Critica

Kožená acompaña a Uchida

19-01-2019

Este jueves 17 de enero en el Palau de la Música Catalana pudimos disfrutar de un estimulante concierto de lied a cargo de Magdalena Kožená y Mitsuko Uchida, en el que la mezzo hizo un buen papel bajo la estelar actuación de la pianista. Interpretaron ciclos de canciones de Schumann, Wolf, Dvořák y Schönberg.

Del mismo modo que el martes en el Petit Palau nos preguntábamos si el sold-out de Víkingur Ólafsson se debía al pianista o al compositor que interpretaba, Philip Glass, el jueves en la sala grande pasó exactamente lo mismo. De hecho, afirmamos que el público estaba dividido entre los incondicionales del lied (y esto incluye Kožena) y los seguidores de la pianista Mitsuko Uchida que, través de una carrera que combina con la misma excelsa calidad la cámara y la vertiente solista, le ha llevado a trazar una trayectoria sin fisuras, recogiendo reconocimientos importantes en Europa y Estados Unidos.
 
Mitsuko Uchida mantuvo un altísimo nivel durante todo el concierto. Con su expresión entre extática y sobrecogedora destiló un sonido profundo y medido, no sin momentos de arrebato, atento al carácter de cada pieza. El ataque de Uchida es firme y preciso, con un control absoluto de los reguladores y las diferentes texturas y planos sonoros. Uchida es una pianista creativa, expresiva, comunicativa, sensible y meticulosa, y todo ello la hace estimulante y atractiva, casi magnética. De aquellos talentos naturales que te envuelve con su aura casi mística y que, dentro de unos años, será mítica y quedará en nuestra memoria, con grabaciones tan célebres como el del Concierto para piano de Schönberg con Pierre Boulez para DECCA, con quien tiene contrato de exclusividad.
 
La mezzosoprano Magdalena Kožená tiene una técnica cuidadosa y forjada junto a los mejores directores -Abbado, Boulez, Dudamel, Gardiner, Haitink, Harnoncourt, Jansons, Mackerras y Norrington- y célebres pianistas que le han acompañado en su carrera, como Barenboim, Bronfman, Martineau, Schiff y Uchida. Todo este bagaje la convierte en una sólida cantante que, podríamos decir, resulta ser una apuesta firme, con sus luces y sombras. Las luces son el extremo dominio del repertorio de su tierra, Chequia, especialmente de Dvořák y Janáček, y las sombras, en el concierto, fueron un Schumann y un Wolf faltos de carácter y con un tono relativamente plano.
 
La primera obra que se interpretó fueron los Gedichte der Königin María Stuart, op. 135 de Schumann, formado por “Abschied von Frankreich”, donde Kožena comenzó a calentar motores, “Nach der Geburt ihre Sohn”, con un final un poco agresivo por parte de la mezzo; en “An die Königin Elisabeth”, la voz ya estaba más ubicada y el timbre robusto y hermoso de la mezzo pudo lucir con facilidad para luego despedir el mundo en “Abschied von der Welt” y cerrar el ciclo con “Gebet”, que acaba con una frase de apertura y luz. El Romanticismo más clásico se manifestó encima del escenario, con la justa medida entre el apasionamiento y la sutileza de los matices.
 
Wolf nos brindaba una obra juguetona, una recopilación de los Mörike-Lieder (IHW 22), ofreciendo muchas posibilidades expresivas que Kožena no supo aprovechar del todo. La primera pieza interpretada, “Begegnung” (num. 8) es casi un aforismo, con una línea melódica bien conducida; y del arrebato pasamos a la emotividad de “Nimmersatte Liebe” (núm. 9), que comienza con un pianissimo sutil donde confluían dos planos sonoros. La canción del el elfo ( “Elfenlied” núm. 16) adoptó el carácter divertido que le corresponde, en un ciclo que recoge diferentes estados de ánimo y colores sonoros. “Verbogenheit (núm. 12)” sonó muy lírica y “Wo find 'ich Trost”, núm. 31, con mucha pasión por parte de ambas artistas, y en “Auf ein altas Bild”, núm. 23, el piano se reveló como un instrumento soberbio. Tras un correcto “Lebe Wohl”, núm. 36, en “Nixe Binsefuß, núm. 45, supieron imprimir -especialmente el piano- el carácter burlón, con una melodía en el teclado que parecía como si un conejo persigue una zanahoria, sin acabarla de coger, con escalas ascendentes muy bien concebidas, y con una voz más interválica. El ciclo terminaba con “Abschid”, núm. 53, un vals magnífico que resultó atractivo.
 
En la segunda parte pudimos ver la Kožena de sonido más exuberante y gran presencia escénica, con obras de Dvořák y Schönberg, que requieren una especial implicación emocional por parte de la cantante. Nacida en Brno, la mezzosoprano tenía un control absoluto de la obra de su compatriota, que oscil.la entre el arrebato y la cordura. De hecho, su versión es una de las de referencia. Las canciones del ciclo Písnē milostné, con textos de Gustav Pfleger-Moravsky, giran alrededor del amor y son una buena muestra de la confluencia entre el pangermanismo y el paneslavismo, con pinceladas folclóricas. Fue una interpretación con carisma y gracia, apasionada y vivaz que acababa con un toque impresionista en el último lied, donde el sonido el piano parecía gotas de rocío al amanecer, una pizca sonora encantadora.
 
Y, finalmente, los Brettl-Lieder de Schönberg fue la parte más gustosa del concierto. Las dotes actorales aumentaban, y Kožena mostró una dicción envidiable y una total soltura con la página, que Uchida conoce tan y tan bien. El tándem fue perfecto, y estas canciones de cabaret sonaron frescas, enérgicas, incluso magnéticas, y arrancaron más de una sonrisa. La parte del Sprechstimme estuvo muy bien abordada y el piano estuvo maravilloso. ¿Por qué nos gustó tanto? Quizás porque era Schönberg (no puedo ser imparcial), quizá porque son los Brettl-Lieder, con la voz de Kožena, con el talento de Uchida. Todo ello. Las propinas fueron muy acertadas, Janáček y Schumann, para cerrar el círculo. Dos momentos de cielo más que quedarán en la memoria de los amantes de la buena música y del más auténtico Romanticismo maduro.

Fotos: Mitsuko Uchida, Magdalena Kožena.

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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