Critica

Los Casals y Melnikov

14-02-2019

Después de haber clausurado la temporada pasada de Música de Cámara de L’Auditori con la integral de los cuartetos de Beethoven, el pasado sábado 9, el Quartet Casals volvió a ofrecer su concierto anual en Barcelona dentro del mismo ciclo.

El cuarteto, formado por Vera Martínez-Mehner, Abel Tomás Realp, Jonathan Brown y Arnau Tomás Realp, que goza de un gran reconocimiento tanto a nivel internacional como en nuestra casa, llenó de público toda la sala Oriol Martorell, para ofrecerles un repertorio variado estilísticamente, con una primera parte del concierto en el que interpretaron el Cuarteto Op. 33 n. 3 “El pájaro” de Joseph Haydn y el Cuarteto Op. 7 n. 1 de Béla Bartók, y una segunda parte en la que contaban con la colaboración del también reconocido pianista Alexander Melnikov para abordar una de las obras más grandes del repertorio camerístico, el Quinteto para piano en Fa menor de Johannes Brahms.

La interpretación del cuarteto de Haydn contó con la utilización de arcos clásicos de transición que les permitió profundizar en el lenguaje estilístico de la época. Comenzando con un tempo muy ligero que enfatizaba la similitud de las pequeñas células melódicas del primer violín, Abel Tomás, con el canto de un pájaro, razón por la qual el cuarteto lleva el apodo de El pájaro. Este tempo ágil y ligero también permitió crear un cierto aire rural. Con la interpretación de este movimiento inicial, del concierto, Allegro moderato, pudimos observar que el cuarteto gozaba de una gran riqueza tímbrica debida a la individualidad del sonido de cada uno de sus componentes que sobresalía en los momentos solísticos de cada uno de ellos, pero que contaba con una homogeneización perfecta cuando no se buscaba esta individualidad sino la conjunción de sus sonidos que gozaban de un gran empaste tímbrico.

El segundo movimiento, Scherzo, fue extremadamente elegante y majestuoso que contó con un exquisito trío por parte de los dos violinistas de carácter juguetón y casi burlesco, cargado del humor musical que tipifica la música de Haydn, y que ofrecía un gran contraste . El Adagio, fue la prueba de la limpieza impecable de sonido y la claridad en los ataques de la interpretación de todo el cuarteto que tan importante es en la música de este periodo. En el Finale. Rondo, presto, optaron por arriesgar y llevar al límite la velocidad del movimiento, lo que lograron sin ninguna dificultad y que no afectó el buen funcionamiento de la música, que se adaptaba perfectamente al tempo.

A continuación, creando un gran salto en el tiempo, interpretaron el cuarteto de Bartók, esta vez con Vera Martínez-Mehner en el puesto de primer violín, posición en la que perduraría hasta la finalización del concierto. El color del sonido del cuarteto cambió, adaptándose a la estética de la nueva obra y ofreciendo un timbre más oscuro y cubierto. En el primer movimiento, Lento, nos mostraron una construcción muy lenta de las frases y con un gran lirismo, sin que estas perdieran la dirección, casi como si nos encontráramos ante una melodía infinita, con muy pocos puntos de reposo. Sostenían la tensión aprovechando la variedad de recursos en la partitura del compositor húngaro, destacando a la vez que los integraban perfectamente en la línea discursiva. El Allegretto nos ofrecía un sonido denso que al mismo tiempo representaba la fragilidad, un afecto conseguir mediante un gran control de los arcos y del balance sonoro interno, que situaba la música en un contexto ingrávido totalmente contrapuesto al último movimiento, Introduzione – Allegro vivace, el movimiento con más predominio de la música de inspiración en el folclore húngaro, que fue abordado con una energía desbordante que conjuntamente con la enfatización de un ritmo casi esquizofrénico, llevaban la música hasta la locura. Fue una lástima que el cansancio físico de los intérpretes afectara los últimos compases de la obra.

La segunda parte del concierto estaba conformado íntegramente por la interpretación del Quinteto para piano de Brahms, una obra camerística de gran formato que ofrecía una combinación perfecta entre los estilos interpretativos ya expuestos en los cuartetos anteriores: el lirismo y la intensidad que encontrábamos en Bartók conjuntamente con la nitidez y la claridad de sonido y de articulaciones de Haydn.

Melnikov y el Cuarteto Casals encontraron una muy buena conjunción y equilibrios sonoros, con una trabajada compaginación de la importancia del piano o de las cuerdas, en el que el piano conseguía a través de la variedad de articulaciones que podía ofrecer respecto al cuarteto, destacar o no de la cuerda sin tener que usar sólo el volumen sonoro. Una versatilidad que también demostró Melnikov, sobre todo en el segundo movimiento, en el que lograba sobresalir en volumen en los instantes en que el conjunto ya presentaba una dinámica de fortísimo, como tocar por debajo de cualquiera de los otros instrumentos cuando estos ya tocaban flojo . También demostró un especial cuidado con los fraseos, mostrando una clara dirección incluso en los más pequeños de los motivos. Desgraciadamente, en el primer y segundo movimientos, hubo muchos ataques por parte del piano que no se adecuaban al resto de la interpretación, estos eran muy directos y demasiado percusivos en momentos de acuerdos conjuntos o inicios de frases y que hubiera sido preferible que buscaran un sonido más ancho y redondo.

La interpretación por parte de todos los integrantes conllevó la exhibición de una música rebosante de pasión como es la que Brahms requiere, aguantando la intensidad en todo momento y viviendo más allá de su ejecución.
El público quedó maravillado por concierto: satisfecho con el Haydn, pasmado con el Bartók y enamorado con el Brahms. Como agradecimiento a los intensos aplausos, ofrecieron con la formación de quinteto el Scherzo del Quinteto para piano en Mi bemol mayor de Robert Schumann, en la que hicieron gala del virtuosismo.

Este concierto fue una muestra más de la fidelización del público, que ya espera el concierto de la siguiente temporada, que disfruta el Quartet Casals en Barcelona, su ciudad de residencia.

Foto: Quartet Casals, Alexander Melnikov

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