Critica

Triste homenaje a Berlioz. A qué esperas, Barcelona?

29-05-2019

“Estoy solo. Mi desprecio a la imbecilidad y improbidad de los humanos y mi odio a su atroz ferocidad han alcanzado su máximo. No pasa ni una hora sin que diga a la muerte: – ¡Cuando quieras !. ¿A qué esperas, entonces? “.

Con estas amargas palabras acaban las “Memorias” de Hector Berlioz, uno de los mejores textos escritos nunca por un compositor, por su sardónica ironía, su prosa dinámica y por ser testigo de la convulsa primera mitad del siglo XIX, tanto a nivel social como artístico. El rechazado compositor, tanto en vida como un poco menos en la actualidad, quinta esencia del artista romántico, veía como poco a poco sus fuerzas iban mermando sin haber realizado el sueño de su vida: representar completa su gigantesca obra Les troyens, basada en la obra de su venerado Virgilio.

El sueño no se haría realidad hasta 1957, cuando Rafael Kubelik dirigió la ópera en el Covent Garden de Londres (casi un siglo después de la muerte del compositor). Después vendrían grandes nombres de la dirección como los de Igor Markevich, Colin Davis, John Eliot Gardiner y últimamente John Nelson, que han entronizado a Berlioz en el lugar donde le correspondía, aquel que ocupan los más grandes genios de la música clásica.

Desgraciadamente, nuestra Barcelona clásica todavía espera, pareciendo ajena a esta valoración. Las obras del músico francés se han dado con cuentagotas en los últimos años, quedando la gran mayoría aún inéditas en la ciudad. Quizás el evento más recordado son las magníficas representaciones que el Liceo ofreció de la ópera Benvenuto Cellini en 2015; también hay que decir, que sustituyendo por motivos presupuestarios a la inicialmente prevista Les Troyens (desconocida en la Barcelona y casi en todo el Estado). Los que asistieron a aquellas afortunadas representaciones seguro captar la originalidad del compositor y su singularidad dentro del panorama de la estética musical romántica.


Este 2019 se cumplen 150 años de la muerte de Berlioz (París, 9 de marzo de 1869). Mientras los homenajes se suceden partes, el concierto de la Orquesta Sinfónica del Vallés bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez del pasado sábado 25 de mayo en el Palau de la Música es el único no sólo en Barcelona, ​​sino nos atreveremos a decir de toda la geografía catalana. Un olvido imperdonable o tal desidia en la programación de las grandes salas de nuestro país, ancladas en la monotonía de las mismas obras y autores, repetidos hasta la saciedad.

El concierto del sábado se inició con la bellísima La mort d’ Ophélie, ejemplo de la pasión de Berlioz por la obra de Shakespeare. El programa de mano, tacaño en información y estrambótico en su decoración (la imagen de una abuela minera!), No hacía ninguna referencia a las obras de la primera parte. Tampoco incluía la traducción del texto, tan importante para la comprensión de esta dulce canción de cuna, balanceada por las suaves olas del río donde la desgraciada Ofelia encontrará la muerte. La página contó con la colaboración del Coro de Chicas de l’Orfeó Catalá, unas voces sanas, sin los molestos vibratos que empañan algunos de los envejecidos corazones que solemos escuchar. A pesar del gran número de componentes, el femenino y juvenil coro sufrió de una falta de volumen y empaste, especialmente en la sección de contraltos. El hipnótico acompañamiento orquestal no pasó de la corrección.

El concierto continuó, inexplicablemente, con las Lletanies a la Verge Negra de Francis Poulenc, un homenaje del fervoroso compositor a una especie de Moreneta que se encuentra en el santuario de Rocamadour (Francia). Una música de una espiritualidad luminosa, expresión simple y directa cercana al gregoriano. Extrañamente pasaremos de la exuberancia de la orquestación de Berlioz a los secos pentagramas del místico Poulenc. Sin embargo, no apreciamos cambio en los resultados de coro y orquesta. Tampoco las notas del programa de mano hicieron ninguna referencia a la partitura de Poulenc y la causa de su inclusión en un concierto dedicado en principio a Berlioz.

Y sorprendentemente, después de sólo 17 minutos de música, las luces volvieron a iluminar la gran sala modernista del Palau, en la primera parte más breve que recordamos. Tuvimos entonces la sensación de una discutible selección de obras, lejos de los estándares que se espera cuando asiste a un concierto sinfónico.

Vueltos del innecesario descanso, uno de los músicos de la orquesta presentó brevemente la totalidad de obras de la velada con unos comentarios bastante didácticos, suponemos para completar la falta de información del programa de mano. Una gran pantalla ocupaba entonces la parte superior de la boca del escenario: ya estábamos avisados ​​de que la obra que concluiría el concierto, la Sinfonía Fantástica del mismo Berlioz, iría “acompañada” de la proyección de la “creación audiovisual”. La pretendida “creación”, llamada Una sinfonía en imágenes de Carlos Rodríguez, era simplemente una recopilación de imágenes de grandes obras del cine mudo (identificaremos obras de Lang, Murnau e incluso Buñuel) más o menos relacionadas con cada una de las partes de la fantástica sinfonía.

Valoramos el esfuerzo de sincronización que ha trabajado la orquesta bajo la dirección de Victor Pablo Pérez, pero nos quedó la duda de si su batuta seguía más los alucinados (y alucinógenas) pentagramas de Berlioz o el monitor-guía las imágenes que se proyectaban en la gran pantalla. Un ejercicio, por lo tanto, más propio de la Filmoteca que no de un concierto sinfónico serio.

Pronto el discurso cinematográfico, demasiado repetitivo y inconexo debido a su forma de collage, nos agobia privándonos de la libertad para imaginar, para dejar volar nuestra mente hechizados por el romanticismo obsesivo y enfermizo del compositor, así como la gran variedad instrumental de la paleta orquestal (con una de las percusiones más nutridas que recordamos). Dejando de lado pues totalmente las imágenes, nos encontraremos con una interpretación en exceso seca, con extrañas brusquedades que muy bien reflejaban los momentos más dramáticos, pero que diluían el lirismo de muchos episodios, especialmente un vals demasiado mecánico en el segundo movimiento y una escena campestre poco idílica en el tercero. Buen control de los volúmenes en la grandes explosiones sonoras de los dos últimos movimientos, con unos metales bastante destacados en su siempre problemática afinación, así como unas precisas percusiones. La sección de las maderas consiguieron transmitir el tristanesc clima con el que se abre el tercer movimiento, a pesar de que las cuerdas no lograran el sonido dúctil y empastado de esta bucólica escena.

Sigue pues Barcelona esperando la entronización de Berlioz en el lugar que le corresponde, lejos de este triste homenaje.
 
 
Fotos: Hector Berlioz, Víctor Pablo Pérez.

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