Critica

La Gioconda, un amor no correspondido al Liceu

31-03-2019

El próximo 1 de abril y hasta el día 15, el Gran Teatro del Liceu presenta La Gioconda, de Amilcare Ponchielli, protagonizada por Iréne Theorin, bajo la dirección de Guillermo García Calvo y con dirección de escena y escenografía de Pier Luigi Pizzi .

Esta coproducción del Gran Teatro del Liceu, el Teatro Real y la Arena di Verona presenta un drama intenso y visceral que se sitúa en tiempos de Carnaval, en la época de la Inquisición (s. XVII), y cuenta la triste historia de una cantante de calle enamorada de un noble, Enzo, sin ser correspondida. Con libreto de Arrigo Boito -lletrista de cabecera de Verdi-, que escribe bajo el seudónimo de Tobia Gorrino, el drama está inspirado en el de Victor Hugo Angelo, tyran de Padoue, aunque Boito pasa la acción en Venecia. Se estrenó en 1876 en el Teatro alla Scala de Milán, con posteriores retoques del autor, y el Liceo llegó por primera vez en 1883.

El compositor, Amilcare Ponchielli (Paderno, Cremona, 1834), era hijo de un organista que completó su formación musical al Conservartori de Milán. Boito y Ponchielli formaban parte de los scapigliati (despeinado), que pretendían reaccionar contra el pretendido anacronismo de la tradición afianzada por Verdi y establecer un modelo poético nuevo, un retorno al realismo y un acercamiento de inspiración social, siempre desde las artes, especialmente la literatura y la poesía, a los más desvalidos. La Gioconda es un buen ejemplo.
 
Estilísticamente, es una obra difícil de clasificar, que hace de bisagra entre las óperas verdianas que ya habían llegado a la madurez, y por tanto, romànticas- y un incipiente verismo, pero adoptando la forma de una gran ópera. No en vano el momento más celebrado es un ballet, la “Danza de las horas”, además del aria del suicidio de La Gioconda. Hay grandes escenas con intervención del corazón y papeles para todas las tesituras: soprano, mezzosoprano, contralto, tenor, barítono y bajo. La Gioconda apunta aires nuevos, sobre todo en el tratamiento vocal, porque los cantantes de la ópera requieren el disparo “spinto”, que significa literalmente “empujado”, con una orquesta voluminosa que tiene momentos muy felices y que obligaba a los cantantes a reforzar la emisión con uso controlado del diafragma y resonadores para conseguir dar el toque expresivo y dramático requeridos por el exigente partitura. Cabe destacar el depurado melodismo de Ponchielli y el uso del leitmotiv wagneriano, como el tema del rosario o el advenimiento de la muerte de Gioconda. La partitura contiene grandes concertantes para el final de acto y describe muy bien el ambiente veneciano del siglo XVII con melodías como la barcarola del segundo acto o la furlana del primero. Además, presenta cierta influencia en la obra de Meyerbeer.

El lenguaje de Boito tiene una una trama compleja. Ponchielli temía que la dramaturgia tomara protagonismo al lirismo. Numerosas situaciones dramáticas requerían de una música inicialmente un punto áspera. En la obra hay una descompensación entre el argumento y el brutal desenlace. El principal mérito de la partitura es la sabiduría de Ponchielli a la hora de distribuir los números, permitiendo que la música respire y no se convierta en un puñado de momentos efectistas.
  
“La danza de las horas” es un pastiche en medio de la obra, con el afán de introducir ballet. No tiene relación con el resto de elementos, ni a nivel de carácter dramático ni musical, aunque hay fuentes que afirman que quiere simbolizar la victoria del Bien sobre el Mal, irónico contraste con el argumento, que termina con el suicidio de la protagonista. Recordemos que esta danza fue utilizada por Walt Disney en la película Fantasía.
 
El acto primero se sitúa en el Palazzo Ducale de Venecia, concretamente en “La boca del león”, y hace referencia a la escultura veneciana en forma de león en la que se podían depositar las denuncias dirigidas al tribunal de la Santa Inquisición. Barnaba es espía de la funesta institución -el personaje más malvado de todos, equiparable al Iago del Otello de Verdi- y se encuentra en el patio del Palazzo mientras la gente festeja la regata anual. Es un canto de alegría del corazón con orquestación suntuosa que quiere reivindicar que la República es de los ciudadanos: se hace con pan y fiesta. Llega Gioconda, una cantante ambulante, atraviesa el lugar con su madre, una pobre ciega que será sospechosa de brujería. Laura Adorno salva la mujer de las malas artes de los inquisidores y la anciana, en señal de gratitud, le entrega un rosario. Laura y Enzo están enamorados, y eso destroza el corazón de la pobre Gioconda.
 
El segundo acto, que se inicia misterioso, se sitúa en un velero bergantín con el canto de los marineros. Enzo está a la espera de que Laura haga acto de presencia, y antes de verla se muestra esperanzador, en la romanza “Ciel y mar!” En forma A, A ', B, por lo que se inicia una melodía que después se repite de forma más luminosa, con arpegios a la cuerda y más flexibilidad en los tempos que luego deriva hacia otro tema igualmente emotivo que canta el amor sincero hasta que se reúne con Laura, y hay un estallido de pasión y protagonizan un dúo maravilloso donde reina la elegancia formal, combinada con pinceladas de optimismo y un gran pellizco de ternura.
 
La pareja no está sola, porque Gioconda inexplicablemente también se encuentra en el barco. Cuando Enzo baja del puente para preparar la marcha, Gioconda se dispone a asesinar Laura, su rival: “Il mio número è la Vendetta”. Entonces, Laura enseña a la cantante el rosario que le había regalado la CIEC y Gioconda se ve incapacitada para cometer el delito. A partir de ahora, Gioconda se muestra dispuesta a ayudar Laura en su intento de huir con Enzo antes de que llegue Alvise con Barnes. Las dos mujeres huyen y, cuando llegan Barnes y Alvise, Enzo prende fuego al barco y huye.
 
En el tercer acto, Alvise se encuentra en su palacio mientras se lamenta de su suerte ya que su esposa lo engaña. Acto seguido, entra Laura y Alvise la acusa de infidelidad antes de hacerle saber que ha decidido que la mujer debe poner fin a su vida con una bebida que deberá beber en ese momento. Aparece Giconda y la cantante le cambia el brebaje y le ofrece un narcótico que la mantendrá dormida pero con apariencia de muerta, lo que le permitirá huir con Enzo.
 
Ahora cambia la escena y nos encontramos en la sala de audiencias. Alvise ofrece una fiesta de disfraces en que sentimos la célebre danza de las horas, estructurada en una introducción, cinco episodios y un final. Es una danza muy elegante donde hay contrastes de carácter, alternancia de pasajes en mayor y menor que intercalan el dramatismo con la frivolidad, la ligereza y la pesadez.
 
En el transcurso de la fiesta llega Barnaba, arrastrando la Cieca acusada de brujería. Giconda no ve otra salida que ofrecerse a Barnaba a cambio de la libertad de Enzo.
 
El preludio del cuarto acto preaununcia la muerte de Gioconda, como ocurre en tantas y tantas óperas de la época. La música se vuelve más serena y hay una expansión sonora con la flauta. Se inicia el acto IV, que nos sitúa en el principio del fin de la tragedia. Un par de cantantes, amigos de Gioconda, han llevado el cuerpo de Laura, dormida. Gioconda piensa entonces en el suicidio. Enzo llega, liberado por Barnaba y Gioconda le confiesa que Laura no está muerta. Cuando esta se despierta, ella y Enzo se funden en un abrazo y Gioconda les ruega que huyan enseguida en un trío explosivo. Gioconda, antes de tirarse a los brazos de Barnaba, se clava un puñal.
 
La Gioconda se podrá oir al Liceu entre el 1 y el 15 de abril después de 14 años de ausencia en la programación, y esta vez lo hará de la mano de la Orquesta y el Coro del teatro, bajo la dirección de Guillermo García Calvo, con escenografía y dirección de escena de Pier Luigi Pizzi. Gioconda será Iréne Theorin, que se alternará con Anna Pirozzi. Theorin es una soprano eminentemente wagneriana -quien no recuerda sus Isolde y Brünnhilde-, de gran potencia y presencia escénica, resiliente y luchadora que esta vez vemos en un rol italiano. Disfrutamos de la rareza.
 
Laura Adorno lo serán las mezzosopranos Dolora Zajick y Ketevan Kemoklildze, mientras que el bajo Alvise Badoero la encarnarán Ildebrando De Arcangelo y Carlo Colombara. La contralto María José Montiel será la Ciec, así como Enzo Grimaldo lo serán los tenores Brian Jagdeo y Stefano La Colla. Gabriele Viviani y Luis Cansino, barítonos, encarnarán el rol del malvado Barnes. Y en los papeles secundarios nos encontramos con conocidos de la casa como el barítono Carlos Daza (Zuàne / Una voz), el tenor Beñat Egiarte (ISEP / Una voz), y el bajo Marc Pujol (Barnabotto / Un piloto / Un cantante). Además, contaremos con Alessandro Riga (CND) como bailarín principal invitado y Letizia Giuliani como bailarina 
Fotos: Iréne Theorin

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