En los últimos años ha surgido una bandada de pianistas jóvenes y buenísimos, desde Daniil Trifonov hasta Rafal Blechacz. Es una joya y un privilegio poder escuchar en directo, ya que la juventud aporta una energía y un vitalismo arrollador y además, se combina con un dominio técnico enorme. Esta vez, en la temporada de Palau Piano hemos podido escuchar al británico Benjamin Grosvenor, que con sólo veintiséis años, hizo una demostración impresionante de su talento musical e interpretativo.
Grosvenor presentaba un programa muy interesante, un poco alejado de los pesos pesados clásicos. Estaba integrado por
Schumann, Janáček, Prokofiev y Liszt. Dedicó toda la primera parte a Schumann, concretamente la
Kreisleriana y la pieza
Blumenstück, op. 19. Grosvenor está dotado de talento y de sensibilidad a la vez. Su Schumann fue dulce, delicado, con un sonido pleno y envolvente. Estaba empapado de un romanticismo inflamado pero suave, siempre pulcro y medido.
En la segunda parte llegó un repertorio más expansivo y virtuosístico. Grosvenor comenzó con la
Sonata 1.X.1905 de Leos Janácek, una pieza reivindicativa por el asesinato de un carpintero en una manifestación en la Universidad de Brno en 1905. La obra está cargada de una intensidad opresiva y una emotividad que Grosvenor expresó con una fuerza conmovedora.
La envergadura de la obra de Janácek era similar a la de Liszt que cerraba el programa, y en medio había situadas estratégicamente, las
Visiones fugitivas de Prokófiev, unas miniaturas etéreas que parecían hechas de la materia de los sueños. Son veinte piezas cortas de carácter poético, breves como haikus, como manchas de pintura. Evocan la luz y tienen un sabor impresionista, una similitud con las
Gymnopédies y las
Gnossièmes de Satie, pero con un aire más sombrío. Benjamin Grosvenor quitó fuerza de sobre las teclas y tocó doce de las veinte visiones con agilidad y gracilidad, y también con un punto de ironía. Cerrando los ojos, sentir Grosvenor era como despegar a la dimensión onírica.
La pieza final del programa, las
Reminiscencias de Norma, de Liszt, es una obra de envergadura colosal y de un virtuosismo diabólico que requiere una técnica fuera de serie y una fuerza enorme para alcanzar el máximo grado de expansión que permite el piano. Grosvenor, a pesar de la juventud y la complexión delgada, supo sacar un sonido grandioso del piano y maravilló con una interpretación arrebatada, llena de locura, de emoción y de lirismo. De la delicadeza de Schumann a la pasión furiosa de Liszt, Grosvenor demostró un dominio técnico impresionante, una sensibilidad a flor de piel y una gran versatilidad para repertorios diferentes.
Foto: Benjamin Grosvenor