El primer concierto del año de la temporada de Palau 100 ha ido a cargo del Balthasar Neumann Chor und Orchester, dirigidos por Thomas Hengelbrock. Lo hizo con un programa espléndido que incluía una de obras más míticas e inmensas de la historia de la música: el Réquiem KV 626, de Mozart. Fue un concierto eminentemente sacro, ya que la obra que precedió el Réquiem fue una misa de Johann Caspar Kerll, compositor alemán del siglo XVII. Hengelbrock optó por interpretar ambas obras encadenadas, sin que los aplausos pudieran interrumpir el misticismo que ambas piezas emanan. Podemos decir que consiguió del todo el efecto catártico que pretendía.
La tarea de
Thomas Hengelbrock, más allá de la dirección, se extiende a la investigación musicológica, y es por eso que se encarga de desenterrar compositores olvidados. Es el caso de Johann Caspar Kerll, un músico muy viajado, autor de un catálogo extenso que incluye quince misas. La que pudimos oír fue la
Misa Superba, una composición polifónica con un marcado carácter contrapuntístico que Hengelbrock supo remarcar, con una distinción nítida de todas las líneas vocales. El
Balthasar Neumann Chor dió una actuación precisa y exacta, y en perfecta armonía con la orquesta. Los solistas eran miembros del coro que mostraron el alto grado de excelencia de los cantantes de esta formación. La dirección de Hengelbrock impregnaba la misa de Kerll de profundidad, asomándose a un abismo espiritual.
Sin solución de continuidad, después del
Agnus Dei de la
Misa Superba arrancó el
Introitus del Réquiem mozartiano. Fue un cambio de estilo hecho con naturalidad; una transición. Mozart, que ya no es un compositor barroco, interpretado con instrumentos de época, suena un poco diferente a como lo podemos sentir la mayoría de veces, con un sonido más oscurecido, más seco, más austero. Hengelbrock dirigió un Réquiem empapado de sobriedad, del todo adecuada para la imponente misa de difuntos que Mozart dejó inacabada.
Thomas Hengelbrock estaba del todo absorbido por aquella música; sólo había que verle la expresión facial. Estuvo especialmente brillante en los pasajes rápidos, sobre todo el
Dies irae y el
Rex tremendae, en que la furia que se le leía en el rostro se traducía en un ritmo rápido y un sonido potente y encendido que se notaba de manera destacada en los golpes de los timbales. Ya al final de la obra, el abordaje del
Agnus Dei tuvo también esta furia, que luego se disipaba en el el legato más delicado y estilizado. En cambio, un pasaje plácido como el
Benedictus no terminó de alcanzar la plenitud musical necesaria.
Los solistas fueron nuevamente miembros del Balthasar Neumann Chor. Destacaron la soprano
Katja Stuber por una voz pura, dulce y delicada, y la mezzosoprano
Marion Eckstein, con una tesitura grave, casi de alto, y una voz cálida y generosa. El tenor
Jan Petrik y el bajo
Reinhard Mayr completaron el elenco.
Sin duda, el Balthasar Neumann Ensemble und Chor es una de las formaciones de música antigua más sólidas de la actualidad, y Thomas Hengelbrock se reivindicó como un gran conocedor del repertorio y un músico de pies a cabeza.
Fotos: Thomas Hengelbrock, Balthasar Neumann Ensemble.