Critica

Las perlas barrocas de Arcangelo

20-01-2019

Este miércoles 16 de enero, el conjunto Arcangelo, bajo la dirección de Jonathan Cohen y junto con la soprano Emöke Barath y el contratenor Maarten Engeltjes interpretaron obras de Nändel, Vivaldi y Pergolesi dentro del ciclo de Música Antigua de L’Auditori.

La música del Barroco es tan ligera y a la vez llega tan adentro que parece que no se tanga que terminar nunca. Es una música dorada, con resonancias aristocráticas que invita a la escucha atenta y una contemplación admirada, a un silencio profundo y con un respeto pausado. La programación de tres de los grandes maestros de este estilo y la interpretación de músicos de prestigio y reconocimiento internacional era una combinación que tenía que funcionar necesariamente. Silete venti y el Concerto Grosso en Fa mayor de Händel, Cessate Omai, cessate y el Concierto para dos violines en La menor de Vivaldi y, finalmente, el Stabat Mater de Pergolesi -la obra central del concierto- fueron desfilando entre las butacas de la Sala Pau Casals.
 
Desde un escenario que quedaba muy ancho y seguramente poco recogido por el estilo de música que se estaba interpretando, Arcangelo transportó a un público expectante hasta el mundo barroco de principios del siglo XVIII. Seguramente, el uso de instrumentos históricos puede suscitar polémica entre los melómanos, pero la interpretación del conjunto británico especializado, precisamente, en música antigua, fue bastante más que adecuada. Arcangelo, que ha actuado en algunos de los festivales y salas de conciertos más importantes de Europa y los Estados Unidos y ha recibido elogios de críticos de todo el mundo, ejecutó las piezas con conocimiento, destreza y buen gusto y saber convencer a todos aquellos que los estaban escuchando de la capacidad emotiva de la música que estaban haciendo.
 
Habría que felicitar muchas de las apuestas del conjunto; desde la expresividad respetuosa con la música barroca hasta la delicadeza de los finales de cada movimiento, pasando por la dirección y proyección de unas notas largas que llegaban al tuétano – dentro del Concerto Grosso en Fa mayor, cabe destacar un solo dulce y presente en la justa medida del oboe y un momento de gran calidez en que las cuerdas más graves tuvieron unos compases de especial protagonismo -o el contraste de dinámicas en diferentes momentos del concierto y la precisión de los pasajes rápidos- los violines sobresalieron en diferentes momentos de más virtuosismo.
 
Desde el clavicémbalo, Jonathan Cohen prácticamente sólo dirigía con la mirada y la respiración y los músicos respondían con compenetración y homogeneidad. Con las indicaciones justas pero a la vez marcadas con carácter y energía, el músico británico conectaba con complicidad con un conjunto que fundó él mismo hace apenas 8 años.
 
En cuanto a la parte vocal, Emöke Barath en Silete venti de Händel nos regaló unos pianos delicados, con cuerpo y profundidad y un registro agudo con más proyección, brillante y lleno. Con una voz vibrada y una puesta en escena expresiva, comenzó el concierto con la soprano húngara fue un acierto. Hubo algún momento de pregunta respuesta con el oboe realmente muy bonito, pero de su primera intervención cabe destacar especialmente el Alleluia, lleno de melismas muy difíciles que hizo fáciles, ágiles y ligeros.
 
Maarten Engeltjes interpretó el Cessate Omai, cessate de Vivaldi con un color maduro y trabajado, un volumen de voz muy presente y la voluntad de hacer llegar el texto al público a través de una explicación musical cuidada y de una gestualidad especialmente destacada. Defendió con gran rigor técnico unos saltos melódicos que bajaban prácticamente a la voz de pecho y subían especialmente en el segundo movimiento con dibujos ornamentales melismáticos. El contratenor holandés resolvió con elegancia algún momento a capella más acusado e hizo llegar a la sala los contrastes dinámicos de la obra para acabar con un dramático «vendetta farò».
 
La segunda parte comenzó con el Concierto para dos violines en La menor de Vivaldi con un color barroco, unos trinos y brodedures detalladas y unas notas que resonaban ligeras y llenas de aire. Los dos violines solistas, Louis Creach y Tuomo Suni, crearon un diálogo sonoro con pasajes de vértigo, en el caso del concertino, y una narrativa muy bien llevada, en el caso del segundo violín, que fue aplaudido fervorosamente por el público.
 
A continuación, debido al cambio logístico del clavicémbalo por el órgano, los músicos salieron de la sala, se pusieron sillas (finalmente habían puesto una de más) y atriles y se produjo una pausa incómoda que quizás se podría haber organizado de otro modo. Con todo, volvieron a entrar músicos, cantantes y director para reanudar el concierto con la protagonista de la noche: el Stabat Mater de Pergolesi.
 
Enseguida se hizo evidente por qué había invitado a Barath y Engeltjes: con un timbre envolviente que hacía encajar las dos voces y la destreza que nos habían demostrado en la primera parte, interpretaron una obra por todos conocida y, por tanto, con la que era difícil sorprender. Quizás se echó en falta un poco más de recorrido dinámico a las notas largas del principio y algunas vocales tenían un resultado algo pesado por el tipo de sonido elegido pero en general fue un muy buen final de concierto con algunos pianos muy cuidados, una energía innegable y que terminó con un amén a lo que el laúd ayudó a dar un carácter de vigorosa energía. Encantado, el público pidió un bis y con la repetición del «Fac ut Arde corazón meum» se dio por terminado un concierto que estuvo lleno de pequeñas perlas en todo momento, las perlas barrocas de Arcangelo.


Fotos: Arcangelo

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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