Critica

La novena de Mahler llega a Barcelona

22-01-2019

El pasado 17 de enero el ciclo creado por Ibercamera que invita a las mejores orquestas internacionales a Barcelona, llevó a L’Auditori de Barcelona la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf y su director Adam Fischer para ofrecer la monumental novena sinfonía de Gustav Mahler al público barcelonés.
 
 

El público barcelonés, que tristemente hizo sonar un par de teléfonos móviles en los momentos menos adecuados, acogió la reconocida Orquesta sinfónica de Düsseldorf y al director húngaro Adam Fischer, que se colocó al frente de la orquesta para dirigir la Sinfonía nº9 en re mayor, escrita en los años 1909-10, y terminada un año antes de la muerte del compositor, que moriría antes de verla estrenada. No es ningún secreto que la novena sinfonía dibuja, describe y habla de la muerte, la muerte como concepto, como sensación, como experiencia; tanto si se leía el programa de mano como si no, la sensación llegó de manera clara en el patio de butacas, como si se tratara de un cuento musical que se fue desplegando en los oídos de los que tuvimos la suerte de escucharlo.
 
Las primeras notas que sonaron en la sala fueron perfectamente dibujadas por una orquesta que demostró una delicadeza y una contención que sobrepasaban las cualidades acústicas del auditorio barcelonés, que se quedó corto a la hora de dar cabida a la inmensidad sonora de la orquesta alemana.
 
Tras la calma inicial del primer movimiento de la sinfonía – Andante comodo – la orquesta se sumergió en un torbellino acústico que aportó aún más dramatismo a la velada, y que se fue combinando, a lo largo de la media hora que duró el primer movimiento, con la atmósfera onírica y tranquila del inicio de la sinfonía, creando un juego magistral de dinámicas y melodías; transportando el público al pasado del compositor, a melodías que los más melómanos reconocerían otros sinfonías, esbozando el dossier sonoro de Mahler en toda su grandeza, un catálogo lleno de dramatismo, lleno de armonías propias del cambio de siglo y de diálogos entre la tradición y la modernidad. El primer movimiento, interpretado magníficamente por la orquesta, hizo gala de una fantástica sección de violonchelos y en general de cuerdas, encabezada por la concertino Franziska Früh, pero también de una espléndida sección de flautas, que curiosamente era del todo femenina.

El segundo movimiento – Im Tempo eines gemächlichen Ländlers. Etwas täppisch und sehr derb (al tiempo de un Ländler cómodo. De alguna manera torpe y robusto) fue abordado de manera clara y robusta, tal como marca el epígrafe del movimiento; el ritmo acompasado de la primera danza dejaron atrás el dramatismo del primer movimiento sin alejarse de la solemnidad.
 
Fischer, fatigado por el esfuerzo de la primera parte del concierto, dirigía mientras cogía de la barandilla del podio y la orquesta le seguía fielmente al ritmo que rápidamente se convirtió en un segundo motivo, mucho más rocambolesco y eufórico que el primero. Esta segunda danza dió paso a otro motivo que rayó el de una danza macabra, danzas todas ellas que acababan siempre volviendo a la tranquilidad del inicio, a la danza germánica y sinfónica que tanto había caracterizado las primeras obras de Mahler. Fischer acentuó magistralmente los distintos motivos del movimiento, que se fueron sucediendo unos y otros.

El tercer movimiento de la sinfonía o Rondo-Burleske: Allegro assai. Sehr trotzig, seguro fue obstinado, y desde un buen inicio. Los vientos metales dieron el disparo de salida y la sección de cuerdas se adhirió formando un conglomerado sonoro que recuperó el espíritu sinfónico del primer movimiento, citando motivos del mismo compositor, transformando melodías y frases en algo casi rayando la comicidad y la euforia.
 
Los ritmos trepidantes del segundo movimiento quedaron atrás para convertirse en un monumento sinfónico a gran escala; la complejidad armónica se hizo patente con el gran trabajo de la orquesta y su director, que fueron extendiendo motivos, frases, armonías y ritmos como si talmente se tratara de un cuento. El dibujo dramático entre algo oscuro y algo luminoso, ya esbozado en el primer movimiento, regresó en este tercero para construir una atmósfera delicada y sólida a la vez, angustiante y optimista, que terminaría en una apoteosis armónica casi inmejorable.
 
El último movimiento – Adagio. Sehr Langsam und noch zurückhaltend (muy lento y aún ritenuto) – fue interpretado de una manera exquisita y creando una tensión que era casi palpable en el auditorio. Fischer y la orquesta se adentraron en un abismo armónico que dejó atrás la efusividad rítmica y profundizó en algo etéreo, dramático e intenso, algo que pareció un regreso a la música más pura del romanticismo. Las cuerdas hicieron gala de unos solistas excelentes, los vientos – madera y metal – no se quedaron nada atrás, y poco a poco se desarrolló el último movimiento de la sinfonía. Fischer lo fue estirando como si se tratara de algo elástico y delicado, creando un sonido perdurable, incesante, casi teatral.
 
Ni que decir tiene que los aplausos no se hicieron esperar, de hecho llegaron demasiado pronto por el gusto de algunos; y el viaje musical que dibujaron la Orquesta Sinfónica de Düsseldorf y Adam Fischer seguro que no dejaron a nadie indiferente. La desesperación contenida de Mahler nos acompañó de camino a casa.


Fotos: Düsseldorfer Symphoniker.

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