Sinfónica

Jordi Cos: “La música no es un sustantivo, sino una acción verbal”

27-07-2019

Hablamos con Jordi Cos, presidente de la Orquestra Simfònica del Vallès, sobre la evolución de la formación desde sus inicios, la integración con los Amics de l’Òpera de Sabadell para crear la Òpera de Catalunya, qué papel tendrá Vespres d’Arnadí, el rol de los músicos y los directores, qué podemos esperar de la próxima temporada y los objetivos de futuro.

Entraste a la Sinfònica del Vallès en el 88. ¿Cuándo comienza la OSV y qué evolución presenta?
Entré cuando se acababa de constituir como orquesta independiente de los Amics de l’Òpera de Sabadell. Era un momento en que no se cobraba, no había recursos… Para mí la OSV es toda una vida, el centro de mi vida profesional, aparte de que tengo un vínculo emocional muy fuerte con ella. La OSV nace vinculada a los Amics de l’Òpera hasta que Mirna Lacambra se encuentra que no tiene los apoyos necesarios. Entonces nos preguntamos qué queríamos hacer y nos ajustamos a una fórmula empresarial que en aquella época estaba muy de moda, ser copropietarios. Un 50% del accionariado estaba reservado a empresarios de fuera, pero no era práctico porque en el fondo los empresarios no quieren invertir si no tienen el control. En el mundo anglosajón hay muchas orquestas que funcionan de esta manera. Históricamente existe la London Symphony, la Filarmónica de Viena y Berlin… Las grandes orquestas son las que en su funcionamiento los músicos tienen un papel principal.
 
¿Como es que hoy en día no es habitual?
Porque la mayoría son públicas. Estamos en un estado centralista, como lo es Francia. Es a partir de que los gobiernos no pueden subvencionar las orquestas que las dejan en manos de la iniciativa privada. Esto en Inglaterra pasó mucho. De hecho conocimos el que creó el proyecto social de la London Symphony, Michael Spencer, y hoy en día es la orquesta más avanzada en este terreno. El capitalismo tomó cada vez más fuerza y ​​ha dejado en manos del mercado el futuro de las orquestas.
 
¿En el caso de una orquesta privada como la Simfònica, hasta dónde intervienen los músicos?
Ha habido una evolución en esto. Cada año hay una asamblea de socios donde presentamos los planes estratégicos, pero en cuestiones concretas podemos decir que Xavier Puig es el primer director elegido por toda la orquesta. Y a cada concierto hacemos una encuesta de satisfacción a todos los niveles, también de programación. Pero lo que pasa es que la voluntad propia, ni la mía ni la del colectivo, tienen relevancia al final, porque hay algo que está por encima: el mercado. Tienes que buscar un equilibrio entre lo que quieres hacer y lo que puedes, porque nosotros dependemos de recursos propios.
 
Hasta qué punto, por lo tanto, cuando quieres construir una temporada esto influye? ¿Cómo se encuentra el equilibrio entre la calidad artística desde el punto de vista de innovar con el apremio del mercado?
Hay que pensar qué es lo que el público quiere. Aquí tenemos una idea devaluada del público, pero también porque la educación musical es precaria por tradición hasta el punto de que si queremos programar Brahms tenemos problemas. Por lo tanto, hay que buscar otras maneras de llegar a la gente, como ocurre en todas las orquestas. Y la calidad artística no es una cualidad intrínseca, no es un procedimiento ni una finalidad; hay que ser antes de comenzar el concierto, durante y después, y hay que ver cómo el público recibe esto. El concepto excelencia me empieza a molestar, parece más un comodín para esconder carencias. Obviamente, siempre hay que buscar, forma parte de la naturaleza humana. Calidad es también llegar a una cierta parte del público que nunca ha tenido la oportunidad de acceder a cierta cultura. Y nosotros tenemos diferentes nichos, desde el melómano, que busca la calidad y lo no habitual, a otros más populares. Por otra parte, cuando se sale del camino del melómano saltan las alarmas de la crítica: esto es “ligero”, “es entretenimiento”. Hay un libro esencial de Byung-Chul Han, Buen entretenimiento (Herder) que lo trata maravillosamente. Esta oposición es fruto de un concepto muy cristiano de lo que es la cultura, el entretenimiento como pecado, la via doloris, si no hay un sufrimiento no es cultura. En realidad, las cosas están en línea. Todo el mundo debería leer este libro. Estos prejuicios nos alejan de la cultura, que esconde un cierto exclusivismo buscado, las personas queremos sentirnos especiales en cosas que son minoritarias. Nos preguntan por qué hacemos la Quinta de Beethoven de nuevo. Y yo contesto: “Tú comes carne tres días a la semana, ¿qué hay de malo?”. La música siempre es diferente en cada representación. En este sentido estamos muy atrasados, en otros países no hay estos clichés, son más abiertos. Nosotros vimos que para atraer público teníamos que mover el marco tradicional del concierto.
 
¿Cuáles son los objetivos artísticos de la próxima temporada?
Queremos insistir en buscar la identidad propia, lo que nosotros somos. El 70% de los músicos solistas son catalanes, no creemos demasiado en el poder de las agencias, somos locales, somos de aquí. Tenemos preparado el proyecto Miralls, con compositores jóvenes, y les pedimos que haga una obra “espejo” o pequeña interpretación musical del original. También quisiéramos hacer compositores catalanes, pero no nos corresponde a nosotros, estamos ligados a las leyes del mercado, no somos equipamientos como el TNC o L'Auditori. Esto nos juega en contra porque la OBC ha convertido en una empresa privada con dinero público.
 
¿Qué función debería tener una orquesta pública y una privada?
Una orquesta pública debería asumir lo que no puede asumir el mercado. Si hiciéramos Bartók no nos saldría rentable, eso lo tiene que hacer la pública, un repertorio que va desde Richard Strauss, Schönberg, Stravinski y más cercanos sumado a la recuperación del patrimonio. El trabajo de promoción y difusión de la música catalana quien la hace ahora es el Palau, y es privado. El mundo está al revés. Otro ejemplo es el Liceu. No tiene que hacer Carmina Burana, implica falta de visión de conjunto. A los que vivimos del mercado nos mata. En el fondo los dos nos interesa la música, que la música más que un sustantivo sea una acción verbal. Un arte que hacen personas que la ejecutan y las que las escuchan. Hay que pensar cómo hacer crecer la ciudadanía, aunque somos espectadores pasivos, debemos fomentar la creatividad.
 
¿Y eso la OSV como lo hace?
Desde el inicio lo hemos visto muy claro, a través del proyecto social y educativo. Un ejemplo de integración es hacer reinterpretar a niños obras ya existentes. Finalizado el proyecto, un niño dijo: “Este compositor ha basado en mi obra”. Fantástico. Ahora tenemos un proyecto para los más desfavorecidos, una violinista que se va a las cárceles…
 
¿Crees que habrá de tener nuevos formatos de concierto?
Sí, todo está muy estandarizado. No somos capaces de distinguir una programación de Londres, Viena o Barcelona, ​​incluso a la hora de interpretar. El otro día escuché en directo a Dudamel con la Filarmónica de Los Ángeles tocando un Brahms, exquisito. Pero mientras tanto Venezuela se está derrumbando, tocaba en la frontera con México, con Trump como presidente, y todo parecía bonito. ¿Qué está reflejando eso de lo que está pasando en el mundo actual? Hay unas dinámicas generadas por el capitalismo que lo banalizan todo. La habilidad del director hoy no es crear y poner su sello, sino saber en qué punto tienes que parar para saber que lo técnicamente funciona. Nos están estafando. La música debe ser la acción verbal de hacer participar mucha más gente. Y se ha de tocar no pensando como lo había pensado el compositor sino con la visión de ahora, porque la música es algo vivo. Una Novena de Beethoven, con la situación política y social que tenemos hoy en día no tiene que sonar igual que hace 10 años. Sino, la música está muerta.
 
En la presentación de la temporada Xavier Puig explicó que había hecho más de cocinero que de performer. ¿Qué papel adopta esta temporada?
Se está ganando la confianza de los músicos, debe hacer valer lo que él cree que se debe hacer. Es muy inteligente, es el director del futuro. Da mucha voz a los músicos, que muchas veces saben más que el director.
 
Pero el director no deja de ser un líder.
A mí me gusta más la palabra médium. En los años setenta fue un estudio sobre la felicidad de los músicos y resultó ser equivalente a la de los funcionarios de prisiones. En el fondo es normal, el músico se le enseña a ser creativo y tomar decisiones, hasta que entra en una orquesta.
 
¿Entonces cuál es la función del director?
Debe trabajar a partir de lo que suena y no de lo que quisiera que sonara. Pocos directores lo hacen. Xavier está llegando a este talante. Se nota mucho como respira, según la respuesta de los músicos. Esto lo veo poco.
 
Comenzasteis como una orquesta ligada a los Amics de l’Òpera de Sabadell, después os desvinculasteis pero continuasteis trabajando juntos y ahora hay este momento de fusión en la Fundació Òpera de Catalunya. ¿Qué implicará esta unión?
Surge de la lógica y la necesidad de eficiencia. Estamos consolidando un proyecto de territorio cuando en Cataluña el 95% de la inversión pública está en Barcelona. El presidente de la fundación dice que dentro de diez años Barcelona será un parque temático y lo que realmente valga la pena sucederá fuera. Hay que crear centros de producción descentralizados y que los políticos tengan visión ámplia.
 
Lleváis 24 temporadas en el Palau.
Simfònics al Palau es una coproducción con el Palau y la conexión con la institución es cada vez es más estrecha. De hecho, nosotros nos adelantamos a lo que piensa el Palau. Uno de los puntos de su nuevo plan estratégico son la innovación y el aspecto social. Innovación no en el sentido de I + D sino de desarrollo de públicos para seguir creciendo. Si no fuera por el Palau nosotros ni OCM ni ONCA existiríamos, además teniendo en cuenta que lo que no pasa en Barcelona no pasa. El Oller fue gerente de la OSV y le dio un gran impulso. En este sentido hay una confluencia de objetivos.
 
Como se integra dentro de este cosmos Vespres d’Arnadí.
Desde un punto de vista artístico, para cubrir una parte del repertorio que no podemos hacer nosotros. Es un grupo con una gran dirección artística con Dani Espasa y con gran proyección de futuro. A nivel logístico, se trata de ayudar a crecer como empresa conservando la personalidad. Cuanto más compañeros de viaje tienes más creces. La colaboración es muy necesaria. Una de las cosas que hizo la Simfònica es liderar la ACOP.
 
¿Cuál es el posicionamiento, el relato de la OSV?
Estamos buscando qué somos. Somos responsables de nuestro futuro, somos eclécticos, no tenemos muchas manías, no creamos guetos y “simfopops”, hemos mezclado cine con clásica, Tchaikovsky con Doctor Zhivago… la música es buena o no es buena. Además, somos locales y no seguimos la inercia de los agentes, somos solidarios, con el proyecto social. Una orquesta que no tiene un proyecto social es un museo. Hay que pensar: “¿De qué manera esta obra que te ofrezco puede ser importante para tu vida”.
 
¿Como podrías definir el sonido de la OSV?
Quizás al instrumento le falta peso y precisión, pero el de la Simfònica es un sonido ligero, muy sensible a los directores y muy manejable. El hecho de hacer ópera nos ha ayudado mucho porque nos hemos convertido en la orquesta que acompaña mejor.
 
¿Cómo puede un músico que debe supeditarse a un director y unos cantantes en el foso empoderarse en un concierto sinfónico?
Con mucha humildad y muchas ganas de aprender. Esto nos permite ser muy sensibles. La OSV es una orquesta muy emocional que escucha mucho. Tenemos ganas de que los directores nos digan cosas, y si son jóvenes, seguro que serán cosas nuevas, pero a la vez tenemos el Victor Pablo Pérez o el Salvador Mas.
 
¿Cuál es tu carta a los Reyes por la OSV?
Que se cree el contexto para que la Simfònica se pueda desarrollar. La política está paralizada, los políticos van muy atrasados. Entiendo muy bien que no hay dinero, pero entonces crea políticas de públicos y la ley de mecenazgo -que llegará tarde, pero llegará. Las instituciones públicas están sacudiendo las responsabilidades con los creadores. El éxito de una institución cultural depende de tres factores: el público, la responsabilidad empresarial y las personas individuales. Si todo lo dejas en manos del estado o en manos exclusivamente privadas es muy peligroso. Nosotros multiplicamos por 4 cada euro que nos entra. La administración debería exigir tener un plan estratégico a las orquestas. También quisiéramos una temporada más extendida en Cataluña.

 

Fotos: Jordi Cos, Xavier Puig, OSV.

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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