Critica

Mínimos recursos, máxima expresión

12-12-2018

Anoche pudimos disfrutar, en el Petit Palau, de un concierto extraordinario en el marco del Ciclo BCN Clàssics. Miquel Ortega dirigió una maravillosa La voce in off de Montsalvatge con Raquel Lojendio, Marc Sala y Carlos Pachón. Mínimos recursos y máxima expresión.

El trabajo que está haciendo el equipo de BCN Clàssics construyendo una temporada sólida y con muchos alicientes para diferentes tipologías de público está funcionando. El ciclo, que tiene lugar en el Palau de la Música Catalana, ya tuvo su primer éxito con la Novena de Beethoven y Antoni Wit, con la Orquestra de Cadaqués. Este año, además, tiene como invitadas de honor la London Philharmonic, la Oslo Filarmonia, Europa Galante o la Gewandhaus, con nombres como Fabio Biondi, Vasily Petrenko, Javier Perianes, Andris Nelsons o Gianandrea Noseda para interpretar obras que van desde de Vivaldi hasta Montsalvatge, pasando por Mozart, Beethoven, Tchaikovsky, Shostakovich o Rodrigo.
 
Pero no hay que ir tan lejos para encontrar estrellas. En casa tenemos mucho talento, y se demostró ayer en el Petit Palau, con el Ensemble de la Orquesta de Cadaqués y solistas de gran sensibilidad y experiencia como la tinerfeña Raquel Lojendio, que la temporada pasada fue un maravillosa Margarita del Fausto en el Auditorio de su ciudad natal, o los catalanes Marc Sala, tenor, que está consolidando su carrera en el Estado y cada vez tiene más compromisos en el extranjero y el barítono Carles Pachón, que ya no es una joven promesa, sino un valor seguro.
 
La austeridad se manifestó como una virtud. La voce in off se representó sin escenografía, incluso sin electrónica para el rol de Marc Sala como Claudio (recurso que necesita la voz supuestamente grabada con un magnetófono apareciendo en escena de entre los muertos), con una orquesta de cámara que interpretaba una equilibrada y fiel reducción del maestro de la noche, Miquel Ortega, y los cantantes vestidos de gala, sin caracterización y con partitura. Quizás BCN Clàssics se pasó con la austeridad en el programa de mano, que anunciaba los cantantes pero no el rol que debían desarrollar (eran tres, tampoco hay tan misterio, pero para quien no está familiarizado con la obra se puede despistar), tampoco había notas al programa ni las biografías de los cantantes, el maestro y el ensemble, por no hablar de los sobretítulos -probablemente esto lo reivindico por deformación profesional. Pero, sinceramente, es el único que se le puede reprochar a una noche que musicalmente fue redonda.
 
Empezando por el Coro de Cámara del Palau de la Música, que se mostró versátil, fresco, preparado y profesional. Sus interpretaciones son claves en la obra de Montsalvatge y el resultado fue del todo satisfactorio: homogeneidad, empaste, equilibrio entre cuerdas y buena dicción. En cuanto a la Ensemble de la Orquestra de Cadaqués, sonó, de la mano de Miquel Ortega, llena de matices, navegando entre el impresionismo y el expresionismo, la sensualidad y el histerismo, en una página muy personal de Montsalvatge. Los glissandi que introducían la voz de Claudio destacaban por la sutileza y la intervención del violonchelo después de la tercera aparición del coro, tan lírica, sonó con aroma de esperanza y un timbre muy bello en medio de una situación tensa entre los dos personajes vivos, Angela y Mario. Pero lo más importante en la ópera: todos estaban al servicio de los solistas.
 
El barítono Carles Pachón (Mario) fue un amante celoso de timbre rugoso pero con un toque de brillo, que demostró carácter y personalidad y gran compenetración con los otros dos protagonistas. Realmente es prodigiosa la madurez que ha alcanzado este joven de insultantes 23 años. Alerta, porque se está moviendo mucho y su sólida técnica apunta una gran carrera. Por su parte, el tenor Marc Sala no deja de sorprenderme positivamente. Acostumbrada a su voz, siempre redonda y de una belleza extraordinaria, se mostró, anoche, más sólida aún, con gran proyección y línea impoluta. El rol le va como anillo al dedo, por fraseo y por encarnar el amor melancólico del estimado que debe morir. Claramente, la voz de Marc Sala iluminó el auditorio cuando comenzó a sonar. Pero no se quedó paso atrás la soprano que interpretaba Angela, Raquel Lojendio. Una voz atractiva y de ancha tesitura, sólida en el centro y deliciosa en los agudos. Supo imprimir el pathos del personaje y ser versátil en las diferentes situaciones que se le presentaban, más desgarradas con Mario, y más cantabile con Claudio. El equilibrio entre las tres voces, cuando sonaban en trío, era impecable. Todo encajaba de forma orgánica, como si fuera natural, escondiendo todas las horas de preparación que hay detrás de una partitura tan exigente como la de Montsalvatge, que pudimos escuchar con Ángeles Blancas la temporada 2014/15 en el Gran Teatre del Liceu con doble programa, incluyendo también la sublime Voix de Poulenc.
 
En definitiva, un espectáculo redondo, donde la música hablaba por sí sola. No echamos de menos todo el revestimiento pictórico, arquitectónico y de diseño de una ópera al uso. En el Petit Palau simplemente había sonido para expresar, con los mínimos elementos, el máximo de expresividad. El Absoluto, como diría el filósofo.


Fotos: Raquel Lojendio, Marc Sala, Carles Pachón

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
ainavegarofes