Critica

El Primer Palau arranca con personalidad

05-10-2018

El lunes 1 de octubre se celebró el primer concierto del ciclo El Primer Palau con dos propuestas muy estimulantes. El Trío Ramales interpretó una obra de uno de sus integrantes, Pablo Díaz, así como de Joaquín Turina y Dmitri Shostakóvich. El contrapunto lo dio el organista Joan Seguí Mercadal con una majestuosa obra de Liszt que resonó por toda la sala del Palau de la Música Catalana.

1O. Fecha señaladísima para la mayoría del pueblo catalán. Bajando Via Laietana, con toda la multitud de camino en la Plaza Sant Jaume, me auguraba muy poco público en un concierto que, basándonos en la experiencia, cambia la vida de los que suben al escenario. Justo los amigos, la familia, los organizadores, el jurado y una servidora. Pero entrar en el templo musical más bonito del mundo y encontrarte la platea llena de entusiastas que creen en el talento joven es toda una satisfacción. Y valió la pena. Valió mucho la pena.

 
El Trío Ramales, que debe su nombre a la plaza de Madrid donde está el edificio donde estudiaban los tres componentes –Pablo Díaz, violín, Gonçalo Léis, violonchelo y Andrés Navarro, piano-, nos ofreció una apuesta segura, con un repertorio que sus miembros conocen muy bien y que, no es ocioso decirlo, tienen en grande estima. En la primera obra encontramos evidente el por qué: Pablo Díaz, de origen tinerfeño, se estrenaba en el Palau no sólo como violinista sino también como compositor. Su opus 3 es una maravillosa búsqueda interior, encontrando, al mismo tiempo, zonas de confort y riesgos, eso sí, bien calculados, en una obra que combinaba el lirismo con trazos rítmicos y progresiones muy bien enlazadas entre silencios expresivos. El estilo se puede enmarcar en un post-romanticismo lleno de referencias, fruto del proceso de aprendizaje de una jovencísima figura que promete y que desprende autenticidad, pero que todavía tiene que escribir mucho para encontrar una voz propia con autoridad. La obra está dedicada al propio Trío Ramales, que la defendió con pasión y técnica -aunque no todos han terminado los estudios-, con talento y elegancia. Una obra que transmite todo el bagaje de los clásicos -y no tanto clásicos- que prácticamente nunca abandona la Belleza.
 
La segunda obra que presentó la prometedora agrupación fue el Trío para piano en Si menor, op. 76 núm. 2 de Joaquín Turina, que comienza con un aire de suspense y luego coge vuelo, para acabar vivo, alegre, desenvuelto, igual que un trazo de Franz Hals que poco a poco se va haciendo más matérico. La obra sonó brillante, muy bien equilibrada y con una implicación que los músicos respiraban con el cuerpo y con el instrumento de forma orgánica. Es un tocar muy plástico, que da gusto ver. El piano de Andrés Navarro sonó muy amable pero, a la vez, preciso en el ataque -le perdonamos algunas notas falsas que se escaparon-, con personalidad y talento. El violonchelo del portugués Gonçalo Leis estuvo especialmente acertado en las partes piano y pizzicato, pero también emitiendo un sonido lírico y profundo cuando la página lo requería, con un gran dominio de los reguladores y una proyección sonora muy bien trabajada. Excelente Pablo Díaz, con un toque imaginativo en la sonoridad.
 
La agrupación cerró su intervención con el Trío para piano en Do menor, op. 8 núm. 1 de Dmitri Shostakovich, una obra de juventud que bebe mucho de la influencia posromántica de la que se irá desprendiendo el autor a lo largo de su terrible vida. Los síncopes que ofrece la obra sonaron con gracia y el empaste entre los tres instrumentos era notable en cada compás. El carácter de la pieza fue transmitido con autenticidad. El piano supo encontrar su lugar -con un siempre difícil equilibrio entre el protagonismo y el acompañamiento- y sobresalió en las dobles notas y los trinos. El violonchelo hizo una pausa dramática con mucho sentido y volvió a demostrar técnica en una obra que puede llegar a ser grave en el carácter pero que también desprende trazos de vida y optimismo. El violín lideró el conjunto con entusiasmo en una interpretación estimulante y honesta.
 
En la segunda parte actuó Joan Seguí Mercadal, con la Fantasía y fuga sobre el coral “Ad nosm ad salutaremundam”, S. 259, de Franz Liszt. Su interpretación fue de una extrema sensibilidad. Su juventud venció la imponencia del órgano del Palau, un instrumento muy adecuado para la obra, aunque, según comentaba el propio intérprete, no lo es tanto para la sala, porque le falta el punto de reverberación que tienen las iglesias. Las horas de estudio pasadas las doce de la noche valieron la pena para asegurar todas las teclas, registros, pedales y teclados, que le permitieron tocar la obra de memoria. Seguí Mercadal decidió que le asistieran en el cambio de registros para no sacrificar musicalidad, y fue una opción muy acertada. Fue un Liszt lleno, virtuoso y extremadamente complicado que demandaba mucha concentración, técnica y gran talento. El organista parecía entrar en éxtasis en momentos en que no tenía que cambiar de teclado y debían sonar los acordes llenos, con espalda recta y mirada al frente, al escudo del Orfeó Català. Estaba situado de espaldas al público, pero la comunicación fue totalmente fluida y completó el colosal Liszt con seguridad y gran destreza.
 
En suma, una velada de grandes promesas que tendrán que competir con otros artistas durante este intenso mes de octubre (Andrea González Caballero y el Duo Vallès-Vera el día 8, Roger Morelló y MazikDuo el 15 y Bernat Prat y Adrián Martínez el 22 de octubre). Pero el premio gordo ya lo tienen: los queremos porque nos lo dieron todo.

En este podcast podéis escuchar las declaraciones de los protagonistas:

 
Fotos: Trío Ramales, Joan Seguí Mercadal

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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