Critica

Oportunidades en el Primer Palau

24-09-2018

El Primer Palau de esta temporada comienza, el 1 de octubre, con un programa atractivo y bien elaborado. Con 4 años de trayectoria, el Trío Ramales (Pablo Díaz, violín; Gonçalo Llis, violonchelo; Andrés Navarro, piano) presenta tres obras distintas pero con puntos de contacto entre ellas. Por su parte, el organista Joan Seguí Mercadal, recién titulado y con un futuro prometedor en el marco de una renovación nacional de los intérpretes de órgano, se sentará frente a un gran reto en el repertorio para su instrumento.

Formado con Sergey Teslya en el Centro Katarina Gurska de Madrid y con Marco Rizzi en la Escuela Reina Sofía, Pablo Díaz forma parte de esa generación de jóvenes intérpretes que ha ofrecido un salto de calidad al panorama musical del país. Se trata, además, en su caso, de un compositor que está dando sus primeros pasos con firmeza y con una sólida formación en sus espaldas, en la que ha tenido un papel importante el compositor David del Puerto. Fruto de su predilección por la música de cámara, el Trío para piano compuesto a finales de 2015 que escucharemos refleja una tendencia muy presente en la creación musical contemporánea: la de recoger sin complejos referencias muy dispares del gran legado del siglo XX sin necesidad de adscribirse a corrientes o escuelas por otra parte inexistentes. Lo que sí existe en Díaz es una consciencia histórica que mira hacia el pasado y fija su atención en la que José María Jover llamó la “Edad de Plata” de la cultura española, que culmina en los años treinta del siglo pasado.  
 
Escrito antes de que la Guerra Civil arrasara un momento brillante de la música y la cultura española, el Trío para piano en si menor op. 76, núm. 2 (1933) de Joaquín Turina es una de las obras esenciales en su catálogo. Estamos frente a un Turina maduro y desde una frágil equidistancia que se aleja tanto de los planteamientos modernos de entreguerras como del casticismo. En su formación ya habían sedimentado y reposado los aires de la escuela francesa que conoció en la Schola Cantorum de París entre 1906 y 1913. En este segundo trío, como sucede en toda su producción camerística, la belleza y proporción se desprende de su claridad formal: el compositor sevillano era un cartesiano, un arquitecto de la forma por encima de todo. Reconociendo la influencia que ejerció sobre él el magisterio de Vincent d’Indy, así se expresaba en su conferencia “Cómo se hace una obra” cuatro años de que se estrenara la pieza: “Las obras musicales se construyen como los edificios y los cimientos están integrados por la tonalidad. El cuerpo general de la obra se alza mediante una forma definida. Todo este plan de estructura y de tonalidades hay que hacerlo antes de escribir la primera nota”. Por suerte, la rigidez de un plan trazado previamente no esteriliza la espontaneidad y colorismo poético de este trío, donde la riqueza tímbrica se cifra en la delicadeza íntima de los diálogos entre las cuerdas y el piano. 
 
Dmitri Shostakovich tenía sólo 16 años cuando escribió su Trío para piano en do menor, op 8, núm. 1 (1923) y se lo dedicó a Tatiana Glivenko de quien estaba enamorado. Un joven que sin embargo se recuperaba de una tuberculosis y sus ojos ya habían presenciado la muerte de su padre un año antes y la violencia de la Revolución y la Guerra Civil desde hacía seis años. Un año más tarde escribiría su Primera Sinfonía aparentemente dentro de los parámetros clásicos que le imponía el Conservatorio de San Petersburgo bajo el influjo de Aleksandr Glazunov, pero mostrando ya una gran personalidad. En definitiva, tanto en el Trío que escucharemos como en su Primera Sinfonía o más aún en su primera Sonata para piano su manera de escribir se adscribía a las fuerzas históricas admiradas por su generación que ya se dibujaban con claridad antes de la Primera Guerra Mundial, pero desde una claridad arquitectónica en materia formal como marcaban las tendencias de posguerra en busca de un clasicismo moderno (pensemos en Stravinsky y su Sonata para piano de 1924). Hay, eso sí, un envoltorio posromántico en el Trío que no reencontraremos en su catálogo: algo que puede confundir o reconfortar según el caso, pero pronto el lirismo se ve asaltado por esa mueca irónica tan mahleriana porque en el ruso está rodeada de elementos similares. La parodia primero (como en su ópera La nariz escrita cinco años más tarde) y la ironía velada después (cuando la parodia fue ahogada por la censura) serán las constantes de su música. La obra fue estrenada por el propio compositor al piano pero nunca editada en vida: lo que escuchamos el día 1 de octubre es fruto de la edición de 1983, que incluye la reconstrucción de algunas partes perdidas realizada por su discípulo Boris Tishchenko.  
 
Dentro del catálogo de Franz Liszt en el que destaca una visionaria obra para piano o su producción liederística, encontramos pocas partituras escritas para órgano, pero, sin duda, su monumental Fantasía y fuga sobre el coral “Ad nos, salutarem undam” (1850) escrita durante su período en Weimar es una de las más valiosas y conocidas junto a la Fantasía y fuga sobre el motivo BACH. En su estructura se pueden escuchar dos partes (Moderato allegro vivace y Allegro deciso) separadas por un adagio central, que desembocan en una fuga que funciona a modo de recapitulación. Desde un inicio exuberante sobre un largo pedal hasta su final apoteósico, la partitura es un ejemplo luminoso de la capacidad del compositor para desplegar toda la riqueza y magnificencia orquestal en el órgano: un viaje narrativo de marcado acento wagneriano que se inspira en un coral cantado por tres anabaptistas que quieren volver a bautizar al pueblo en la ópera El Profeta de Giacomo Meyerbeer, representada en París un año antes.
 
El concierto representa una oportunidad para descubrir la música que escribe hoy un joven y prometedor compositor, para hacer un viaje a una de las épocas más brillantes de la historia musical española de la mano de Turina y para redescubrir la literatura para órgano del XIX en manos de un renovador como Liszt a través de un intenso viaje emocional, sin olvidar el Trío de Shostakovich en un período de búsqueda, uno de los momentos más interesantes de toda su producción: una obra expresiva, imaginativa y sólida de la cual el compositor, que era tan duro consigo mismo, siempre se mostró satisfecho. Representa al mismo tiempo una responsabilidad: la de nosotros, de alimentar la actividad de esta generación porque no sabemos si volverán a darse las mismas condiciones en un futuro cada vez más incierto.



Fotos: Trio Ramales, Joan Seguí Mercadal. 

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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