Critica

La decadencia suntuosa de Strauss

30-01-2020

El pasado 29 de enero, Ibercamera volvió a deleitar al público barcelonés con un concierto delicioso protagonizado por la Frankfurt Radio Symphony, Andrés Orozco-Estrada, y un jovencísimo Fumiaki Miura, Todos ellos bajo el cobijo del Auditorio de Barcelona, abarrotado. El programa contó con los grandes nombres del repertorio sinfónico del turn-de-siècle, entre ellosMussorgsky, Tchaikovsky y Strauss.
La obra que inició la velada fue el greatest hit de Mussorsgky Una noche en el monte pelado, arreglada por Rimsky-Korsakov veinte años más tarde. La fabulosa orquesta de la radio de Frankfurt, dirigida por su titular Andrés Orozco-Estrada, arrancó con una energía desbordante y una sonoridad pletórica, muy propia de las grandes orquestas germánicas que, tristemente, todavía arrastran estereotipos de lo más rancios, como por ejemplo que tanto contrabajos como metales cuenten con una ridícula (y en casos inexistente) representación femenina.

El director colombiano, con una agilidad poco corriente sobre los podios orquestales, trazó líneas, armonías y matices excepcionales en la primera obra del programa, tejiendo unos contrastes magníficos, quizá excesivos para un público constantemente ruidoso y mal educado. Como es habitual en las salas barcelonesas, sonaron un par o tres de teléfonos, cayeron numerosos objetos, y los toses y estornudos se fueron combinando con cada compás del concierto.

La segunda pieza del concierto hizo aparecer en escena al violinista Fumiaki Miura y su Stradivarius, que abordaron el Concierto para violín y orquesta en Re mayor, op. 35 de Tchaikovsky con una tranquilidad asombrosa. El concierto escrito por el compositor ruso, que sobrepasa sobradamente el calificativo de greatest hit, fue tratado de una manera muy original por el director, que aportó una energía templada y flexible a la pieza. El obvio virtuosismo del solista contó con el apoyo constante de Andrés Orozco-Estrada, que entrelaza la sonoridad pulcra y decidida de Miura con la de la Orquesta.

Después de una pausa que sirvió para calmar los ánimos y prepararse para la sesión straussiana de la segunda parte, la Orquesta volvió a sentarse al mismo tiempo que lo hacía el público, hasta que apareció Andrés Orozco-Estrada y hizo el impulso de empezar cuando todavía había una fuerte rumor en la sala.

El Don Juan Op.20 de Richard Strauss es algo maravilloso para las amantes del sinfonismo del turn de siècle. Su capacidad de tergiversar el oído y el entendimiento sobre lo que se escucha, que según Jacobo Zábalo ilustra la “pasión volcánica” del autor y sus personajes, quedó perfilada por los movimientos del director y los matices de la orquesta, todos ellos impecables en su interpretación. A pesar de la evidente perfección técnica e interpretativa de la orquesta, el Don Juan evidenció también la calidad musical de los y las solistas de la velada, que dejaron boquiabierta a la mayoría del público.

Y finalmente fue el turno del magnífico Rosenkavalier, en su versión escrita para orquesta. Tras el estruendo donjuanesco fue el turno de los valses decadentes y magníficos del caballero de la rosa y sus precipicios armónicos, materializados por los movimientos de un enérgico Andrés Orozco-Estrada. Las bajadas tonales de la Suite fueron magistralmente abordadas por una orquesta al completo y unos solistas de gran talento. Podría decirse que dejaron la sala inmersa en una catarsis sonora y un sentido renovado de lo que puede representar un “drama” musical.
Y es que, incluso las críticas más fervorosas, que solemos arremeter contra las programaciones canónicas y testosteròniques, podemos tener una debilidad especial por ciertos personajes de la historia musical.

Fotos: l’Auditori de Barcelona.


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