Coral

Concierto inaugural LIFE Victoria: ¡qué difícil es cantar 'lied'!

22-09-2017

¡Qué difícil es cantar “lied”! Y no lo decimos porque no haya habido suficiente nivel en el concierto inaugural del Festival LIFE Victoria. Vocalmente, ha sido un concierto muy satisfactorio, tanto en la primera parte como en la segunda… Pero la pregunta clave es: ¿nos ha conmovido?

El Festival LIFE Victoria aplica un formato peculiar a sus conciertos, con una especie de preludio para presentar (o apadrinar) nuevos talentos de la interpretación de la canción. El compromiso con los jóvenes es un valor muy importante que el festival está desarrollando de forma excelente. En este caso, actuaron la soprano Irene Mas y la mezzosoprano Helena Ressurreiçao, junto con la pianista Neus García, para interpretar Sechs Lieder Op.63 de Mendelssohn y tres piezas de Brahms.

Casi todos los lieder siguen una misma estructura: una primera parte descriptiva y, a continuación, una parte donde las pasiones y sentimientos amorosos afloran. Pero no por eso nos deberían parecer todos iguales, cosa que habría ocurrido si no hubiera sido gracias a la traducción de Manel Capdevila.

Inicialmente las dos voces han empezado muy bien empastadas, pero a medida que el programa avanzaba, se ha observado una mejor comunicación y dominio de la voz por parte de la soprano. Es cierto que Irene Mas intentaba expresarse mirando el público y que su voz sonaba con gran calidad… Pero faltaba, por parte de las dos, la expresión corporal. El texto y la música van cargados de sentimientos. ¿Dónde estaban las miradas? ¿Por qué no nos explicaban la canción con los ojos? Además, había una barrera física (el atril) que limitaba cualquier intento de movimiento. Si las cantantes hubieran dejado de estar fijas en el suelo, ¿tal vez se hubiera roto este frialdad comunicativa?

En la segunda parte del concierto, la soprano Elena Copons y el pianista Sholto Kynoch han presentado una selección de lieder de Schumann, Brahms, Grieg y Strauss. Aunque Elena cantaba sin atril, la impresión ha sido la misma que en la primera parte: exceso de estatismo y falta de comunicación corporal y visual. La cantante nos miraba, pero no nos lo explicaba. Daba la impresión de estar demasiado pendiente de los aspectos técnicos, hasta el punto de que no se lo pasaba bien. Había una considerable distancia con el público, como si estuviéramos escuchando una grabación en vez de un concierto en vivo.

Sin embargo, las cosas, afortunadamente, cambiaron. A partir de Grieg y Strauss, comenzó la magia. Vimos a Elena Copons más cómoda, más divertida, más íntima, con más sentimiento y comunicación.

Su mirada comenzó a conectar con el sentimiento. Vivimos momentos misteriosos, íntimos, y no siempre con gran volumen de voz. Es entonces, con esta simplicidad, cuando nos empezamos a entender. En cuanto la soprano dejó de escucharse la voz, la distancia con el público desapareció. Cantar bien no consiste en tener una bonita y potente voz, sino en emocionar y, al final, el objetivo se logró.

A diferencia de ella, el pianista Sholto Kynoch nos conmovió de principio a fin. Es espléndida su sensibilidad y acompañó perfectamente la soprano con mucho respeto y atención. Se mostró seguro y decidido en los momentos de mayor protagonismo, pero también al servicio de la voz cuando tenía que acompañar. Y lo más importante es que fue el músico de la noche que más disfrutó: desde el primer acorde, su actitud fue de tranquilidad, expresividad, dulzura y comunicación.

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