Critica

Viaje beethoveniano

17-02-2019

El pasado miércoles 13 de febrero el pianista Josep Maria Colom ofreció un recital en el Palau de la Música con el que quizás es el tríptico más impresionante de toda la literatura pianística: las tres últimas sonatas de Beethoven. El concierto forma parte de la gira de presentación del último disco del pianista por el sello Eudora, con el mismo programa e idénticos planteamientos.


Colom, ante la monumentalidad de las tres grandes obras beethovenianas donde parece que todo ya haya sido dicho, nos propone un viaje musical (sin solución de continuidad) donde las también finales bagatelas op.126 sirven como nexo de unión con las sonatas. La idea es interesante, pero quizás el discurso se acaba resintiendo en el intento de buscar una unidad sonora en obras dispares, a pesar fueran compuestas con poco tiempo de diferencia. Antes de las sonatas se añoró el silencio en enfontar seleccionados como oyentes a unas obras tan monumentales.
 
El toque de Josep Maria Colom destaca por su belleza sonora, el brillo, en una combinación de texturas casi impresionista. El pianista se nos presenta como un alquimista a la constante búsqueda del sonido ideal, más exitoso en los momentos de solitaria introspección que en los estallidos románticos tan típicos del genio de Beethoven.
 
El concierto se inició con las bagatelas nº 5 y 4 como preludio de la sonata nº.30 Op. 109, con un delicioso primer movimiento de auténtica orfebrería. Quizás el segundo movimiento, prestissimo, faltó una cierta arrebato romántica y una sonoridad más plena. Pero en el largo movimiento final, un tema con variaciones, la calidez del sonido del piano de Colón nos volvió a seducir, ya desde el bellísimo tema inicial.
 
Después de una pequeña pausa técnica, el concierto continuó con un segundo bloque compuesto por las bagatelas nº1 y 3 que dieron paso a la Sonata nº31 Op.110. Las observaciones del anterior sonata también se hicieron patentes en esta inmensa obra pianística. Habría que destacar también la claridad de texturas de la extenuante último movimiento, una gran fuga precedida de un no menos imponente adagio donde Colón nos maravilló con unos delicados pianísimos totalmente susurrados al oído.
 
Tras el descanso, la segunda parte se abrió con una interesante obra de Josep Maria Guix, “Stella”, donde el pianista nos volvió a hechizar con su sonido cautivador. Pero ciertamente la obra desentonaba en el viaje que habíamos empezado y que tuvo su culminación con las bagatelas 2 y 6 y la sonata nº32. En el primer movimiento la articulación podía haber sido más clara en unas cascadas de notas un poco nublada, pero la magia volvió cautivó al público en el segundo y último movimiento, la sublime Arietta que Beethoven expandió hasta el colapso con múltiples variaciones.
 
El mismo Josep Colom al presentar esta última obra nos recordó que el editor, al ver la partitura, pidió a Beethoven el tercer movimiento (como era costumbre en la mayoría de sonatas). La contestación del sordo genial fue rotunda: No tengo nada más que decir!.
 
Terminadas las últimas notas de la monumental sonata en dos movimientos, el público permaneció maravillado en silencio por el viaje recorrido durante unos segundos hasta terminar estallando en una gran y merecida ovación. El gran busto de Beethoven lo miraba impasible desde las alturas del Palau.

Foto: Josep Maria Colom
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