Sinfónica

Y tú, sientes la música?

28-09-2019

El pasado domingo, la Orquestra Simfònica del Vallès, bajo la dirección de Salvador Mas, acompañados del Cor Jove de l’Orfeó Català y por los solistas Ulrike Haller y Robert Holzer, inició una nueva temporada en el Palau de la Música Catalana con un claro protagonista : Beethoven y el 250 aniversario de su nacimiento.

La 24ª temporada de Simfònics al Palau comenzó el pasado domingo con tres obras beethovenianas del romanticismo de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Este fue un momento tan importante a nivel artístico (no sólo musical) que ha dejado una huella muy profunda en la tradición occidental. Tanto es así que hoy debemos considerar herederos de esta época: compositores, escritores, pintores y creadores de nuestros días elaboran sus obras bajo el prisma de aquellos años.

La Orquestra Simfònica del Vallès comenzó el concierto de la semana pasada con el Apertura en Fa menor, op. 84 para el drama Egmont escrito por J.W. von Goethe. Los gestos grandes y expresivos de Salvador Mas dieron una entrada poderosa pero poco concreta a los músicos. De hecho, el antiguo titular optó por un tipo de conducción que, a pesar de ser vivida y segura de sí misma, conllevó algún desajuste en el tempo a lo largo del concierto. Por otra parte, hay que destacar el trabajo de la concertino Marta Cardona, que supo estar presente con expresividad y liderazgo.

Con unos crescendos progresivos y un fraseo muy acertado, el conjunto supo transmitir el dramatismo que encarnan estas notas. Los momentos que así lo pedían, tenían el aire que se necesitaba para poder respirar, coger fuerzas y dirigirse hacia una tensión retenida que acababa estallando en fuertes penetrantes y acuerdos magnificentes.

Un piano delicado de las cuerdas inició la Cantata en la muerte del emperador José II. Una vez la calma tensa ya estuvo instaurada en el patio de butacas, el Cor Jove de l’Orfeó Català exclamó un «Todt!» Un poco ahogado (cabe apuntar que es un inicio difícil). A continuación, sin embargo, el conjunto vocal adentró un público atento al ambiente tétrico de la cantata: si bien el color de las voces en esta edad (los miembros del coro tienen entre 16 y 25 años) no suele ser especialmente oscura , el carácter de la formación coincidió con la intención del texto.

Hay que aplaudir los dos solistas del coro que, estando al lado de dos profesionales, no tenían una tarea nada fácil: Helena Tajadura, contralto, quedó apagada por la orquesta en la textura más grave pero se mostró bastante presente en las partes más agudas, y Miguel Ángel Schikora, tenor, quedó en un segundo plano pero se supo defender en los momentos de mayor exposición.

Robert Holzer, bajo, ejecutó el solo con unos graves aterciopelados y un puesto solemne pero las dinámicas que propuso no se acabaron de entender, lo que desembocó en un discurso plano y un poco monótono. Ulrike Haller, soprano, sonó brillante, redonda, con un color dulce y un fraseo dibujado con mucho gusto. Con unos pianos bonitos pero unos fuertes que no acababan de estallar, interpretó las arias y el recitativo como si narrara un cuento delicado pero bien definido.

Al terminar, uno de los violines tomó la palabra para explicar por qué había un grupo de cinco niños y niñas en el escenario: eran miembros de la Jove Orquestra Graeme Clark, formada por jóvenes de entre 12 y 18 años con discapacidad auditiva . Aprovechando el 250 aniversario de un compositor que, a pesar de la sordera, ha hecho llegar su obra hasta nuestros días, la OSV ha querido impulsar un proyecto social llamado Beethoven 250 que quiere dar visibilidad a este colectivo a través de la música, sensibilizando la sociedad y explicando cuáles son sus necesidades y sus potenciales.

Dicho esto, llegó el momento que muchos estábamos esperando y sonaron las corcheas iniciales de la Sinfonía núm. 5, en Do menor, op. 67 de Beethoven. Hay que decir, sin embargo, que faltó peso y fuerza en un inicio tan y tan conocido, tal vez de manera intencionada. El segundo movimiento avanzó con una calma optimista, caminando sobre un tempo tranquilo. El Scherzo despertó emociones y hubo momentos donde la orquesta sonó espléndida, pero también se echó en falta un poco más de aire a finales de frase. El Allegro final, majestuoso y brillante, terminó arrancando un aplauso agradecido de un público que se puso de pie. Resumiendo, el disparo de salida de esta nueva edición de Simfònics al Palau se hizo escuchar (sentir) y emocionar (sentir).

Foto: Salvador Mas, Orquestra Simfònica del Vallès

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