Critica

Dios según Mahler, Mahler según Dudamel

29-06-2019

El pasado 27 de junio el Palau de la Música se engalana para recibir el siempre querido Gustavo Dudamel, que dirigió en este caso la München Philharmoniker, el Orfeó Català, el Cor de Cambra del Palau, y las solistas Chen Reiss y Tamara Mumford en una velada protagonizada por Mahler y su segunda sinfonía.

El ciclo Palau 100 despidió la temporada con el mismo director que la estrenó el pasado septiembre, el director venezolano Gustavo Dudamel, que se colocó en frente de una enorme München Philharmoniker a la que se añadieron el Orfeó Català, el Cor de Cambra del Palau, la soprano Chen Reiss y la mezzo-soprano Tamara Mumford para interpretar la grandiosa Sinfonía núm. 2, “Resurrección” de Gustav Mahler.
 
En una velada marcada por las numerosas cámaras de televisión, las personalidades públicas, los abanicos y el calor, la Orquesta Filarmónica de Munich entró y el escenario quedó cubierto de intérpretes de manera que no había ni un palmo de espacio vacío entre unos y otros; una vez Dudamel entró en el escenario, quedó cubierto de aplausos, como era de esperar.
 
Las primeras notas de la segunda sinfonía de Mahler llenaron el escenario del Palau y corroboraron la gran calidad sonora de la orquesta que, a pesar del overbooking escénico, pareció tener el control absoluto sobre la acústica de la sala, incluidos los vestíbulos y los camerinos desde donde sonó, hacia el final de la tarde, una parte interna dividida en dos espacios.
 
El primer movimiento de la enorme sinfonía, que lleva el subtítulo Mit durchaus Ernst und feierlichen Ausdruck (con expresión muy solemne y seria) fue entonado igual que una marcha solemnísima y más que seria, bien cargada de dramatismo. El movimiento, formado por una serie de escaladas a ritmo de marcha fúnebre, fue abordado por Dudamel como un viaje visceral en el que cada embestida tomaba una nueva forma y se volvía más violenta; ciertamente algunos dirían que su estilo puede parecer exagerado o demasiado histriónico a nivel sonoro, pero hay otros que piensan que con música tan visceral como la de Mahler, es el mínimo.
 
Después de la intensidad del primer movimiento fue el turno de pasear por los paisajes pastorales del segundo, que lleva el subtítulo Sehr gemächtlich (muy tranquilo). La tortuosidad del primer movimiento quedó atrás y el segundo se desarrolló como un catálogo de delicatessen que los solistas de la orquesta bordaron a la perfección. En el tema central del movimiento Dudamel capitaneó un empuje que despertó a los adormecidos con una bofetada potente y, sin abandonar la tensión creada en la primera parte, se fue deshaciendo de la turbulencia para volver al inicio supuestamente tranquilo.
 
El tercer movimiento tomó la forma de un río (In ruhig fliessender Bewegung o en un movimiento reposado y fluido) y tanto Dudamel como el resto de intérpretes parecieron moverse con el ondeo musical que, tras el paseo idílico, parece duro el féretro por la laguna de los muertos, donde el agua parece estar tranquila pero ciertamente agitada por algo turbulento que se mueve en las profundidades.
 
Fue el turno del cuarto movimiento, eje que transforma la sinfonía en etwas anders, algo diferente que la distancia de la primera sinfonía de Mahler y la convierte en uno de los primeros monolitos sonoros del compositor. El movimiento que lleva el subtítulo de Urlicht (luz originaria) sehr feierlich aber Schlicht; nicht schleppen (Muy solemne pero sencillo; sin retener) es con diferencia el más corto de la sinfonía, un movimiento que convierte la sinfonía en un poema que contiene cinco capítulos en vez de los cuatro habituales y que añade la palabra cantada. En este caso fue interpretado por la mezzo-soprano Tamara Mumford, que, tanto en la primera intervención como en la segunda, hizo lucimiento de un timbre y una potencia fantásticos. Hacia el final del movimiento la sala quedó sumergida en una atmósfera preciosa, dibujada por Tamara Mumford (“Der liebe Gott wird mir ein Lichtchen geben”), acompañada del concertino Lorenz Nasturica-Herschcowici y sostenida por el resto de la orquesta.
 
La cometida del movimiento final, que retoma el ritmo del scherzo y lleva el subtítulo de Wild herausfahrend – kräftig – Langsam. Misterioso (fogón, con fuerza, lento. Misterioso), fue algo extraordinario. El último capítulo del viaje, que dobla la duración del resto de la sinfonía y cuenta con la participación de un gran coro mixto y dos solistas, fue embestido con fuerza y ​​dramatismo, un carácter que se extendió a lo largo de los diferentes episodios que lo conforman. Fue el turno entonces del Orfeó y el Cor de Cambra, que aportaron una sonoridad espléndida a la pieza y demostraron un intenso trabajo de dinámicas y horas de ensayo. Chen Reiss también quedó a la altura, a pesar de que su compañera la dejó algo atrás y con las últimas frases, místicas y poderosas, Dudamel marcó el hito final, la luz al final del túnel, pero tristemente el público del Palau se lo hacía encima y no pasaron ni dos segundos después de terminarse la última nota que el público gritaba enloquecido y se levantaba de las butacas. En fin, ya lo dicen que no se puede tener todo.
 


Fotos: Münchner Philharmoniker, Gustavo Dudamel. 

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