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La cultura no és gratuïta

03-04-2020

Sota el títol de “Cultura o Barbarie”, gairebé 100 personalitats del món cultural signen una carta dirigida als reponsables polítics pertinents reivindicant que «la cultura no és un luxe, però tampoc és gratuïta». Arran de la situació generada per la pandèmia, músics com Benet Casablancas, Jordi Savall o els germans Tomàs del Quartet Casals s’han alçat per fer una crida a l’ajut del sector cultural davant la inacció del govern en una missiva que podeu llegir a continuació. En aquest enllaç hi trobareu també un llistat complet amb els Premis Nacionals que l’han signada. 
Hace unos días, un músico compartía una conversación mantenida con un conocido suyo, medico, cuando éste regresaba de una extenuante jornada de Trabajo en un hospital público, saturado por la emergencia sanitaria del COVID-19. El músico le decía: “No sabes cuánto admiro vuestro Trabajo: a diferencia de nosotros, vosotros salváis vides”, a lo que el medico respondió: “Sin embargo, yo sí que admiro y agradezco el vuestro: muchos no podríamos aguantar estos días si no fuese porque, al final de una jornada infernal, es vuestra música la que nos hace reconciliarnos con el mundo, la que nos devuelve la fe en el futuro y la que nos permite dormir y renovar fuerzas y energía para volver a enfrentarnos a esta locura”. Y es que, incluso en el terrible contexto de esta pandemia asesina, no podemos olvidar que la cultura, las artes y la imaginación humana no se reducen a un mero ejercicio ornamental de prescindible entretenimiento: son, y han sido siempre, herramientas esenciales para nuestra supervivencia. Para los confinados, los enfermos, los sanitarios, los transportistas, las fuerzas de seguridad, los trabajadores de todas aquellas industrias consideradas hoy esenciales, y para el conjunto de la ciudadanía, la cultura es el combustible que nos permite resistir anímicamente los embates del miedo, el agotamiento y la incertidumbre y, fundamentalmente, lo que nos permite soñar con un futuro mejor. 
 
Sin embargo, la reflexión que está totalmente ausente del tormentoso debate público de estos días es que si las artes llegan a la ciudadanía, lo hacen únicamente gracias al trabajo de multitud de personas con nombres, apellidos y familias a su cargo; profesionales que también sufren de manera evidente viendo cómo esta crisis sanitaria está desarmando día a día las endebles estructuras del sector que les da de comer. Un sector, el cultural, frágil y desprotegido, cuyos eslabones más débiles —sus pequeñas empresas sin asalariados y sus trabajadores intermitentes, sin salario fijo, sin contrato estable y huérfanos de un marco legal que contemple las especificidades de su actividad en los ámbitos laboral, tributario y de protección social— miran al futuro con una inseguridad aterradora, preguntándose cómo van a subsistir. 
 
Los profesionales del mundo de la cultura somos perfectamente conscientes del estado de emergencia sanitaria y social que esta pandemia está provocando en nuestra sociedad. Nunca hemos querido, ni mucho menos, que se antepongan las necesidades de nuestro sector a las de ningún otro, y no lo queremos ahora que tantos se juegan valientemente la vida por la salud de los demás. Hoy, más que nunca, lo primero es indiscutiblemente lo primero. Sin embargo, lo que sí es pertinente demandar es que la cultura y sus trabajadores no sean relegados a la anécdota política, degradando a la categoría de ornamental una actividad que es socioeconómicamente estructural y —estos días especialmente— humanamente imprescindible. Por ello, es fundamental que gobierno central, comunidades autónomas y ayuntamientos asuman sus responsabilidades, actúen coordinadamente y no se queden esperando a un “día después” (sic.) que nadie puede fechar para preocuparse por quienes hacen posible que, justo ahora, en momentos de tanta fragilidad, no caigamos en la desesperación, la depresión o la locura. Si eluden hoy la urgencia de esta tarea, cuando decidan despertar, para muchas familias, para muchos proyectos culturales y para muchas pequeñas empresas y trabajadores freelance del sector, será demasiado tarde. 
 
Hemos visto estos días a multitud de cargos políticos, cuya responsabilidad institucional es gestionar la sostenibilidad del universo cultural del país, aplaudir la generosidad de los artistas que comparten estos días su creatividad por las redes y en los balcones; hemos visto como, en sus redes sociales, recomiendan y se dejan recomendar libros, películas, exposiciones online, discos y series, e incluso les hemos leído y oído en diversos medios de comunicación alabar públicamente la importancia de la cultura en nuestras vidas. Eso está muy bien, sin duda, pero señoras y señores con responsabilidades políticas en el ámbito de la cultura: esa no es la tarea que les encomendamos los ciudadanos democráticamente. Su misión fundamental como servidores públicos, es garantizar que el tejido cultural no se gangrene como consecuencia de esta crisis sanitaria, tomando para ello medidas urgentes, inmediatas y dotadas de concreción presupuestaria. Las cerca de un millón de familias que en este país viven y comen directamente de las industrias culturales, más que sus aplausos, sus artículos de prensa, sus tweets y sus recomendaciones, lo que necesitan es que ustedes se pongan manos a la obra. Y, si bien es cierto que el Ministerio de Cultura ha comenzado a dar, tras semanas de preocupante inacción, las primeras señales de reconocer, con algunas medidas, que las industrias culturales de este país necesitan un tratamiento específico y una consideración en pie de igualdad con otros sectores productivos (representan un 3.2% del PIB, su aportación al VAB es del 3,4% y condicionan entre el 15%-20% de los movimientos turísticos), lo evidente es que muchos ayuntamientos y comunidades autónomas —que manejan un enorme porcentaje del presupuesto público para la cultura— permanecen prácticamente inactivos y que, verdaderamente, aún estamos a años luz de nuestros vecinos europeos. De hecho, la mayoría de los gobiernos de nuestro entorno han tomado ya decisiones de mucho mayor calado para atajar esta crisis, dotadas de partidas presupuestarias concretas. Portugal ha liberado ya un fondo para apoyar a los muchos trabajadores de la cultura que queden —como aún ocurrirá aquí, a pesar de las tímidas medidas recientemente anunciadas— fuera de las líneas de ayuda generales, Italia destinará más de 130 millones de euros a las artes escénicas y al audiovisual, Francia revisará todas las obligaciones tributarias y de seguridad social de los trabajadores intermitentes de la cultura y destinará un fondo inicial de 20 millones a ayudas para intermitentes del mundo del libro, las artes escénicas y la música, el Arts Council de Reino Unido destinará 160 millones de libras para paliar específicamente los efectos de la crisis en el sector y el Ministerio de Cultura de la República Federal de Alemania ha anunciado un paquete de 50.000 millones de euros —sí, lo han oído bien—, para apoyar al mundo de la cultura. La Ministra de Cultura alemana, Monika Grütters, ha dotado así de contenido real a sus declaraciones, en las que afirmaba que “una sociedad democrática necesita un paisaje cultural diverso” y que “los artistas no sólo son indispensables, sino vitales, en momentos como este”, anunciando, además, un presupuesto específico para alquileres de locales culturales y la exención total de los pagos a la seguridad social para artistas y creadores freelance
 
La cultura no es un lujo, pero tampoco es gratis. Como responsables de su gestión pública, ustedes no deben confundirse: trabajar para hacerla accesible y aplaudir la genuina generosidad de sus profesionales en el contexto actual no implica dar por supuesto que éstos viven del aire que desciende del Parnaso. Y algunas de las declaraciones públicas que ustedes han hecho recientemente contribuyen a crear un peligroso clima de opinión en el que se puede llegar a pensar que los artistas se autoabastecen de la belleza y del bienestar que contribuyen a crear. Nada más lejos de la realidad: las musas, si es que existen, no dan de comer y, sin embargo, las herramientas institucionales, legislativas, presupuestarias y tributarias que ustedes tienen a su disposición como gestores públicos sí pueden evitar la debacle de un sector en plena zozobra. España —representada democráticamente por sus instituciones— no puede quedarse impávida viendo cómo naufraga el futuro de aquellos que nos permiten emocionarnos y reencontrarnos con la verdadera esencia de nuestra humanidad, alimentando nuestra imaginación y nuestra capacidad de soñar. Como responsables institucionales del tejido cultural, escuchen y sigan las recomendaciones de los profesionales —que siempre estaremos a su entera disposición para contribuir generosa y constructivamente en la medida de nuestras posibilidades—, reúnanse con sus homólogos europeos, estudien la aplicación de sus propuestas, habiliten espacios de colaboración institucional entre los diferentes niveles de la administración y profundicen en su acción, tomando medidas más valientes, de auténtico calado estructural. Transformen las palabras en hechos. Las crisis hacen emerger a los verdaderos líderes y retratan a quienes decidieron esconderse ante la adversidad. Ejerzan pues su liderazgo en el ámbito cultural, que es, en democracia, el liderazgo que los ciudadanos les hemos encomendado, y no defrauden nuestra confianza e hipotequen el futuro de toda la ciudadanía. Porque una sociedad que no cuida su cultura, abandonando a su suerte a quienes la producen, es una sociedad abocada al oscuro abismo de la barbarie. Y la democracia no resistirá semejante cataclismo.  

Fotos: Jordi Savall i Benet Casablancas, ambdós signants de la carta.


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Loles Raventós García-Amorena
Loles Raventós García-Amorena
Redactora
@LolesRaventos