “magia” de la ópera, cuando le critican que el autor denuncie el hecho de que en la ópera “se aplauda la muerte de una mujer ” y intente aportar una nueva visión sobre una ópera y una cultura totalmente misógina, no se dan cuenta que forman parte de un gran problema; los cambios en la ópera deben aparecer, ya sea en forma de luz eléctrica, tramoyas modernas o versiones rompedoras como ésta.

Aquellos que creen que la muerte de una mujer en escena es un desenlace como cualquier otro no pueden obviar los asesinatos que a diario ocurren en el mundo, no pueden eludir la muerte de incontables mujeres en manos de los hombres y el hecho de que colocar la muerte de una mujer sobre un escenario sin aportar un punto de vista crítico, institucionaliza el hecho en sí.

La situación ideal sería aquella en la que el público asistiera a la ópera o al teatro y fuera capaz de entender porque Carmen es una ópera totalmente misógina, de entender que el asesinato de Carmen es social y que ella no tiene cabida en el esfera pública como mujer libre, desligada de los hombres.

Tristemente, sin embargo, nos cansamos de ver películas, obras de autores consagrados y óperas que siguen divulgando unos códigos misóginos y machistas que nadie parece querer transformar, a excepción de personas como Leo Muscato, que seguramente ha logrado hacerse numerosos enemigos dentro del círculo operístico.

Es necesario y urgente aportar una mirada crítica no sólo desde las editoriales o los blogs de opinión, sino también desde las mismas instituciones. Los programas de mano deberían tener una mirada crítica que contextualizara las óperas, que las hiciera consumibles para todos los públicos, y no sólo para el público masculino y retrógada.
 
Fotos: Producción de Carmen, Leo muscats. Teatro Maggio Musicale de Florencia.

 

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