Critica

El destino según Brahms

27-01-2019

El pasado 25 de enero l’Auditori de Barcelona recibió un conjunto creado para la ocasión en que se encontraron la OBC, el Coro Madrigal y el Coro de Cámara de Granollers bajo la batuta del director alemán Hartmut Haenchen. Las obras escogidas fueron la sinfonía Renana de Schumann, las piezas para voces y orquesta Mar tranquilo y Próspero viaje de Beethoven, y Nanie y La canción del destino de Brahms.

El repertorio escogido para la velada en L'Auditori acotaba todo el siglo XIX, desde sus inicios beethovenianos hasta el cambio de siglo anunciado por Brahms. Así pues, la OBC salió al escenario y seguidamente entró el director invitado Hartmut Haenchen para empezar a interpretar la primera pieza de la noche, la Sinfonía nº3 en Mi bemol mayor, op. 97 “Renana” escrita por Robert Schumann.
 
Las primeras notas de la Renana sonaron tímidamente en la sala, precisas pero con poca fuerza, en ningún momento vigorosas. Así se nos presentó la sinfonía que encabezaría un programa de lo más romántico, con obras de los compositores más capitales del repertorio alemán y por ende occidentales.
 
El primer movimiento de la sinfonía Lebhaft – enérgico – fue verdaderamente contenido, sobre todo en cuanto a la sección de cuerdas; la sección de vientos y en concreto las trompas se lucieron con un sonido brillante y enérgico que hizo despertar los ánimos del auditorio, que tristemente no estaba muy lleno.
 
La sinfonía se fue desplegando y llegó el turno del segundo movimiento que Schumann decidió escribir, creando una cierta confusión para las mentes clásicas, en forma de Scherzo, sehr Mässig. Este juego musical que parece tomar la forma de un ländler o canto alpino no llegó tampoco a llenar la sala con un sonido potente, sino que mantuvo la atmósfera ensordinada del inicio, exceptuando los pocos pasajes del viento metal en que trompas y altri parecían lucirse más que el resto.

El tercer movimiento fue abordado lentamente, tal como dice su nombre Nicht schnell – no muy rápido -, corroborando el tono contenido de la velada y tristemente, el sonido apagado de la orquesta en general. El cuarto movimiento o Feierlich fue abordado de manera distinta, como si el rumbo de la velada empezara a cambiar. Haenchen pareció insuflar dramatismo a la orquesta y la sala se llenó de tragedia, de un sonido más lleno que fue in crescendo hasta el extraño cambio de movimiento que Schumann ideó para su tercera sinfonía que, en vez de tener los cuatro movimientos habituales, acabó teniendo cinco y bien desordenados para las mentes más conservadoras.
El quinto movimiento de la sinfonía – Lebhaft – fue embestido por la orquesta de manera magistral, convirtiendo el sonido inicial del concierto en algo más dramático, vigoroso y dinámico.
 
Tras la pausa subieron al escenario el Coro Madrigal y el Coro de Cámara de Granollers para entonar los primeros versos de Meer stille (mar tranquilo) y Glückliche Fahrt (próspero viaje), dos piezas muy poco conocidas de Beethoven. La atmósfera inicial del concierto pareció volver para empezar esta segunda parte de la velada, que tomó un corte clásico y aún más tranquilo, del todo stille y del todo marítimo. Ambas piezas demostraron que el conjunto coral era de un altísimo nivel, lo que quedó patente en las dos últimas piezas del concierto.

Tras Beethoven fue el turno de dos fantásticas piezas para voces y orquesta del romántico Brahms: Nanie y el Schicksalslied o canción del destino. Sin rodeos, la primera fue un descanso para los amantes del romanticismo que nos encontrábamos en la sala. Los que queríamos tensión, emotividad y pasión desenfrenada empezamos a disfrutar con Nanie, el canto fúnebre dedicado a la muerte y los dioses olímpicos escrito por Friedrich Schiller y musicado por Brahms. El canto de lamento demostró una gran potencia vocal de ambas corales presentes, pero también probó que la letanía inicial de la orquesta no era resultado de la incapacidad interpretativa.

Cuando llegó el turno del Schicksalslied la sala se encontraba inmersa todavía en un clima poderoso y conmovedor, y se adentró aún más en ello a medida que se fue dibujando el lied, un poema escrito por Friedrich Hölderlin y musicado décadas más tarde por Johannes Brahms. La emotividad romántica que había ido escondiéndose a lo largo del concierto quedó descubierta en la pieza final, como si fuera un regalo del destino. Haenchen dirigió magníficamente la orquesta y la alianza coral a través del viaje armónico de la composición de Brahms, una pieza que consiguió satisfacer los espíritus más románticos de la sala.

Fotos: Hartmut Haenchen, OBC. 
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