Lied

Cuando se saben aprovechar las oportunidades

22-10-2019

El pasado domingo 20 de octubre, las Residencias Musicales en La Pedrera nos obsequiaron con el concierto a dúo del contratenor Víctor Jiménez, uno de los residentes de este año, compartiendo escenario con el arpista José Antonio Domené para interpretar un programa muy francés con Ravel, Fauré, Debussy y Hahn.

Las Residencias Musicales en La Pedrera son una plataforma ideal para jóvenes talentos catalanes para enraizarse en casa en unos tiempos en que se produce una fuga de artistas afuera porque, aparte de las ganas de crecer a nivel internacional, aquí se sienten poco valorados. El fenómeno es raro, porque, por un lado, en casa no les reconocemos el recorrido si no han sido en Europa y, por otro, en el continente, no ven con buenos ojos que los artistas no estén avalados por una trayectoria en su país. Con las Residencias, La Pedrera hace un giro a la situación y permite a cuatro jóvenes escogidos por el talento y trayectoria, proyección y personalidad la oportunidad de encontrar su público en casa con programas cocidos a fuego lento y la participación de talentosos compañeros de generación.
 
El domingo 20 de octubre tuvo lugar el segundo concierto de la temporada, el primero para el contratenor Víctor Jiménez Díaz, un personaje con una personalidad desbordante y un talento que ya pudimos descubrir los Sopars Lírics al 7 Puertas hace pocas temporadas como una gran revelación. Aquel joven contratenor que se iba haciendo un lugar en el escenario catalán pero, al mismo tiempo, tenía que librar batallas en el extranjero se dolía -que no lamentaba- que en un país como el nuestro no hubiera suficientes oportunidades para aquellos que no siguen el circuito de forma ortodoxa. Y es que Jiménez tiene la voz, tiene la personalidad, tiene la técnica -y de qué manera- pero, al mismo tiempo, tiene el valor de ser un “self-made artist”, siempre en busca de un Yo personalísimo y coherente con él mismo, haciendo gala de su voz queridamente heterogénea y particular que, cuando la escuchas, la reconoces como única, y poniendo en valor todo el repertorio del que se siente deudor -especialmente el entorno de Händel, sobre el que ha editado el disco Bocatto di Cardinale. Ahora le ha llegado la oportunidad de arraigar su talento en Cataluña, y Víctor se ha aferrado dando lo mejor de sí mismo, diseñando un programa cuidadísimo y original, con un compañero de viaje como el arpista José Antonio Domené, que también está demostrando mucha sensibilidad y es reconocido en todo el Estado.
 
Su propuesta era arriesgada pero ganadora. Arriesgada técnicamente, pero ganadora porque, por un lado, el repertorio que escogió Jiménez es exquisito y, por otro, para que la ejecución fue sencillamente extraordinaria. Ravel, Fauré, Debussy y Hahn sonaron melodiosos, expresivos, con sentimiento y autenticidad. Un impresionismo que no cayó en la caricatura, sino que se cuidaron mucho los reguladores y nunca sufrió ni el exceso ni la vaporosidad del género. Cada cadencia estaba bien controlada, la proyección de la voz de Jiménez lo delataba como una figura que pronto deberíamos ver en el Liceu, el Palau y en L'Auditori, y su personalidad arrolladora enamoró a los presentes, con gran expresividad en sus movimientos, pero también soltándose con el público, que se sintió cada vez más cómodo con el dúo.
 
Les Chants Populaires de Ravel era una manera de reivindicar lenguas históricas que no tienen un estado detrás, como el gallego, el lemosín (catalán antiguo) o el romano antiguo, al tiempo que se recordaba un momento histórico tan impresionante como la Gran Guerra y las sus consecuencias para las minorías. Las canciones tenían una belleza enternecedora que Victor Jiménez supo explorar con gran talento y dinámicas muy bien conducidas. Además, las Deux Mélodies hebraïques estremecieron por su carga emocional y espiritual, cantadas con todo el respeto y honestidad.
 
De Fauré interpretaron “Chanson du pêcheur”, de Deux Chansons, op. 4, n. 1, una pieza que habla de la muerte con mucha ternura y “Après un rêve” de Trois melodies, op. 7, n. 1, que trata de un sueño donde, en el momento de consumación, el estimado se despierta. También de temática amorosa es “Le Secret”, de Trois melodies, op. 23, n.3, que sonó delicada y expresiva, para pasar a un dulce nocturno (“La Nuit, nur le grande mystère”) y acabar la primera parte con una canción espiritual que desprende alegría (“En Prière”).
 
En la segunda parte se acentuó la característica espontaneidad de Jiménez, con un Debussy que desprendía mucha alegría, acompañada de un sugerente sonrisa por parte del cantante, en “Nuit de Étoiles”, y tres de las Deux Romances L. 79, que sonaron un poco más carnosas y sensuales. Finalmente disfrutamos de las melodías más célebres de Reynaldo Hahn, después de haber descubierto algunas joyas impresionistas donde el contratenor ofreció momentos sencillamente sublimes.
 
Domené, por su parte, demostró nuevamente su impoluta técnica y su dominio del repertorio, tomando protagonismo discreto pero constante al lado de su compañero. Son personalidades artísticas totalmente diversas pero que confluyeron felizmente en el Auditorio de la Pedrera con total complementariedad. Domené tuvo dos momentos de protagonismo, uno en la primera parte, con el Impromtu no. 6, op. 86 de Fauré, donde poco a poco iba haciéndose más expansivo, distinguiendo con pulcritud las líneas melódicas de la base armónica, y los dos maravillosos arabescos L. 66 de Debussy, que desprendían serenidad y calidez.

Fotos: Victor Jiménez, José Antonio Domené, La Pedrera

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Aina Vega Rofes
Aina Vega i Rofes
Editora
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