Critica

La voz de la luz

17-02-2019

Vox Luminis actuó el martes pasado, 12 de febrero, en la Basílica de Santa Maria del Pi como sexto concierto de la primera edición del Festival Llums d’Antiga programado por L’Auditori. Todos los conciertos del ciclo, que han tenido lugar en diferentes espacios religiosos e históricos de la ciudad, han girado en torno a figuras como Martín Lutero o Luis XIV, estableciendo un diálogo entre música, entorno, memoria y arquitectura.

El Festival Llums d’Antiga – que se ha dado por finalizado este fin de semana – ha querido «poner luz a las partituras olvidadas del pasado». Así, después de haber pasado, entre otros, por el órgano de Juan de la Rubia, las violas da gamba de la Academia del Piaccere o los clavicémbalos de Jean Rondeau y de Justin Taylor, llegó el turno de las voces luminosas de este conjunto belga, que transportó a un público atento a los mundos de Martín Lutero, de Schütz, de Bach, de Selle, de Hammerschmidt y de Scheidt.

La propuesta de L’Auditori de situar los conciertos en diferentes espacios de la ciudad, y en este caso a la Basílica de Santa María del Pi, permitía crear una distancia sonora aquellos oyentes acostumbrados a la acústica de la Sala Pau Casals y establecer unos lazos de proximidad entre el público más familiarizado con otros espacios. En todo caso, se trata de una iniciativa interesante y una buena alternativa a los conciertos de antigua a los que ya nos tiene acostumbrados.

El concierto de Vox Luminis, que llevaba el título de The Reformation, comenzó con la composición luterana Mit Fried un Freud ich Fahr dahin a unísono, con una interpretación «tranquilamente y delicada», tal y como dice el texto. La disposición de los cantantes en torno a la nave central de la basílica conferían un efecto de cascada sonora: unas pocas voces a capella inundaron toda la iglesia. Todo una declaración de intenciones tanto por el origen protestante de la obra – que sería el hilo conductor de las piezas a lo largo de todo el concierto – como por el aprovechamiento de las capacidades acústicas del espacio – este juego con las resonancias desde diferentes localizaciones lo utilizarían sobre todo en la segunda parte del concierto, a partir de Herr ich Warte auf dein Heil de Bach. El efecto de sorpresa que se conseguía con este recurso se sumaba al resultado musical final del conjunto.

Con unas voces muy puras y transparentes, Vox Luminis hizo honor a su nombre de principio el final. Quizás habrían tenido más proyección y presencia si hubieran tenido un color más oscuro, más grueso o más lleno, pero habrían perdido este timbre característico, más respetuoso con el estilo barroco. Las sopranos y los contratenores nos regalaron algunos momentos cristalinos en diferentes momentos del concierto – Selig sin die Toten de Schütz, por ejemplo – y todas las cuerdas en general supieron explicar, con unos pianos suaves, como de sutiles tienen que ser los pedales para dejar espacio a las voces que, en aquel momento, tomaban más protagonismo.

A destacar, el contraste en las texturas entre los momentos solísticos y aquellos en los que cantaba el conjunto entero, a las que se sumó, en algún momento, el eco de las campanas de la basílica. También hay que hablar de los espacios y las respiraciones entre frases, que permitían aprovechar la resonancia que ya hemos mencionado. A nivel práctico, fue acertado realizar pequeños interludios de órgano en los cambios de la plantilla o localización: de esta manera se creó un discurso sonoro sólo interrumpido por los aplausos del público a medio concierto tras Weint nicht um meinen Tod de Bach.

Lionel Meunier, director artístico y fundador del conjunto, además de dirigir, cantó en todo momento como bajo. De este modo, se transmitía la sensación de una dirección coral propiamente dicha, es decir, la de unas escuchas atentas por parte de los cantantes para darse conjuntamente las entradas o para realizar un fraseo acordado, reforzando también el diálogo entre las voces. Meunier optó por unos tempos lentos que ayudaban a entrar en el misticismo y la reflexión de las obras. Así, pudieron aprovechar la reverberación del espacio para subrayar las dinámicas y otorgar, por tanto, una expresividad musical más denotada en la interpretación.

Por otro lado, debido precisamente a la arquitectura del escenario se perdían las consonantes a pesar de una querida insistencia en la dicción por parte de los intérpretes – por tanto costaba seguir el texto de unas obras que, precisamente, quieren hacer llegar la palabra a sus devotos – y se mezclaban las líneas melódicas en los momentos de más movimiento o se perdía el detalle de algunas bordaduras.

Finalmente, en la parte instrumental, Anthony Romaniuk al órgano y Ricardo Rodrigues Miranda a la viola da gamba ejecutaron su papel de acompañamiento con mucha corrección pero dejando todo el protagonismo a las voces.

Después de la última obra de Bach, un Das Blut Jesu Christi muy aplaudido, Vox Luminis ofreció un bis en el que el espacio volvió a ser un factor clave: como en otras ocasiones, no se sabía de dónde venían las voces – en este caso, las de las sopranos – y, de esta manera, parecía que hablaran las mismas paredes de la basílica. En un espacio oscuro y frío como el del martes por la noche, las voces belgas fueron todo un rayo de luz y calor.

Foto: Vox Luminis

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