Critica

Fuego en la sala: Biel Ballester Trio

08-09-2018

La noche, lluviosa y de jueves, animaba a quedarse en casa. Y, sin embargo, casi no hubo suficiente asientos ni centímetros en el Nota 79 para hacer encajar a todos los que nos acercamos a él. Ya sea en el concepto de club o de auditorio, la pequeña y joven Nota 79 es una sala donde la música es el centro de todo, y no un mero accesorio del ocio. A un paso de Gracia, pero debidamente protegida del revuelo entre el Putxet y Sant Gervasi, minimalista y en un espacio abocado al escenario que da calidez a los músicos y facilita la comunicación con el público.

Hablar del Biel Ballester Trio (Oriol González, contrabajo; Leo Hipaucha, guitarra rítmica, Biel Ballester, guitarra solista) es hablar de uno de los nombres del jazz en nuestro país. Con esto no quiero decir sólo que haya nacido en Mallorca, viva en Barcelona y cuente con una trayectoria relevante de proyección internacional, sino que lo ha hecho con un sello propio y reconocible en nuestro entorno cultural. Y sin embargo, como sucede con otros músicos nacionales de talento, tal vez ha recibido más atención fuera de nuestras fronteras: no para que se la dedicamos a otros, sino simplemente porque en esta ciudad hacer música con un discurso propio es, desde hace demasiado tiempo, una profesión invisible. En todas partes se puede leer que el trío es “embajador mediterráneo del jazz manouche” pero francamente, no debe ser fácil ser embajador musical de un país como el nuestro.
 
Un salto mediático al gran público, de este músico con una carrera de fundamentos muy sólidos, tuvo lugar hace una década: le perdonamos al maestro, pero fue cuando Woody Allen estrenó una de las películas más mediocres que se le recuerdan, por mucho que la disfruta el ínclito Carlos Boyero: Vicky Cristina Barcelona, ​​por la que el director -un devoto de Django Reinhardt, muy explícito a Acuerdos y desacuerdos (1999) – decidió incluir un par de composiciones de Ballester: “Your shining eyes” y con más presencia aún,”When y was a boy”.
 
En cualquier caso, la voz musical de este mallorquín orgulloso de serlo es encantadora y generosa, y más allá de su conocido y reconocido virtuosismo tiene un gran dominio de la narrativa. Dos temas para empezar (“Uphill to Tibidabo” y “Ericsson 1915” del último disco editado en 2016, Melodium Melodynamic) y coger el micro para presentar a los miembros del Trío fueron suficientes para tener ya la sala en el bolsillo. El concierto continuó recordando la participación hace tres años, junto con David Mitchell, el álbum Django Festival 9 con “On mountains”; un tema con grandes espacios para la improvisación que sirvieron para empezar a probar el oficio del contrabajista en un solo consistente y bien explicado, antes de acercarse por sorpresa -vorejàvem los veinte minutos de concierto- a un hit absoluto como “Minor swing”, seguido de otro después como “Coquette”. Con la sensación de que allí comenzaba el recital y que todo había sido un (maravilloso) calentamiento, Ballester recordaba entre risas que en Nueva York hay “Pizzas, drogas … y todas estas cosas” presentándonos “Xun Shop Blues” un blues particular que quería recoger el espíritu y la manera de tocar neoyorquina y que comenzó dudoso pero creció en intensidad, espontaneidad y balance.
 
Ya en la segunda parte, tras la reivindicación del mallorquín a la amable “Por na colo”, su último trabajo hizo acto de presencia con “Sh Boom!”: Un ejercicio de madurez creativa, que desde la guitarra ofrecía hallazgos tímbricas insospechadas, antes de llegar a un meandro narrativo con “When I was a boy”. A continuación Ballester afirmó que “hay una persona entre el público que si no tocamos un tema enfada”: esto nos regaló una versión delicada y de gran belleza, dominada por la elasticidad a los parámetros rítmicos, de la balada eterna, el canto de libertad, que es “Nuages”. Con “Danube”, sobre un sonido tradicional que nos remitía a su trabajo de 2006 Gypsy Jazz Live in London, escuchamos un expresivo Ballester, que a partir de entonces se soltó y nos dio momentos muy brillantes. Un vertiginoso y fresco “Honeysuckle Rose” fue la portada de otras joyas de la historia, como un antológico “Swing 48” con una introducción misteriosa y solos alocados, donde la lógica coral favoreció los vericuetos rítmicas y armónicas. Una sonorización mejorable del contrabajo especialmente en los graves, no impidió que González hiciera caminar el trío con la misma dosis de solidez que de agilidad. La precisa y disciplinada “pompe” de Hipaucha a la guitarra rítmica otorgó una estructura estable en todas las aventuras melódicas del solista, haciendo y deshaciendo sobre el irresistible groove de sus dos compañeros. Una segunda parte pues, con la mirada al pasado donde el concepto estético de Ballester, con la tradición en la mano y la creatividad en el corazón y en la cabeza, puso las herramientas al servicio de una expresión muy propia.
 
No hay duda de que desde Echoes from Mallorca hace una década y media, la formación se ha ido transformando a lo largo de estos años. La reverencia a Django Reinhardt es inevitable e incluso diría necesaria, pero el sonido del manouche, nacido en los suburbios de París, en las orillas, como lo hace toda la cultura viva, es el punto de partida de un trabajo eminentemente creativo. El virtuosismo y carisma de su bandleader se nutre de una gran creatividad y la autoridad que otorga haber aprendido de los maestros. El guitarrista mallorquín es un magnífica encarnación del instinto Rockabilly del que bebe (incluso presente en las colaboraciones de Stochelo Rosenberg a Melodium Melodynamic): rebelde, excesivo… ostentoso y arrogante incluso, cuando tiene una guitarra en las manos. Todo lo convierte en un juego pero sin la inocencia y candidez infantil, con una digitación admirable y claridad impoluta al servicio de un profundo sentido melódico.
 
“Nosotros no tenemos prisa”, gritaban desde los asientos. El jazz manouche es muy vivo, recordaba Ballester en un momento de la noche: si es así, es gracias a músicos como él, que sin dejar de beber de su larga historia están dispuestos a nutrirla de nuevos horizontes creativos. Por ello, aunque sorprendido por la manera de hacer cantar una guitarra, marcho canturreando “Swing 48” pero también recuerdo la potencia imaginativa del compositor en “Sh Boom!” Donde respiran con naturalidad referencias musicales muy dispares. Escapando de las definiciones, se mantiene encendida la llama de la música.


Fotos: Biel Ballester Trio
 

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
ainavegarofes