Critica

Rodelinda o cómo modernizar la superficie

05-03-2019
El sábado 2 de marzo en el Gran Teatre del Liceu estrena la ópera Rodelinda de Georg Friedrich Händel. De esta manera el teatro de la Rambla se abría al repertorio barroco y ofrecía por primera vez la ópera de Händel. La coproducción del Liceu, el Teatro Real de Madrid, la Ópera de Lyon y la Ópera de Frankfurt cuenta con la soprano Lisette Oropesa y el reconocido contratenor Bejun Mehta como protagonistas, así como con una producción que ha estado alabada largamente a su paso por el Teatro Real de Madrid.
El primer fin de semana de este mes de marzo el Gran Teatre del Liceu abría para ofrecer el estreno de la ópera Rodelinda, una ópera estrenada en 1752 en Londres y recibida con un gran éxito por el público contemporáneo. Cabe decir que el público actual ha recibido de manera similar la ópera barroca, a pesar de tratarse de algo extraordinario en la programación barcelonesa y del pronóstico derrotista que tildaba el Liceo de sala no apta para el barroco.

Como no podía ser de otra manera (o quizás si?) en la víspera de la semana que muchas han bautizado “de las mujeres”, el Teatre del Liceu ofrece una ópera de capa y espada que quizás si que cuenta con una modernidad aterradora en cuanto a la escenografía pero que en ningún momento pone bajo tela de juicio la historia per se y la poca adecuación de esta a nuestros días; qué podemos esperar de una producción en la que el 99% de las mentes creadoras son masculinas? Pues tal vez eso mismo, una producción supuestamente moderna en la que los únicos dos personajes femeninos que aparecen lo hacen tirándose de los pelos.  

Rodelinda, Reina de los Lombardos y esposa del Rey Bertarido, aparece en escena después de haber quedado viuda (supuestamente) en manos del traidor Grimoaldo. Ni que decir tiene que rápidamente el argumento se tuerce y se crea una especie de triángulo amoroso, empujado por la traición y el ansia de riqueza; los personajes van sucediéndose en escena, cada uno de ellos más rabioso que el anterior, hasta que finalmente todo se arregla y el hombre bueno vuelve al poder junto a su fiel esposa, que lo ha esperado como hay al lado de su hijo Flavio, futuro heredero del reino.

La aclamada escenografía de Claus Guth es algo casi preciosista; el escenógrafo alemán llenó el escenario del Liceu con una gran mansión victoriana que fue girando durante la representación; tristemente sin embargo, parece que los avances técnicos no han llegado tan lejos como para hacerla silenciosamente, lo que en una ópera barroca que cuenta con un número reducido de intérpretes debería tener un lugar privilegiado en la lista de prioridades.

La mansión victoriana hace de marco de la historia, que en esta producción toma una dirección interesante pero no del todo exitosa, y centra su interés en el punto de vista del hijo de Rodelinda y Bertarido: Flavio. Flavio, que en este caso es interpretado por el actor Fabián Augusto Gómez, es el personaje a través del cual el público conoce la historia, los dibujos que se proyectan en las paredes de la mansión y la constante presencia del actor en escena filtran una historia que de otra manera podría parecer tediosa al público del siglo XXI. No hay que olvidar, sin embargo, que Flavio es un niño y que en la producción del Liceu el actor es un hombre claramente adulto al que no le han puesto ni una peluca para disimular el paso del tiempo. Con todo, la dirección dramatúrgica no está a la altura, el personaje de Flavio no acaba de funcionar por razones obvias, pero además está del todo sobreactuado, al igual que sus compañeros de escena que parecen estar dirigidos por el horror bacui dramatúrgico y parecen llenar agujeros que quizás no sería necesario llenar.

El reparto protagonista fue un dúo de lujo: Lisette Oropesa (Rodelinda) se hizo suyo el público de la Rambla ya desde la primera aria, con una voz potente y delicada al mismo tiempo, en perfecta sintonía con la reducida orquesta que se encontraba en el foso. Su compañero Bejun Mehta (Bertarido) no se quedó atrás y demostró una gran técnica vocal y un conocimiento absoluto de la obra, así como una voz contenida y muy bien impostada. El resto del reparto, a excepción de una fantástica Sasha Cooke (Eduige) y de un más que aceptable Gerald Thompson (Unulfo), quedó muy retrasado vocalmente, Joel Prieto (Grimoaldo) y Gianluca Marghera (Garibaldo) no llegaron a la altura de sus compañeros de escena, ambos con un fraseo pobre y dificultades en los registros agudos.

La Orquesta del Liceu, dirigida por Josep Pons, contó con unos invitados de lujo como Lina Tur (concertino), David Bates y Daniel Espasa (clave) y Giovanni Bellini (tiorba) entre otros, y consiguió un sonido de lo más interesante, alejándose del historicismo barroco pero también del sinfonismo propio de la Orquesta del Liceu.

Fotos: Gran Teatre del Liceu.

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