Critica

Belleza neozelandesa

10-11-2018

Ayer, el Petit Palau acogió un concierto muy especial que significaba la clausura de la gira por Europa de Voices of New Zealand, que contó también con la participación del Orfeó Català e improvisaciones de un instrumento tradicional maorí. La directora, Karen Grylls, puso toda la carne en el asador para hacer emerger la belleza de las voces de Nueva Zelanda.

No es habitual poder escuchar música de la mística del siglo XII Hildegard von Bingen, y este fue el incentivo principal que me empujó a ir a escuchar el concierto. Pero el resultado fue el descubrimiento fascinante de un repertorio neozelandés que combinaba la fuerza telúrica de un instrumento de viento tosco y rudimentario pero que emite un sonido con mucho encanto como el toaonga puoro, interpretado por Horomona Horon -con vestimenta tradicional-, y las voces casi celestiales de Voices of New Zealand.
 
El programa estaba estructurado en cinco partes. La primera, “Voz de santos y de ángeles”, contaba con Hildegard von Bingen, Princesa Te Rangi Pai y David Childs. Se inició con una maravillosa improvisación del O virdissima Virga de Hildegard von Bingen, autora del Ordo Virtutum (Orden de las virtudes), el único drama musical medieval europeo compuesto hacia 1151. La música de la mística del siglo XII se inició al unísono hasta que las voces desde diversificaron ligeramente, sin variar demasiado el ámbito, por lo que sonaron sensiblemente disonantes.
 
Hine e Hine, de Princesa Te Rangi Pai (Fanny Rose Howie), es un himno de la tierra muy jovial y optimista que, incluso, nos recuerda a las melodías navideñas y nos eleva a la espiritualidad. En medio de una armonía muy abierta y luminosa surgió la voz del toaonga puoro. El primer ciclo se cerraba con el Salve Regina de David Childs, que creó unas disonancias muy interesantes en una obra de una polifonía limpia y bien estructurada.
 
Y, del cielo, a las “Voces de la tierra”, con Jean Absil y David Griffiths. La obra de Absil es una maravillosa sátira en forma de bestiario que intenta reproducir musicalmente los sonidos y el carácter de animales como el dromedario, lleno de fuerza, o la langosta, más triste, en tono menor, la carpa ( “La muerte os olvida peces de la melancolía “), que se ilustra con una música muy movida como los peces que nadan inquietos por el agua, el pavo real (“Cuando extiende su cola aquel pájaro parece más bello pero se le ve el culo”), que sugiere una música enigmática, o el gato, sobre el que la recitadora remarcó su lealtad y condujo a una música picarona, llena de chispas y un dibujo melódico florido. Y Lie Deep my Love, de Griffiths es una obra melancólica dividida en tres secciones diferenciadas cada una, una más suave, otra más llena de sonido y la tercera bien gloriosa. Se podían percibir muy bien las sutilezas de la textura y la emisión de un sonido lleno de matices pero, al mismo tiempo, compacto.
 
La tercera parte estaba dedicada a “Voces desde la profundidad”, con Helen Fisher, Jaakko Mäntyjärvi y Samuel Barber. Esta parte se inició con el sonido del instrumento maorí y la intervención de un artefacto que giraba a gran velocidad emitiendo ondas sonoras que reflejaban muy bien el sonido de las profundidades, mientras el coro entonaba Pounamu, de Fisher, que creaba una gran comunión con el espíritu con melodías de gran belleza y mucha coherencia estructural. A continuación nos invadieron unos susurros hasta que emergió una voz sabia, experienciada, pero a la vez delicada, de aquellas que se pueden romper pero al mismo tiempo emanan mucha fuerza. La replicó una voz joven, en este caso masculina, pero muy profunda, y es un ejemplo del paso generacional que hace el coro. El tono, muy ritual, después cogió más potencia, con unos graves muy agradables, hasta que llegó la dispersión sonora, las disonancias y volvieron los cuchicheos para cerrarse con la voz madura del principio. Por su parte, To be sung on the water de Barber sonó de una extrema dulzura, pausado, con mucha quietud y calma de espíritu.
 
Dos obras de David Hamilton llenaban “Voces de estrellas y luz”, Karakia of the Stars y Ecce beat Lucem. Con un sonido base inalterable, unas campanillas sonaban aportando luminosidad al ambiente, que luego se hizo más turbio y de tipo primitivo pero era un sonido tratado desde una modernidad aterradora. Y el Ecce Beatam Lucem es un canto de esperanza, donde se hace la luz y el sonido se multiplica, con matices muy interesantes que, a pesar de mantenerse dentro de la tradición, rompen la sonoridad solemne con un juego de disonancias.
 
Entonces fue el turno del Orfeó Català, que se sumó a escena. Ambos coros interpretarían la O vos omnes de Pau Casals bajo la dirección de un eficaz Pablo Larraz. Allí emergió toda la trascendencia de la música, que da significado al mundo terrible y inhóspido que vivimos, en el que ya no podemos creer en nada, con unas voces claras y profundas, limpias, homogéneas y bellas. Karen Grylls volvía a coger la batuta para interpretar la última pieza del programa, Pokarekare Ana, de Douglas Mews, una canción de alegría precedida por las palabras “return to me, I could die of love for you”. Introducida por el instrumento maorí, se ha convertido en todo un himno en Nueva Zelanda que desvela una gran serenidad y es de una belleza extraordinaria, como todo el programa presentado. El coro invitado recompensó los aplausos con una última aparición, un Ave María maorí que fue una delicia.
 
Todo ello, en un concierto que pretende crear vínculos entre culturas, invitar a conocer nuevos repertorios y demostrar que los cantos ancestrales son un material muy potente para compositores del siglo XX y XXI, con un tratamiento exquisito y un respeto absoluto por el pasado. La velada desprendía esperanza y bondad, dos cualidades que necesitamos mucho en estos momentos en nuestro país, donde todo es tan difícil y el camino parece largo y duro.


Fotos: Voices of New Zealand, Orfeó Català

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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