Critica

Un buen debut con reservas

03-06-2019

El último concierto de la temporada Ibercamera, en el Palau de la Música, hacía días que levantaba expectación. Uno de los dos protagonistas, el violinista japonés de sólo veintiséis años Fumiaki Miura hacía su debut en Barcelona, ​​con una importante campaña de publicidad detrás. Con él tocaba la ya conocida Varvara, y ambos abordaron un programa de cámara integrado por tres sonatas de Mozart, Schubert y Beethoven. El resultado fue explosionante.

Miura es un chico de lo más sencillo, tanto en la apariencia física como en la manera de tocar. No hace gestos amanerados ni virtuosos o espasmódicos, sino que toca en un estado de serenidad inverosímil piezas de una dificultad increíble. Quizás esta tranquilidad de espíritu se lo ha infundido su mentor, Pinchas Zukerman, que también toca el violín como si paseara, tranquilo y confiado.

Fumiaki Miura toca un Stradivarius de 1704, pero el sonido bellísimo que hace salir no es cosa sólo del instrumento, sino de sus manos. El sonido de Miura está lleno, de una nitidez extrema, impoluto, inmaculado, y los pases de arco que hace están marcadas por una belleza estética máxima. Su estilo extremadamente pulcro y medido fue idóneo para el clasicismo mozartiano, especialmente para la Sonata núm. 23, KV 306, que data de 1778, cuatro años antes del inicio del periodo de madurez.


El inicio del concierto fue, pues, espectacular. El sonido cristalino y apolíneo de Miura había cautivado y subyugado el público. Pero precisamente este estar pendiente del sonido hizo decaer un poco la emoción del romanticismo Schubertiano. La Sonata para violín y piano D. 574, “Grand Duo”, de 1817,  no tiene aún el sufrimiento angustioso y sombrío que caracteriza las últimas piezas del compositor vienés, pero aún así, no tiene el orden del clasicismo mozartiano. En el Andantino, el sonido fue de una plenitud exquisita y la comunión artística con Varvara fue absoluta. Pero en el Allegro vivace, junto al sentimiento y la emoción que vertía Varvara, Miura tocaba demasiado pendiente de su sonido.

En la segunda parte llegaba la pieza que daba nombre al concierto: la Sonata Kreutzer de Beethoven. El sonido de Miura continuaba siendo tan limpio e impoluto como la primera parte, y Beethoven no es cristalino y delicado como Mozart, sino que quiere arrebato, furia, e incluso una cierta suciedad, que Miura no transmitió. El piano de Varvara era el que ponía la pasión y la fuerza, mientras que en Miura sólo había belleza perfecta. En el Andante con Variazioni, en el que cada variación está llena de ironía, Miura seguía haciendo pases de arco demasiado legato, mientras Varvara aportaba la ironía con un staccato muy gracioso.

Fumiaki Miura es, sin duda, un violinista de élite, pero aún tiene que comer bastantes sopas para ser un músico consolidado como lo es Varvara. Los separan diez años, que a esta edad son clave para evolucionar y convertirse en un primera espada. Seguramente a Miura ya no le queda nada por aprender de técnica, pero debe saber interpretar más y dar el alma a la música que toca. Varvara hizo una actuación brillante e inmensa, como ya nos tiene acostumbrados.



Fotos: Fumiaki Miura, Varvara.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *