Critica

Caminos de polvo

23-01-2019

“Lloro con la más profunda emoción cada vez que pienso en el hombre que lo es todo para mí. Ya no poseo ni pies ni corazón. Son de su propiedad, dueño mío. Sólo me quedan dos manos, las desea también? “(Carta de Richard Wagner a Giacomo Meyerbeer, 3 de mayo de 1840).

Frecuentemente se ha presentado a Richard Wagner como un oasis en medio del convulso siglo XIX. Un compositor aislado en un panorama operístico decadente y con unas poquísimas influencias musicales: nadie olvida del genio inspirador de Beethoven, que por otra parte nunca llegó a ser un gran operista. Bayreuth, el santuario wagneriano, sólo ha permitido que en contadas ocasiones la última sinfonía del genio de Bonn fuera interpretada en su sagrado escenario, estableciendo así una conexión única pero del todo incompleta. Incluso las puertas del veraniego festival permanecen cerradas a gran parte de la juvenil producción del propio Wagner, pretendidamente indigno de ser tenida en cuenta.

Pero para llegar a la música del futuro, la obra de arte total wagneriana que tanto nos sigue fascinante aún hoy, hay que recorrer un largo camino, embarrado, polvoriento y lleno de miserias que el mismo compositor, de una forma bastante peculiar ( dejémoslo así …), explicó en su autobiografía. Obviar este angosto recorrido es dar una visión sesgada y parcial de uno de los mejores compositores de la historia de la ópera. Quizás el caso de Meyerbeer es un ejemplo paradigmático en este recorrido wagneriano, que pasó de una admiración casi psicótica a un rechazo total igualmente enfermizo. Pero la lista de influencias y paral • lelismes en Wagner es numerosa, como también lo es todo el legado que el compositor dejó detrás.

Por lo tanto, aplaudimos la iniciativa que ha tenido el Gran Teatro del Liceo en programar a su foyer el concierto “Voces blancas y el caminos hacia Wagner”, con la interpretación del coro femenino de la casa. Un concierto que nos hizo añorar aquellas veladas pasadas al mismo foyer, “Alrededor de …”, que ofrecían interesantes perspectivas paral • paralelas en torno a las obras que se representaban a la gran sala. Fue una de las primeras cosas que la crisis se llevó de la programación del teatro. También lamentamos la ausencia de Wagner en la programación de la temporada actual de un coliseo tan wagneriano como el Liceo.

Pero por estos caminos, como hemos dicho, bastante polvorientos (también para el mismo Liceo), otras cosas se han perdido y sólo al comenzar el concierto, con el coro de Los maestros cantores de Núremberg fuimos conscientes: el coro del teatro necesita una renovación y dotación urgente. Con el paso de los años y la disminución de recursos, el coro ha ido descendiendo por un camino, además de polvoriento, en pronunciada pendiente. El exigente programa del concierto del pasado viernes fue la “prueba del algodón” para el coro: sin la gigantesca orquestación wagneriana donde disimular sus carencias, un solitario piano acompañaba un coro menguado y envejecido, con unas sopranos de canto estridente. El algodón, por tanto, mostró sin piedad la dejadez de los últimos años. Afortunadamente, la conducción detallista y expresiva de la directora del coro, Conchita García, evitó que el concierto cayera en el tedio de una presentación inconexa y plana de fragmentos corales. No podemos más que agradecer su labor durante estos años tan complicados.
 
Nos hubiera gustado ver en el concierto el nuevo flamante director artístico, que tantas esperanzas ha levantado, pero que tan poco se ha posicionado en torno a los cuerpos estables del teatro, coro y orquesta, lo que hará que el Liceo recupere su lugar en el panorama internacional que nunca debería haber perdido. De poco servirán las aisladas actuaciones de las grandes estrellas si lo que las rodea no está a la altura de un teatro de primera categoría.
 
La primera parte del concierto estuvo dedicada a algunos de los compositores que influyeron en Wagner en su camino al triunfo. Al coro wagneriano de evidente eco bachiano sucedieron páginas de autores como Beethoven, los italianos Bellini y Donizetti, así como un par de ejemplos de la vocalidad francesa con dicho Meyerbeer y Berlioz. Quizás lo más destacable de esta primera parte (y quizás de todo el concierto) fue la delicadeza con la que se interpretó la bellísima La muerte de Ophélie del último compositor, con un pianísimo final extraordinario que el corazón ejecutó de forma magistral. Sin embargo, la interpretación del resto de obras no pasó de la corrección.
 
La segunda parte del concierto, aquella dedicada a los contemporáneos de Wagner, se inició con la adaptación que Liszt hizo del lied de Schumann “Widmung” (Dedicatoria), a cargo del pianista acompañante de la velada, Josep Buforn. Este momento fue el más destacado de su participación, que se caracterizó por una excesiva uniformidad entre la larga lista de autores que componían el programa, en unas interpretaciones poco pulcros y excesivamente nublada por el uso excesivo del pedal. No estaba quizá tan preparada su labor de acompañante como la de solista?
 
El concierto continuó con una versión muy incisiva y de dicción perfecta del coro de brujas del Macbeth verdiano y algunos ejemplos franceses de Fauré, Massenet, así como los coros femeninos de Samson et Dalila y Carmen que inexplicablemente el programa de mano no incluía y que tampoco el presentador del acto, Pol Avinyó, informan como hubiera sido deseable.
 
La última parte estuvo dedicada íntegramente a Wagner, abriéndose con el soñador y fantasioso corazón de Die Feen (Las hadas), la primera y olvidada ópera del compositor y que nos hizo desear su presentación al propio Liceo, donde permanece aún inédita . Siguio un fragmento de Rienzi donde desgraciadamente se volvieron a poner en evidencia las carencias del corazón, sobrepasado por la exigente escritura wagneriana, en unos pasajes en canto a capela donde permanecía frecuentemente sin el apoyo pianístico. Seguramente el cansancio de las voces también empezaba a hacer presencia en las últimas páginas del concierto, que finalizó con los mucho más conocidos coros femeninos de El holandés errante y Tannhäuser, además de la propina de Parsifal. Esta última nos llevó a la memoria la última excelente prestación que el coro llevó a cabo en esta espiritual y etérea ópera en el ya lejano 2011, aspectos que se añora en la interpretación del viernes.
 
El uso del atril durante todo el concierto fue un handicap añadido en contra de una expresividad que habría ganado volada prescindiendo de las partituras. Durante toda la velada nos sorprendió la atenta mirada a la dirección de una pequeña cantante del coro, que apenas utilizaba partitura, como hubiera sido deseable observar en el resto de algunas de sus compañeras. Al finalizar el concierto descubriremos que Teresa Casadellà se jubilaba al terminar la tanda de representaciones de Madama Butterfly, después de casi 40 años de servicio en el coro del teatro. Nuestras felicitaciones por el trabajo realizado y los años dedicados a estos caminos a veces polvorientos por donde transcurre el mundo de la ópera

Fotos: cambra liceu, Wagner

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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