Critica

Chad Hoopes, debut mayúsculo en Barcelona

23-05-2019

Dentro de la temporada de cámara de L’Auditori hemos tenido la ocasión y el privilegio de escuchar al joven violinista estadounidense Chad Hoopes en su debut en Barcelona. Lo hacía acompañado del pianista David Fung con un repertorio íntegramente francés -con la licencia de Eugène Ysaÿe, que era de la Bélgica francófona. Hoopes demostró un talento sobrado, con una técnica fuera de serie y una capacidad emotiva fantástica.

El concierto, en la Sala Oriol Martorell, comenzaba con la Sonata para violín y piano en sol menor de Debussy. El violín de Hoopes sonó con una lejanía querida, el sonido era ligero, a veces etéreo. Sin embargo, a lo largo de toda la obra, Hoopes desplegó una gama amplia de sonoridades, sin llegar nunca a la máxima potencia sonora, como si se reservase.
 
La segunda pieza, la 'Ballade' de la Sonata para violín solo núm. 3 de Ysaÿe, fue donde Hoopes se destapó del todo y mostró el estallido técnico, virtuoso y expresivo del violín. Esta fue la pieza más intimista e introspectiva del programa, y ​​también la única que Hoopes interpretó de memoria, en un estado de concentración absoluta. Las sonatas de Ysaÿe, más allá de piezas de un virtuosismo extraordinario, son obras que penetran la profundidad del alma y conminan a la introspección, tanto en el intérprete como en el oyente. Son obras inmensas que combinan la profundidad de las sonatas de Bach con el virtuosismo de los capricci de Paganini. La interpretación de Chad Hoopes fue excelsa, tanto en el aspecto técnico como en el expresivo y emotivo.
 
Las dos piezas restantes fueron la Sonata núm. 2 en sol mayor de Ravel y la Sonata núm. 1 en re menor de Saint-Saëns. A pesar de ser de dos compositores franceses temporalmente no muy alejados, son dos obras que tienen poco que ver entre sí. Con apenas cuarenta años de diferencia, la sonata de Ravel, compuesta entre 1923 y 1927, ya incorpora los nuevos ritmos del blues, provenientes de la música estadounidense, que Ravel había descubierto los clubes de París. La sonata de Saint-Saëns, en cambio, es una obra de corte clásico, que Chad Hoopes situó tras el descanso, en un contraste abismal con el Ravel que cerraba la primera parte.
 
Hay que hacer mención especial de la interpretación de David Fung, que fue un partenaire de lujo y muy bien avenido musicalmente con Hoopes. Fung destacó especialmente en la sonata de Ravel, marcando el ritmo con claridad, con un staccato limpio y preciso. En la sonata de Saint-Saëns, el piano de Fung sonaba con entidad propia, pero sin nunca eclipsar el violín de Hoopes. La compenetración era sincera y total, en un plano de estricta igualdad.
 
Chad Hoopes toca un violín Samuel Zygmuntowicz de 1991 que perteneció a Isaac Stern. Lo cierto es que el sonido de Hoopes no sólo es bellísimo y lleno, sino que se adecua a cada una de las obras que interpreta. El programa, a pesar de titularse “El violín francés”, estaba integrado por cuatro piezas muy diferentes, y Hoopes las trató cada una en su individualidad, con un sonido diferente: etéreo, apasionado, ligero, delicado. Su debut en Barcelona fue todo un éxito.

Foto: Chad Hoopes
 
 

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