Cámara

“Bach ist meine Freude!”: Nuestra alegía

31-12-2019

Como cada vez que ponemos punto final a un año más, es el momento (tampoco me atrevería a decir si es un buen momento o el mejor momento), en el que fiscalizamos los días que estamos a punto de abandonar y, entre canelón y trozo de turrón, miramos qué ha pasado, que nos ha pasado, y, de alguna manera, buscamos una aprobación interna que explique la verdad de la explosión que nos rodea, una especie de consentimiento tácito a ser tragados por el extraño calor de profecías contingentes que hablan del regalo perfecto, el ritmo sincopado de las copas de cava y el minimalismo inquietante de un joya en el mundo erigido en un mantra del comercio que emana de altavoces situados en virtud de una estrategia sonora que se nos escapa.

Por suerte, de estrategias sonoras hay muchas; quizás, después de todo, no todo está perdido (y, si nos desvestimos de pesimismo, siempre se puede hacer mofa del eterno “esto ya no es lo que era…” con un siempre necesario “esto nunca fue lo que era”). Así, cada uno se sabrá cuál es esa su joya, pero al menos los que amamos la música en Barcelona podemos decir que en nuestra ciudad, tan lejos de la Navidad gélido de Leipzig, siempre ha querido mucho la música de Bach, y aún hoy se sigue amando. No es poco.
 
Pero no sólo es eso; además de un público fiel, además de recrearnos en la nostalgia de aniversarios de primeras audiciones de Pasiones y Oratorios pioneros, y además de las patums  de casa y foráneas que llevan esta música en los escenarios más selectos, también podemos decir que Bach está vivo entre la gente joven y cada año se empeña en ser protagonista en muchos rincones de nuestra ciudad de la mano de personas tan entusiastas como Pau Jorquera y Daniel Tarrida. Esto, más que ser poca cosa, ya es mucho.
 
Desde el 2011, la iniciativa Bach zum Mitsingen nos ha (mal)acostumbrado a que en Barcelona se interpreten las cantatas de Bach como un elemento más de nuestra normalidad musical cotidiana (hasta el año pasado fueron más de 50), y además lo ha hecho a través de proyectos participativos con cantantes amateurs, arraigando profundamente este proyecto dentro de nuestra realidad ya de por sí rica e históricamente transformadora del asociacionismo coral.
 
La alianza posterior con la Fundación Salvat ha dado fuerza a un proyecto que ya había ido ganando ambición y calidad con iniciativas como el festival Bachcelona (programación ya consolidada que llena la ciudad de propuestas a mis ojos excepcionales) o la Beca Bach, que desde del 2014 apadrina a jóvenes cantantes profesionales.
 
Este tránsito hacia la profesionalización era el escalón natural, pero difícil en un contexto cultural tan precario como el nuestro. Que el coro de cámara del BZM haya constituido finalmente como coro estable profesional bajo el nombre de Bach Collegium Barcelona es una noticia feliz para todos los melómanos, no sólo por las alegrías musicales que nos llevarán, sino porque es la consolidación definitiva de Barcelona como capital mediterránea bachiana. Y todo ello gracias al entusiasmo e incansable energía de gente joven que lo ha levantado desde cero. Las autoridades deberían tomar nota.
 
Así pues, haya más alegría o menos, como mínimo acabamos el año con un buen regalo en sus manos. El primer disco grabado por el grupo es una carta de presentación ya la vez resumen de los resultados de un trabajo que se remonta años atrás con una plantilla de cantantes excepcional y bien conocidos por los asiduos a los conciertos corales de la ciudad.
 
Presentado el mes pasado en el MUHBA con su consecuente concierto, Bach ist meine Freude! (2019) es el testimonio justo y necesario de un proyecto que merecía esta visibilidad perdurable y que representa la primera piedra de un nuevo camino (recientemente también se ha presentado la orquesta del Bach Collegium Barcelona).
 
Uno de los aspectos más destacables de la grabación es que este torrente de alegría que nos produce Bach, nunca mejor dicho, toma toda su significación como verdadero río que transcurre a través del fértil paisaje de casi un siglo y medio de la tradición musical alemana, todo fluyendo en virtud de afortunados accidentes geográficos que toman la forma de las manos de una familia tocada por el sentido del genio y, si se me permite continuar con el anacronismo romántico, que convierten el valle entero que riegan con el alimento del arte en un mundo infiltrado de Espíritu, la naturaleza como fenómeno estético que, en este caso, nos remite a una traducción sonora de la Creación.
 
En este sentido, encuentro un gran acierto acompañar las obras el Bach más inmortal, el Johann Sebastian, de motetes compuestos por otros miembros ilustres de esta saga irrepetible, constituyendo no sólo la interesante reconstrucción de una herencia artística destilada por varias generaciones, sino también la evolución misma de la música occidental a través de una selección de obras excepcionales. Todo ello convierte el disco en algo más que una recopilación de motetes, la erige como el que exactamente pretende ser BZM: el correlato de un proyecto total que parte de la obra del Bach más famoso pero que desde ella trasciende por convertirse en un verdadero escenario de convivencia musical, o incluso espiritual (no es casual el “guíanos hacia el cielo” de Verdaguer en la contraportada), en términos de la producción y recepción de la música como vértebra emocional de la vida colectiva de una ciudad como la nuestra.
 
El disco abre con Der Gerechte y Fürchte die nicht, de Johann Christoph Bach. Estos ejemplos tempranos nos abocan al primer Barroco y una escritura marcadamente más arcaica que la de los que le seguirán. Sin embargo, también pone dispone el terreno de juego donde se jugará el resto del partido, la del poder absoluto de la polifonía vocal como medio de asumir colectivamente el texto y elevar en ella a través de una tekhné puesta a su servicio; se toma la tradición cultural oceánica del motete y se configura específicamente como uno de los instrumentos paradigmáticos de esta manera tan protestante de entender la convivencia entre pueblo, texto, música y fe, una conjunción que acabó cambiando para siempre la manera de componer toda la música misma.
 
Los primeros compases ya son una invitación al universo recogido y austero que apela directamente a cada individuo para que descubra el poder de una conciencia recién nacida bajo los auspicios paternales de esta Reforma no ajena tampoco al soplo cartesiana. La verticalidad armónica de estos sobres acordes de primer y cuarto grado dispone el poder cautivador de los corales que tan inteligentemente tejen el velo de la religión con el hilo de Ariadna musical ya desde los tiempos en que la hija de Minos era protagonista.
 
Esta armonía vertical se rompe en los diálogos de voces que se suceden para reencontrarse a continuación en acordes de reposo (siempre la paz promesa tras la angustia) y luego lanzarse nuevamente a un torrente de entradas fugadas que, lejos de perderse en un mero ejercicio de virtuosismo contrapuntístico, se retiene a sí mismo con el fin de enfatizar la fuerza de las primeras palabras de los versos.
 
Sin duda, la lectura musical que hace Pau Jorquera otorga la transparencia necesaria para hacer evidentes estos matices de una escritura que el librito mismo del disco ya define como “casi madrigalesca”. Así, la limpieza de las entradas, el control de los tempi y unas dinámicas adecuadas a la textura de la escritura permiten que en todo momento flote el mensaje a transmitir, porque al final es eso lo que estamos persiguiendo: utilizar el arte como cedazo con el que nos llevamos lo que realmente importa, como cincel que saca las partes sobrantes de la escultura de la verdad. En la música, como algo vivo, el momento de la interpretación es también el momento en el que manejar este cincel.
 
Naturalmente, la calidad de las voces de los integrantes del Bach Collegium Barcelona contribuye a esta transparencia. El empaste perfecto de todas las voces no sólo crea en todos los motetes un bloque sonoro de gran unidad y solidez, sino que también evidencia la contrastada experiencia en el mundo coral de sus miembros. En este sentido, quien busque voces gruesas y vibrato encontrará en este disco una decepción y el podría incluso considerar lejos de los estándares profesionales con el que se vende a sí mismo. También es cierto que esta persona hipotética haría mejor que ir a la ópera, donde encontrará con creces todas estas cosas.
A los que amamos el canto coral también nos cansan los grupos que acaban siendo una yuxtaposición de solistas en competición para imponer su timbre sobre el conjunto. Personalmente no podría entender una lectura de estos motetes que no fuera la búsqueda de esa pureza, sólo alcanzable por la finura de las voces que podemos sentir en este disco, sobre todo las sopranos; es la única lectura que puede hacer de la polifonía la protagonista misma del conjunto, e incluso podemos decir que es una lectura cercana también al sentimiento original de vivencia de la pieza en la liturgia, lejos de los artificios concertísticos que actualmente la pueden circunscribir.
 
Visto así, no me parece posible un saber hacer más profesional que el de saber diluirse inteligentemente en el todo sonoro como lo hace el creyente mismo cuando busca diluirse en Dios. El sonido perseguido en esta recopilación me parece una aproximación joven, entusiasta pero por encima de todo brutalmente honesta… ¿Qué más podemos pedir en un horizonte general donde prima más el artificio y el interés?
 
En este sentido, la falta de armónicos que se aprecia en ciertos acuerdos y donde tal vez sería deseable más amplitud sonora (sobre todo en las voces masculinas) no sólo me parece un defecto menor, sino que también evidencia la sinceridad de los responsables del proyecto, que han querido mantener la pureza de la interpretación original en lugar de alterarla por la magia del ecualizador.
 
Siguen en el disco la placidez deliciosa de Das Blut Jesu Christi que esconde la gravedad insondable de su mensaje, y Nun, hab'ich überwunden, ambos de Johann Michael Bach. Este último destaca por el interesante tratamiento del ritmo en su primera sección, que remarca cada una de las sílabas de las palabras (evidentemente, el Kreuz adquiere así todo su dramatismo). En la repetición, contrariamente, la melodía toma más protagonismo.
 
Vuelve a destacar la calidad de las voces, que aquí podemos apreciar más individualmente gracias a la apertura de diálogos entre las secciones. También, y con relación al ritmo mencionando, hay que resaltar la excelente dicción de los cantantes, remarcando debidamente a las consonantes y subrayando que su potencia va más allá de la mera fonética para llegar a una función musical y espiritual, pero tampoco sin llegar a la exageración histriónica con la que a menudo los intérpretes profesionales que no hablan alemán quieren salir del paso (sin mucho éxito, todo hay que decirlo).
 
De Johann Ludwig Bach podemos escuchar Unsere Trübsal y Das ist meine Freude. Lo más interesante es que aquí encontramos un elemento ya aparecido los dos motetes anteriores pero que el autor no acababa de desarrollar: el melisma. En ambas obras encontramos un extenso trabajo melismático y de ornamentos, tan característico del estilo más puramente barroco. En este sentido, los cantantes muestran una articulación muy precisa de las notas sin ninguna muestra de ambigüedad rítmica, quizás con algún momento de afinación vacilante en el primer motete, pero absolutamente solvente ante la evidente dificultad interpretativa del segundo, en el que la articulación seca de los “Das” se alterna con las retahílas ornamentístiques y notas pedales creando un frágil equilibrio. Precisamente, hay que reconocer que aquí tal vez se encontraría en falta la presencia de más cantantes, sobre todo en el momento en que la escritura se divide en dos grupos autónomos.
 
Todos estos elementos cristalizan en la obra de Johann Sebastian Bach, que recoge este legado y la eleva a una nueva categoría a través de su excelencia técnica y expresiva no alcanzada por ninguna de las otras obras.
 
El Bach Collegium Barcelona hace honor a su nombre con el cautivador contrapunto de Ich lasse das nicht, que se erige como si no pudiera ser dicho de otro modo la frase “no te dejaré ir, hasta que no me hayas bendecido”, y donde otra vez lo que no se dice es tan importante como lo que se dice.
 
A continuación, el célebre Jesu, meine Freude se presenta como la joya del disco. Su serenidad es calmada ya la vez ardiente, como una llama fría, que se alza sobre la base armónica hasta los dedos sonoros de las voces agudas, una construcción sólida y dúctil a la vez, a imagen del esqueleto de acero de un rascacielos místico de afinación impoluta. Quisiera destacar el inteligente dominio de las pausas dramáticas entre las frases, ni apresuradas ni innecesariamente pretenciosas por parte de Pau Jorquera, y donde el silencio alcanza toda su fuerza de lanza dramática.
 
El corazón sobresale tanto en los magistrales juegos rítmicos de Er ist nun nicht Verdammliches o Weg mi tallen Schätzen (en sí mismo, lección magistral y paradigma de este entretejer palabra, mensaje y música), como las voces femeninas lo hacen especialmente en el breve pero delicioso Denn das Gesetz des Geistes, rara vez cantado con tanto cuidado.
 
Por otra parte, vuelve a brillar un elemento que hasta ahora no habíamos comentado: el acompañamiento al órgano. Daniel Tarrida, la otra alma de este proyecto, proporciona un cojín sonoro que, a pesar de doblar las voces y pasar a menudo desapercibido no podría ser más pertinente.
 
Tarrida hace gala de su experiencia e implicación en este proyecto. Curtido en la intensa y ya larga trayectoria de los proyectos de BZM, sabe en todo momento como fusionarse con el sonido de las voces y contribuir a la creación de una totalidad sonora donde, insistimos de nuevo, el artificio más ejerce de pantalla que tape el mensaje ya la armonía del todo, valga la redundancia.
 
Cierran el disco dos obras de Carl Philipp Emanuel Bach, donde encontramos la presencia de Frances Bartlett al violonchelo. Trost der Erlösung y Bitten contrastan con el resto de la recopilación por su exuberancia sonora y recursos compositivos propios del clasicismo musical, si no directamente prerromántico. El corazón se adapta con solvencia al cambio de registro, manteniendo una continuidad ambiental y cromática (en el sentido de color) con los motetes anteriores pero sumando energía y amplitud cuando la partitura lo requiere. La única enmienda que haría es la evidente falta de apoyo, entendido en términos de técnica vocal, por parte de todas las voces en los numerosos grupetto de la última obra, donde la articulación y afinación queda algo desdibujada. Seguramente es el precio inevitable a pagar cuando has hecho esta apuesta estilística desacomplejada por un timbre general que en algunos instantes frota la connotación de blanco (pero que personalmente, no me molesta lo más mínimo, al contrario).
Continuando con los pocos aspectos mejorables, debo mencionar el trabajo de producción por parte de los responsables técnicos del disco. A pesar de presentar un sonido de calidad, limpio y en el que pueden degustarse una gran cantidad de matices sonoros (premio por el responsable de los micros), es igualmente cierto que las transiciones entre pistas son torpes, con cambios bruscos de volumen y con presencia notoria de ruido ambiental (incluso puede escucharse algún comentario de algún miembro del corazón que se ha colado en la mezcla final!). Estos flecos descuidados son una verdadera lástima porque quedan en el disco la apariencia de un acabado plenamente profesional en términos de producción.
 
Sin embargo, son detalles menores que no restan valor a este trabajo excepcional, que esperamos el primero de muchos.
 
En conclusión, Bach ist meine Freude! rezuma todo el amor y cuidado con que los responsables de este proyecto lo han alimentado durante años, pero se trata de un entusiasmo que en todo momento se erige compatible con la ambición de alcanzar unos estándares profesionales que miran cara a cara con los tributos más excelentes que los países con más tradición de Europa dedican al músico de Leipzig.
 
El mismo juego de palabras del título ilustra el sentimiento de un grupo que demuestra en todo lo que hacen que disfrutan haciéndolo. En este sentido, Bach puede ser su joya (joya que compartimos), pero, para nosotros, además, que exista un proyecto como el suyo, tan vivo y más lleno de futuro que nunca, es una joya añadida; así que podemos decir que ellos también son nuestra joya.

 
Fotos: BCB. Copyright: Frederic Hernández
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Aina Vega Rofes
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