Critica

Los 3 compositores más programados del mes de diciembre

31-12-2018

Este mes de diciembre ha habido un rey indiscutible en el panorama barcelonés: Rossini, programado por el Gran Teatre del Liceu. L’italiana in Algeri nos ha acompañado entre el 13 al 23 de diciembre con su socarronería y buen humor y una protagonista como Isabella, que seduce a los argelinos. Como se acerca fin de año, los equipamientos se han puesto de gala con los valses y marchas de la familia Strauss, tan prolífica en la Viena imperial. Finalmente, la Orquesta Barroca Catalana ha programado las mejores piezas de Mompou. A continuación conozcamos a los tres protagonistas del mes.

1. Rossini


Stendhal escribía sobre Rossini, 1823: “Después de la muerte de Napoleón, ha aparecido otro hombre del que se habla a diario tanto en Moscú como en Nápoles, en Londres y en Viena, en París y en Calcuta”. Y añadía: “La gloria de este hombre no conoce otros límites que los de la civilización, y todavía no tiene los treinta y dos años”. Era el momento álgido de la carrera artística del compositor, que abandonaría prematuramente la escena por razones aún no del todo claras: en efecto, en 1829 Rossini se retiraba después de estrenar Guillermo Tell, a la edad de 38 años. Los historiadores de la música consideran que el esfuerzo para componer su última gran obra -dejando de lado el Stabat Mater, escrita entre 1831 y 1841- desfondó al artista, que había dado un giro dramático en su estilo, con el fin de adaptarse a los cambios estéticos que se divisaban junto a los cambios políticos de 1830, con la caída de los Borbones en Francia.
 
Guillermo Tell, que en la memoria barcelonesa va ligada a la bomba del Liceu de 1893, es una obra maestra basada en la tragedia de Schiller, muy conocida por su impresionante apertura. En cambio la obra entera se representa raramente, debido a las dificultades de su montaje, con una longitud de casi seis horas -entreactes incluidos- y unas exigencias vocales extraordinarias, ya que, por ejemplo el tenor debe hacer veintiocho dos de pecho. Pero veinte años antes, Rossini ya había triunfado con obras como Tancredi, una ópera seria o L’italiana in Algeri (1813) que maravilló al público por su uso de los recursos cómicos de la escuela napolitana del XVIII y la exageración del ritmo en sus espetaculares crescendi. En 1816 estrenaba en Roma Il barbiere di Siviglia, que doscientos años después sigue cautivando al mundo hasta convertirse en una de las óperas más conocidas del repertorio, con su inspirada comicidad y un surtido de colores orquestales que son un monumento a la joya de vivir.
 
También de 1816 es el Otello, una de las obras más queridas por el compositor, por sus innovaciones técnicas como la participación de tres tenores de peso, la introducción de un tercer acto o la novedad del final trágico. El año siguiente, La Cenerentola, sobre el cuento de Perrault y escrita en tres semanas, presentaba una serie de arias que hay que situar entre las más exquisitas del autor. Después llegarían cuatro óperas serias: la espléndida La gazza ladra (1817), Mosé (1818), dedicada a la que debía ser su esposa, la mezzo y compositora Isabella Cold, La donna del lago (1819), basada en un poema de Walter Scott y que marca el inicio del Romanticismo en el compositor -y también el inicio de una veintena de óperas italianas inspiradas en Scott en los siguientes veinte años- y Semiramide (1823), que según Roger Alier anticipa a Bellini. Tras pasar a Viena, donde conoció Beethoven (1823), Rossini fue contratado por el gobierno francés y se estableció en París donde estrenaría Le conte d’Ory (1828).
 
Con la estabilidad económica alcanzada y el cansancio acumulado en componer más de cuarenta óperas en una veintena de años, “El cisne de Pesaro” dejaría la escena bruscamente, después de Guillermo Tell, coincidiendo con la irrupción de Donizetti y Bellini y seguramente impresionado por el éxito que tenían. Años después, en una conversación con el tenor montpellerese Adolphe Nourrit, que había estrenado Le conte d’Ory y Guillermo Tell, Rossini confesaba: “El público no puede admitir que esté cansado de trabajar para él, pero os juro que estaba cansado y necesitaba volver a Italia, mi querido país (…). Un éxito no añadiría nada a mi gloria y, en cambio, había la posibilidad del fracaso”.

 

2. Familia Strauss

La estirpe vienesa de los Strauss es conocida mundialmente por ser los proveedores de casi todas las piezas del Concierto de Año Nuevo (Neujarhskonzert), que desde 1939 se ofrece la mañana del 1 de enero en la Musikverein de Viena, con una audiencia estimada de unos mil millones de espectadores. Por lo tanto, es muy difícil competir en popularidad con la música de Johann Strauss (padre), Johann Strauss (hijo), Josef Strauss y Eduard Strauss.
 
De formación autodidacta, Johann Strauss (padre), nacido en la capital austriaca en 1804 -donde también moriría el 1849- pronto demostró su talento, al fundar su propia orquesta a los veintiún años, y cuando con sólo treinta -un años alcanzaba el cargo de director de la música de baile de la corte imperial de Francisco I. Su obra más popular es la Marcha Radetzky, que cierra apoteósicamente el Neujahrskonzert entre los aplausos al compás del público que invariablemente es dirigido por el director de la orquesta. Pero aparte de esta inolvidable pieza, hay que recordar este compositor como el verdadero impulsor del vals vienés a partir del Ländler, una danza tradicional campesina -aunque los orígenes de este baile es todavía ampliamente discutido. Entre los valses más celebrados está el Carnaval vienés, La vida es un baile, el Vals de Elisabeth o el Homenaje a la reina Victoria.
 
Además, compuso un buen puñado de galopes, las danzas rápidas en tiempo de 2/4 nacidas en Hungría (Champagnat-Galopp, Seufzer-Galopp, Fortuna-Galopp o Indianer-Galopp) y de polcas, las danzas rápidas de origen bohemio: Sperl-Polka, Wienner Kreutzer-Polka o Marianka.
 
Este año, que se ha celebrado el cincuenta aniversario de 2001. Una odisea del espacio, hay que recordar que cuando Stanley Kubrick muestra la majestuosa evolución de la nave Orion a través del espacio infinito lo hace con el Danubio azul, de Johann Strauss hijo, y parece imposible encontrar un fondo musical más elegante y majestuoso. En la secuencia de los simios que descubren el misterioso monolito, el tema musical es el primer movimiento de Also sprach Zaratustra, de otro Strauss que no es de la estirpe vienesa, aunque sería director de la Ópera de Viena entre 1919 y 1924: el muniqués Richard Strauss.
 
A pesar de la prohibición expresa de su padre, que quería que fuera banquero, Johann Strauss hijo (1825-1899) se consagró a la música y escribió más de 500 composiciones. De entre sus 150 valses destaca An der schönen blauen Donau, del año 1867, que invariablemente nos evoca el esplendor de la corte imperial de Franz-Josef y Sissí, pese a que el músico había participado en los disturbios antimonárquicos, cuando había dirigido la interpretación de la marsellesa, el himno revolucionario por excelencia. Tras su rehabilitación política se convertiría el compositor más popular de la música de baile de la segunda mitad del siglo XIX, con admiradores como Richard Wagner, Johannes Brahms o Richard Strauss, por valses como Cuentos de los bosques de Viena, Sangre vienesa, Vida de artista, El vals del emperador o Sueños de primavera. Offenbach le animó a cultivar la opereta vienesa, en tres actos, con alternancia de los fragmentos hablados con los cantados, donde alcanzó éxitos como Die Fledermaus (El murciélago, 1874) y Der Zigeunerbaron (El barón gitano, 1885). También escribió polcas, cuadrillas y otras danzas de salón.
 
Josef Strauss (1827) estaba destinado a la carrera militar, pero cuando su padre cayó gravemente enfermo, en 1853, dirigió la orquesta familiar y se animó a escribir Die Erst und letzten (La primera y la última), lo que sugiere que su paso por la música debía ser fugaz, dado que era un ingeniero y matemático talentoso. Finalmente se decantó por la composición y escribió valses como Perlen der Liebe (Perlas de amor, 1857), Wiener Couplets (Parejas vienesas, 1863), Delia (Delirios, 1867) o Sphären- Klänge (Música de las esferas, 1868 ), unas piezas con cierto carácter melancólico que las distinguen de las de sus hermanos. Entre sus polcas-mazurcas destacan Die Libelle (La libélula, 1866) y Die Emancipierte (La mujer emancipada, 1870). Su muerte prematura a cuarenta y tres años, probablemente debido al maltrato a manos de soldados rusos en Polonia, malogró su innegable talento musical. En cuanto al más joven de los Strauss, Eduard, dejó de lado la carrera diplomática en la que la había destinado su padre para suceder a su hermano Johann en la dirección de la Orquesta Strauss, en 1870, hasta su disolución en 1901. Fue compositor de valses como Interpretation y Verdicte Walz y de polcas como Knall und Fall y Saat und Ernte.
 

3. Frederic Mompou

 
Frederic Mompou (Barcelona, ​​1893- 1987) ha sido uno de los compositores más importantes de la música catalana, con una sólida obra para canto y piano o para piano solo que puede situarse entre las más destacadas del panorama internacional en su ámbito. Hijo de un fundidor de campanas barcelonés, a menudo busca el acorde metálico que definía como “el símbolo de toda mi música”. En 1911 realiza el obligado viaje a París que en aquel tiempo tenía que hacer todo artista catalán y durante veinte años alternó la vida entre Barcelona y la capital francesa, lo que le permitía cultivar una rica vida interior en la soledad de las masas urbanas, una de las claves de su modernidad. Después de las primeras obras para piano, Impresiones íntimas (1911-1914) y Pesebres (1914-1917), que sientan las bases de su estética intimista y sincera, en busca de la claridad, llegarían los Cantos mágicos (1919), Charmes (1920) y Cuatro glosas sobre canciones catalanas (1920), que supondrían la proyección internacional del músico al concierto parisino de su maestro Ferdinand Motte-Lacroix. Su estilo ya está marcado por el peso de la música tradicional catalana, reinterpretada con rigor, técnica y sensibilidad, y con la influencia afrancesada de Satie y Debussy.
 
Después de una cierta crisis creativa de los años 30, entre 1942 y 1948 escribe Combate del sueño, sobre poemas de Josep Janés, que se inicia con el soberbio lied Encima de ti, sólo se flores, y hacia finales de los 50 iniciaría su obra maestra, Música callada, inspirada en San Juan de la Cruz, cuatro cuadernos con veintiocho piezas creadas durante ocho años (1959-1967) que son una síntesis de su pensamiento musical. En palabras del propio Mompou, “contienen toda la esencia de mi música (…), el reflejo de mi búsqueda de la forma concreta”. Con su brevedad y austeridad son una forma de ascetismo musical que aún inspira a los jóvenes músicos.
 
Los años 70 escribe series de canciones sobre poemas: Becqueriana y Cinco canciones sobre textos de Paul Valéry, además una Pastoral para órgano (1972) y la cantata para niños El pájaro dorado (1971). En 2001, George Mraz, Richie Beirach y Gregor Hübner publicaban el disco Roun about Mompou, una relectura de la Música callada en clave de jazz que denota la actualidad del compositor.


Fotos: Rossini, Richard Strauss (Wien), Mompou


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
ainavegarofes