Critica

Cuando la música se hace visible. La Mahler Chamber Orchestra y Gustavo Dudamel

13-08-2019

La Mahler Chamber Orchestra hizo vibrar los jardines del Festival Castell de Peralada el pasado día 10 de agosto bajo la batuta de Gustavo Dudamel. La velada contó con dos obras del repertorio romántico y con una serie de colaboradoras de lujo. María Valverde narró la primera parte del concierto, que contó con las voces de la soprano Mercedes Gancedo y la mezzosoprano Lidia Vinyes-Curtis, todas ellas acompañadas del Cor de Noies de l’Orfeó Català.

Para todas aquellas de nosotras que conocemos la retahíla de sensaciones que la Mahler Chamber Orchestra puede llegar a desencadenar, la noche del pasado sábado 10 de agosto se presentaba muy golosa. Gustavo Dudamel se colocó al frente de la orquesta para interpretar El Sueño de una noche de verano, Op. 61 de Félix Mendelssohn y la Sinfonía nº1 en Re mayor, “Titán” de Gustav Mahler.
 
La primera parte del concierto fue protagonizada por un conjunto espléndido. La orquesta, que contaba con los refuerzos de algunos artistas de la Dudamel Foundation, quedó enmarcada por las proyecciones adecuadas pero poco atrevidas del director de cine venezolano Alberto Arvelo, el Coro de Chicas del Orfeó Català, la soprano Mercedes Gancedo, la mezzosoprano Lidia Vinyes-Curtis y la actriz María Valverde, que se colocó al lado del director.
 
La archiconocida pieza de Mendelssohn fue entonada maravillosamente por la orquesta, y rápidamente quedó demostrada la intención de Dudamel. La articulación meticulosa de cada frase y sforzando acentuó la teatralidad de la música incidental con la que Mendelssohn música la historia de Shakespeare. El aspecto instrumental de la pieza fue excelente, sin embargo, lo que narró María Valverde se hizo de mal escuchar por la poca calidad de los aparatos o la mala sonorización del conjunto técnico. Cuando fue el turno de la mágica You spotted snakes el escenario pareció crecer con la intervención del Coro de Chicas, Gancedo y Vinyes-Curtis, y la primera parte de la velada cogió un carácter fantástico e ilusorio, en perfecta armonía con el jardín y las estrellas que hacían de marco natural del escenario.
 
La segunda parte del programa fue un disfrute y un regalo para los oídos de todas las personas presentes. La sinfonía titánica de Mahler fue abordada de manera delicada por la Mahler Chamber Orchestra, que reiteró para los que no lo habían captado en la primera parte del concierto que la musicalidad, el talento y el conjunto orquestal eran de un altísimo nivel artístico.
 
Dudamel jugó con la música como si se tratase de algo flexible, y el primer movimiento de la sinfonía Langsam, schleppend. Wie ein Naturlaut – Im Anfang sehr gemächlich (poco a poco, como el ruido de la naturaleza – en un inicio, suave) adentró el auditorio en un ambiente maravilloso. El carácter programático de la obra, que emparejar la primera y la segunda parte del programa, pareció agudizarse con la elasticidad que Dudamel hay plasmó, una calidad que se extendió a lo largo de la obra. 

El segundo movimiento, Scherzo. Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell (Movimientos poderosos, aunque no rápidos), continuó con el carácter mágico de la velada y el talante juguetón de la primera parte del concierto volvió para el Ländler que reboza el segundo movimiento de la sinfonía de Mahler. La potencia sinfónica de la orquesta, que en este caso se había transformado en filarmónica, empezó a vislumbrarse, y el entendimiento entre el conglomerado orquestal y director se hizo visible a los ojos del público, transformado en oleadas de música que parecían moverse entre todos ellos.

El tercer movimiento, Trauermarsch: Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen (marcha fúnebre: solemne y mesurada, sin perder movimiento) dejó atrás el aire festivo para entrar de lleno en el canon hierático entonado por los timbales, el contrabajo solista, el fagot solista y la tuba. La maravilla sonora que se creó fue algo de otro mundo y se mantuvo a lo largo de la danza cabaretesca y de toques folklóricos del tercer movimiento. El clarinete solista, Vicente Alberola, le dio un toque klezmer que fue yendo y volviendo hasta que finalmente, y con el apoyo armónico de la fantástica sección de metales, se acabó imponiendo y dejó un sabor de boca misterioso y retrospectivo, como si el sonido se fuera alejando de los oídos de los y las presentes.
 
El inicio del cuarto movimiento, Stürmisch bewegt (movido como por una tormenta) fue realmente titánico y tormentoso. La potencia de la orquesta, convertida ahora si en un monstruo sinfónico de gran tamaño, transformó la energía de la velada en algo poderoso, trascendente e incluso místico. La tensión creada por Dudamel y la Mahler llegó a los extremos de la sensibilidad musical, erizando la piel de todas las personas presentes y haciéndonos partícipes de algo maravilloso que fue in crescendo hasta el estruendo final de la sinfonía, que convirtió la velada en un disfrute sonoro de difícil comparación.

Fotos: Festival Castell de Peralada

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