Critica

Sacris: las entrañas del Liceu

30-09-2018

El Gran Teatre del Liceu presenta, en ocasión de I Puritani, una exposición muy especial por el contenido, pero también por el artista que expone: Fernando Jiménez, Sacris, apasionado del dibujo y la pintura que trabaja en el departamento técnico del Liceu. Expone estos días en el Balcón Foyer una serie de cuadros, pinturas e ilustraciones que muestran el interior del escenario del Liceu y su gente en el día a día de los ensayos y funciones. Bajo el título ‘Desde dentro’, la exposición, con la colaboración de la galería El Quatre, se podrá ver hasta el 22 de octubre.


Una mirada a la ópera desde dentro y antes de. “Desde dentro” es una propuesta inteligente y afortunada que nos presenta Sacris, el pintor barcelonés que con el tiempo se está imponiendo como uno de los artistas plásticos más interesantes de la ciudad. A Prevenidos para la entrada triunfal, los figurantes, con sus vestidos y tocados dorados, muestran la tensión y la concentración previas a la salida a escena. Esperan el sonido de los metales que anunciará la entrada majestuosa y triunfal de Radamés, que vuelve a Egipto habiendo derrotado a los etíopes. Estamos en el acto segundo de Aida y las trompetas tebanas sonarán para acompañar el “Gloria all'Egitto”, en una de las páginas más conocidas de la historia de la ópera.
 
Nacido en 1969, Sacris combina su pasión por la pintura con el oficio de atrezzista del Liceu, y la exposición que se podrá ver del 2 al 22 de octubre en el Balcón del Foyer es la perfecta síntesis de los dos quehaceres, una tipo de autorretrato sentimental del artista, que se mira a sí mismo y mira los compañeros de profesión desde el marco físico y conceptual del cuadro. Es un homenaje al Liceu, a la magia de la ópera y a la joya de crear, una mirada al interior del teatro y del arte, entendido como la mentira que más nos acerca a la verdad, la sola manera posible de penetrar en el ser: desde las apariencias y las apariciones que se muestran en el escenario para hacer posible que el público abandone a la contemplación.
 
En El entreacto, los figurantes y los técnicos hablan relajadamente de la función. Los decorados y los trajes vuelven a ser los de Aida, pero todavía no hay la tensión o ya no está. Han vuelto a sus vidas cotidianas, antes de viajar de nuevo a la antigüedad. El trazo es rápido y las manchas de pintura quieren atrapar un instante y detenerlo. Sólo un gran pintor puede alcanzar este equilibrio entre el movimiento y el reposo.
 
El Inocencio X del Rigoletto nos remite inevitablemente al retrato de Velázquez, a la mirada más salvaje de la historia del arte, una mirada poco piadosa que nos quiere hacer sentir culpables de todo. Los ojos del personaje de Sacris tienen más bien un aire de desdén, de displicencia, o quizás es que acaba de hacer algún comentario sobre el pintor que hace reír a su compañero de pie, también vestido de púrpura. Difícil expresar más con unos recursos tan intencionadamente precarios, hasta el punto que podemos decir que parece un cuadro inacabado, pero no falta nada. Weniger ist mehr, que decía Loos.
 
El abucheo ilustra una escena del Macbeth. Una treintena de personas abuchean a alguien. La mirada del espectador es atraída por una mujer que viste de oscuro, como casi todas las figuras, pero se hace más visible con su gesto de rabia más acentuado, junto a la cabeza flotante de otra mujer, sobre un cuerpo sugerido en una mancha blanca que deja un vacío revelador. Son indicios del gran oficio del artista, que se repiten en La traviata, en este caso con una composición piramidal con la cúspide ocupada por el rostro de la protagonista y los lados construidos con los cuerpos de dos figurantes y un técnico.
 
El protagonismo del Coro es para una Conxita Garcia invisible. No aparece, pero sabemos que es el centro de atención del coro que le rodea de espaldas al espectador del cuadro. Al fondo, las luces del Liceu emergen entre la oscuridad, esa especie de ojos con una sonrisa de siete lámparas. La figura humana está sabiamente tratada, cada una con su individualidad y su gesto.
 
Efectos de la imaginación y Proyecto genoma son dos versiones de un mismo tema. El público pasea entre vitrinas con hombres expuestos como piezas de arte. En un caso, militares hieráticos, congelados en el pasado; en el otro unos chicos que irradian ironía y simpatía, con la figura central interpela al espectador, la mirada burlona y un giro de torso que le da un aire feminizado. Todo ello expresado bajo el principio de economía que preside toda la exposición, la que encontramos en el resto de obras: A la espera, con las figuras humanas que casi se diluyen en las manchas de colores, como también sucede en El aplauso, a Foto de familia o a Torito bravo, a caballo entre el impresionismo y el expresionismo.
 
El autoironía de La Bruja del Macbeth es sobrecogedora. El hombre del cabello largo y la barba se ha vestido de mujer -de señora: falda oscura, blusa a rayas, zapato de medio tacón y bolso. Seguramente dedica su sonrisa a ponderar su aspecto menopáusico, que destruye todo el efecto que Shakespeare y Verdi-Piave proponían para las terribles brujas, las voces que anuncian al noble escocés que será rey mientras no se mueva el bosque de Birnam.
 
Un viaje a las entrañas del Liceo con una mirada apasionada y personal pero que, al convertirse en arte, separa radicalmente el “Yo trabajador del teatro” del “Yo artista”, por lo que las escenas que Sacris nos muestra, de un realismo que, al mismo tiempo es abstracción que hace escapar las imágenes del cuadro, con el blanco radical, son el resultado de un proceso interno de objetivación de vivencias que, para siempre, quedarán en su bagaje experiencial.

Fotos: Inocencio X (portada), Prevenidos para la entrada triunfal, El aplauso, El abucheo, de Sacris

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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