Critica

La OCM despliega su sinfonismo con Alessandrini

09-03-2019

Rinaldo Alessandrini dirigirá la Orquestra Simfònica Camera Musicae el Palau de la Música Catalana, el domingo 17 de marzo, con el programa “Música para celebraciones“, que incluye dos obras de Beethoven y una de Händel.
 

Beethoven recibió el encargo de componer Zur Namensfeier, Op. 115 en ocasión de la onomástica del emperador austríaco Francisco I, el día 4 de octubre, festividad de San Francisco de Asís. Aunque el músico recogía materiales que databan de 1807, no terminó la obra a tiempo y parece que la completó en diciembre, aunque no la estrenaría hasta justo un año después, el día de Navidad de l815. Es una apertura en Do mayor en un solo movimiento maestosso-allegro assai, que resulta fácilmente identificable como beethoviana y que se expresa en melodías líricas y en un ritmo festivo y majestuoso, adecuado para la efeméride. Su pomposa introducción se resuelve en un allegro donde podemos identificar rastros de la Quinta y ciertas premoniciones de la Novena. Es uno de los primeros ejemplos de Apertura de concierto, un género nacido a principios del siglo XIX, como una evolución de la aristocrática música de cámara del Antiguo Régimen hacia una expresión sinfónica más masiva, más democrática y de mayor duración. Hay que tener presente que los conciertos vieneses se podían alargar horas, ya que solían incluir un par de sinfonías, un concierto para piano y solista y una cantata, todo ello precedido de una apertura como la que presentamos.

La Sinfonía nº 1, Op. 21, estrenada en 1800 en el Burgtheater vienés, a pesar de tener una estructura muy clásica, fue muy criticada por las innovaciones que aportaba. Significaba la entrada de Beethoven en la madurez creativa, a los treinta años, con una personalidad musical que aún estaba influenciada por Mozart -a quien había conocido en una primera visita a Viena, el 1787- y por su maestro Joseph Haydn, con unos planteamientos propios del Clasicismo que, sin embargo, ya apuntan al inicio del Romanticismo, por el papel que empiezan a tener los vientos, la importancia del tercer movimiento rápido, el peso de los acentos y los contrastes y el uso de los timbales, que tan características serían en el autor. Consta de cuatro movimientos, con una duración de ejecución aproximada de media hora. El primer movimiento, Adagio molto. Allegro con brio es claramente deudor de Haydn, pero aporta la joya propia del genio de Bonn, con una presencia del viento nada habitual en el Clasicismo. El segundo movimiento, Andante cantabile con moto, contiene una elegante melodía cortesana que inician los violines y que se desarrollará contrapuntísticamente con el resto de instrumentos. El ostinato de los tambores que acompañan en piano anuncia futuras innovaciones del autor a medida que se adentre en el Romanticismo. El movimiento tercero, Menuetto-Allegro molto vivace presenta un falso Menuet, que en realidad es el innovador Scherzo, característico de la producción posterior del músico a partir de la Segunda sinfonía. El cuarto movimiento, Finale-Adagio, Allegro molto vivace, es la parte más puramente clásica de la obra, muy en el estilo Haydn, como si se tratara de un último homenaje al maestro que tanto admiraba y, al mismo tiempo, temía la fuerza creadora de Beethoven, que acabaría superándolo artísticamente y destruyendo el clasicismo.

La Música para los Reales Fuegos Artificiales HWV 351, que Georg Friedrich Händel compuso en 1749, fue un encargo del rey Jorge II de Gran Bretaña para acompañar los fuegos artificiales organizados en la celebración de la firma de la Paz de Aquisgrán, que ponía fin a la Guerra de Sucesión Austriaca, iniciada en 1740. el compositor ya había escrito para el rey la Coronation anthems y The water Music para su padre Jorge I, y gozaba de un gran prestigio en la corte, que todavía creció con la accidentada -catastròfica- estreno de la obra en Green Park, a orillas del Tàmessis, el día de San Jorge de 1749, una historia que es bastante conocida. A pesar de la tormenta que había mojado los petardos, todo parecía ir bien con la apertura de la suite, la parte más elaborada, que daba paso a una gran salva de tuberías, seguida de los espectaculares juegos artificiales que habían congregado una multitud de curiosos . De repente los fuegos se descontroló, el gran edificio de madera que se había construido para la ocasión -más de cien metros de combustible- se encendió y el pánico se apoderó del público, mientras Händel seguía conduciendo la música con su proverbial sangre fría. La pieza es una verdadera demostración de pirotecnia musical, una fiesta de sonidos y texturas y una muestra de entusiasmo y energía a cada nota. Entre tambores, trompetas y ritmos extravagantes, desde la apertura hasta el minueto final, pasando por la famosa réjouissance, es un estallido de exaltación del poder real, de un absolutismo que se acercaba a su fin, una demostración de el orgullo nacional que intentaba ocultar las miserias que tanta guerra -que pronto se reempendria- había infligido a las clases populares. Händel, un hombre cosmopolita que había vivido en Alemania e Italia antes de instalarse en la corte británica, era demasiado inteligente para no presentir los cambios revolucionarios que se acercaban, y algunos críticos han detectado un deje de nostálgica melancolía en su última gran composición instrumental.

Rinaldo Alessandrini, fundador y director del Concerto Italiano, es un aclamado director de orquesta y recitales de clavicémbalo, piano y órgano, con un conocimiento profundo de Monteverdi y del repertorio italiano del XVII y XVIII. Ha actuado en Canadá, Estados Unidos y en Europa, con una creciente demanda para dirigir orquestas en todo el mundo. Sus últimos compromisos han sido el Orlando de Händel en Cardiff y Dresde, el Fairy Quenn de Purcell con la Filarmónica de Berlín, el Figaro de Mozart en Oslo y el Don Giovanni de Mozart en Lieja.

Foto: Rinaldo Alessandrini, Orquestra Simfònica Camera Musicae

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