Òpera

La clemenza di Tito en el Liceu

24-02-2020

Mozart completó en unas pocas semanas La clemencia de Tito durante el verano de 1791, una obra de circunstancias para las celebraciones en Praga de la subida al trono del nuevo emperador austrohúngaro, Leopoldo II. El poco tiempo disponible para la composición y los problemas de salud que llevarían el genio de Salzburgo a la tumba dieron como resultado una ópera dramáticamente pobre, de exaltación del soberano, pero con una partitura llena de grandes momentos vocales más cercanos a aisladas arias de concierto, los que Mozart añadió su talento en diversos momentos de conjuntos, con un inspiradísimo final del acto primero.
Este febrero y más tarde en abril, el Gran Teatre del Liceu ha programado 10 funciones de la ópera, de las que asistimos a la primera de ellas. Philippe Auguin dirigió la Sinfónica del Liceu, que en esta ocasión se adaptó excelentemente a los delicados pentagramas mozartianos, destacando especialmente la sección viento-madera en la que Mozart regala inspiradísimos episodios, rememorando la música para Harmonie de su extenso opus. Magníficos solistas de clarinete y corno di bassetto en las grandes arias de Sesto y Vitellia: Darío Mariño y Víctor de la Rosa, respectivamente.

Al francés Philippe Auguin le tenemos que agradecer, pues, el trabajo de haber conseguido un empaste mozartiano en el foso. Pero a su lectura le faltó fantasía, dar ese toque etéreo que siempre se desprende de la música de Mozart; varios fragmentos no fueron más allá de un estudiado control. Su fraseo no hipnotizó, dando como resultado una interpretación fragmentada de una obra de por sí poco compacta.

El coro del Liceu, bajo la dirección de Conchita García, continúa en un buen nivel ascendente, recuperando su salud durante esta temporada, recuperación que deseamos que culmine en el exigente siguiente título. Destacamos la magnífica interpretación del Handel “Che del ciel”.

La gran triunfadora de la noche fue sin duda la mezzosoprano Stéphanie de Oustrac, quien debutaba en el teatro de la Rambla. Es la suya una voz rica, de sonidos acontraltados y un excelente sentido del drama y la escena. Si en el aria del acto primero maravilló por unas agilidades de perfecta factura, donde realmente conmovió fue en su rondó del acto segundo, “Deh por questo instante solo”, un bello lamento donde el artista parecía llorar con la propia voz. Brava!

A su lado, la voz del tenor Paolo Fanale nos llegó monótona, de sonoridades fijas y poco coloreadas que afloraron especialmente en los momentos de canto más legato o elegíaco. Por el contrario, técnicamente consiguió una buena realización de aquellos fragmentos más virtuosísticos, especialmente en su gran aria del acto segundo, “Se all’impero”.

La Vitellia de la griega Myrta Papatanasiu también tuvo que luchar con unas tonalidades vocales extrañas, con agudos poco cuidados y cambios de color importantes en los descensos al grave. Es la tesitura de la Vitellia problemática, a medio camino entre la soprano y la mezzo. Sin embargo, Papatanasiu mostró una gran implicación a nivel dramático y su canto nunca cayó en la monotonía.

Gran sorpresa fue la soprano Anne-Catherine Gillet como Servilia. Su voz cristalina y bien timbrada adaptó maravillosamente al canto mozartiano, que la cantante desgranó con una delicadeza y luminosidad que agrandaron la corta parte. Esperamos volver a escuchar en interpretaciones más extensas y comprometidas.

El amoroso Annio de Lidia Vinyes-Curtis fue un contrapunto ideal. Valoramos que el teatro dé oportunidades a las voces del país, aunque sea en estas pequeñas partes. Pero inexplicablemente la premisa no se siguió en personajes tan secundarios como Publio (Matthieu Lécroart) y Lèntul (David Greeves), lo que nos hizo pensar en cantantes mucho más cercanos que hubieran podido destacar unas partes tan limitadas.

El Gran Teatre del Liceu ha adquirido la producción de David McVicar que el Festival de Aix-en-Provence estrenó en 2011 (suponemos repetidas reposiciones en los próximos años). Es una escenografía funcional, pensada para un escenario al aire libre y que el teatro ha tenido que adaptar, con algunos cambios, especialmente en la arquitectura frontal. Quizás su principal virtud es la de presentar la historia sobre la benevolencia imperial sin ningún tipo de diálogo paralelo más allá de transponer la acción en la época napoleónica. Pero el gris de sus muros y este planteamiento tradicionalista acaba convirtiéndose en un hándicap para una obra desigual en su propia concepción.

¿Qué puede pensar un espectador del 2020 desencantado de sus gobernantes? Mozart creía realmente en la benevolencia de su emperador cuando lo homenajeó en 1791? Son algunas de las preguntas que nos rondan por la cabeza siempre que nos enfrentamos a la Clemenza y que esta nueva producción liceísta evita formular.

Fotos: A. Bofill


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