Critica

Renée Fleming de ir por Fleming

06-02-2019

Ale, vamos al grano. O por Fleming. Parecía que era eso lo que más importaba en un recital muy esperado, enmarcado en el ciclo Palau 100, y que quince años después suponía el regreso de la gran Renée Fleming en el Palau de la Música Catalana y en su tercera visita a Barcelona (después de una desigual Thais de Massenet en versión de concierto en el Liceu).

Con casi 60 años, la soprano estadounidense ya se ha retirado de la escena operística y ahora sólo se prodiga en salas de concierto y auditorios. Eso sí, Europa no es el lugar donde más actúa, para que los Estados Unidos siguen siendo la plaza natural de esta eximia artista, una de las más elegantes y mediáticas de su generación. Lo ha hecho todo y lo ha grabado todo y siempre se ha distinguido por una pone aristocrática y por un carisma capaz de encender legiones de seguidores.

Dicho esto, lo cierto es que el recital del Palau fue parcialmente decepcionante, porque a estas alturas Fleming es un pálido reflejo de lo que había sido. La cosa se notó especialmente en los cinco Brahms iniciales y que parecían que tenían que pasar sin pena ni gloria: antes de que los aplausos de cortesía guardaran silencio, ella ya había arrancado el “Vergebliches Standchen” inicial, atacado con una afinación dudosa y con cierto desgana. Cierto que la primera parte tuvo buenos momentos, como la canción irlandesa de la Martha de Flotow o el aria de la luna de Rusalka. Pero en general la cosa no parecía arrancar el vuelo.

Y llegó un segunda parte mucho mejor que la primera, con algunos aciertos como el bloque dedicado a la opereta y el musical, y bises como el “Summertime” de Porgy and Bess empapado del blues más genuinamente blanco… pero no se puede cantar el verismo de Turandot como si fuera un aria de Bellini. Porque Renée Fleming preserva las virtudes marca de la casa, y que pasan por un fraseo de gusto incuestionable y unos sonidos de medias voces sencillamente cautivadores… pero poco (o nada) adecuados a determinado repertorio. Además, el ataque al agudo presenta bastantes irregularidades cuando canta a plena voz y los graves suenan sordos, casi inaudibles.

Tampoco contribuyó demasiado el pianismo torpe de Hartmut Höll, excesivamente tosco, poco refinado y no siempre dispuesto a ayudar a la soprano, incluso cuando ésta tenía algunos lapsus de memoria.

Si esta es la última vez que Renée Fleming pisa el escenario del Palau, en preservaremos un recuerdo no malo, pero sí agridulce en exceso. Una verdadera lástima.
 

Fotos: Renée Fleming
 

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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