Critica

Glass a la sombra de Guix

05-06-2019

El miércoles 29 de mayo, el Petit Palau acogió un concierto extraordinario que contraponía las estéticas de los dos compositores invitados en el Palau de la Música Catalana, Philip Glass, que tuvimos el día 21 en la sala de conciertos, y Josep Maria Guix, que evidenció su poética evocativa y su técnica plena sutilezas.
 

Esta fue la gran noche de Josep Maria Guix, del que se han ido interpretando diversas obras esta temporada en el Palau, pero sin estar incluidas en un ciclo propio, como ha ocurrido con Glass, el minimalista mediático que ha despertado pasiones entre los Barceloneses -no sabemos si porque es cool ser su fan o porque realmente encuentran el gusto a las “estructuras repetitivas”. El caso es que la voz de Guix emergió, el miércoles, con prominencia acompañada de un programa muy bien estructurado y en el que se palpaba su evolución como artista a la búsqueda de la resonancia, la poesía sonora, la contemplación y el silencio expresivo que se dividía en dos partes, una dedicada al piano y la otra en la naturaleza.
 
En medio, un interludio de dos obras de Philip Glass, una para violonchelo, Orbit, con una sucesión de notas que evocan -quizás demasiado- el original, Bach y sus suites. La interpretación de Erica Wise fue sugerente y nos hacía imaginar al bailarín que suele acompañar esta pieza con un sonido compacto y redondo y afinación precisa -aunque algunas dobles notas se escaparon. La segunda obra es un cuarteto de cuerda de música programática basada en una de las tres partes de la banda sonora de Mishima, que es la respectiva los flashbacks de la película, uno de los tres planos narrativos ideados por Paul Schrader. Si bien la obra pianística de Glass nos despertó cierta extaticidad -quizás por la magnífica interpretación de Vikingur Ólafsson-, su obra vocal o camerística no deja de evidenciar que, a veces, Weniger ist mehr y que la mera contemplación del material envolvente que siempre es el mismo pero a la vez diferente no es suficiente para remover profundamente las emociones.
 
El concierto empezó con tres piezas para piano que dibujan muy bien la evolución de Guix, con recursos cada vez más depurados. La interpretación por parte de Jordi Masó fue muy cuidada y con una expresividad contenida, como lo pide la partitura. On reflection hace honor a su título, una meditación sonora con pinceladas impresionistas que se consiguen, en parte, con el pedal libre durante toda la obra -recurso que posteriormente se dosificaría-, que alcanza una belleza no buscada con una nota insistente reverberante. Todo está desnudo de artificio, es materia inmaterial pura en una obra donde la función hace la forma, siguiendo las ideas de Loos y la Bauhaus si nos permitimos la analogía con la arquitectura. Drizzle Draft es un esbozo de la contemplación de la lluvia que trabaja con los polos grave y agudo y con una parte central con un trino difuminado que se encuentra entre lo que es y lo que no es. Y Watermark está basada en un ensayo de Joseph Brodsky sobre Venecia donde el agua inunda nuestras percepciones. Al contrario de lo que podríamos pensar, en un discurso fluido y continuo, la evocación al agua Guix la logra con la yuxtaposición de elementos. Quizás la obra más matérica de las tres y, por tanto, menos poética, pero que también responde a esta idea de la arquitectura sonora como base de la composición.
 
La segunda parte hablaba claramente de la naturaleza, con el estreno de Jardín seco, que ya se había grabado con Neu Records, una obra de extrema dificultad donde los músicos están dispuestos alrededor de la audiencia, como un acusmonium viviente. De esta manera el sonido se espacializaba, especialmente porque las familias de instrumentos estaban mezcladas, una vez más con analogías a la arquitectura. Unas sutiles pinceladas del piano iniciaban lo que quiere ser la impresión del autor al ver la obra de Fernando Zobel y unos haikus japoneses. El sonido que se desprendía era muy rico, lleno de colores que poco a poco fueron dibujando una melodía acompañada de dinámicas suaves. La escritura es muy exigente e imaginativa, y las técnicas expandidas se hacían muy patentes, con el sonido del aire, la cuerda rozando el puente y con un papel muy relevante sonoramente y simbólica de la percusión. No pasa nada, y pasa de todo en un jardín lleno de pájaros y las hojas, en teoría “secas”, pero en ningún caso es una obra marcada por la sobriedad, sino que, incluso, hay cierta voluptuosidad.
 
El concierto se cerraba con Vent del capvespre, un conjunto de piezas sonoras a partir de haikus y visión de antiguos grabados. El maestro de bcn216, Francesc Prat, iba alternando la dirección con el recitado con mucha destreza y personalidad. La atmósfera que creó el ensemble era tierna y dúctil, evitando la dureza, como si los instrumentos fueran de algodón. La sensualidad se apoderó del escenario con un papel, nuevamente importante, de la percusión. Todo terminaba con un lamento con unos graves mantenidos que reverberaban como un latido. Pura vida de poeta.


Fotos: Philip Glass, Josep Maria Guix (Ester Roig).

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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