Cámara

Anton Serra: “El buen músico ha de ser un sinvergüenza”

22-10-2017

Anton Serra es el alma de la Asociación para el Fomento para la Música Clásica, entidad que organiza conciertos todos los martes del año en la Real Academia de Bellas Artes Sant Jordi. Sin grandes ayudas institucionales y sin un marketing grandilocuente, pero con muchas ganas de disfrutar de la música en pequeño formato, sus programas son verdaderas sorpresas por la calidad de los intérpretes y la valentía de las piezas de los repertorios.

Pero, además de su faceta como programador, Anton Serra es un músico con una larga trayectoria. Confiesa abiertamente que “ha trabajado con todo el mundo” y se declara abiertamente un “sinvergüenza”, condición que, entendida en el buen sentido de la palabra, considera imprescindible para un artista. Son las lecciones de toda una vida dedicada a la música.

Barcelona Clásica: ¿Cómo fueron tus inicios con la música?
Anton Serra
: Empecé tocando el piano en casa. Mis padres eran muy aficionados a la música. Se conocieron en el Palau de la Música y acudían a todas las funciones del Liceu. Cuando se casaron, mi abuelo les ofreció que eligieran como regalo entre una nevera y un piano, y quisieron el piano.

B.C. ¿Y con este piano estudiaste?
A.S
. Sí, y también mis hermanos. Una profesora venía a casa a darnos clase.

B.C. ¿Y cómo empezaste con la flauta?
A.S.
Mi hermana comenzó a tocar la flauta dulce. Yo lo vi y me gustó mucho lo de mover los dedos y soplar al mismo tiempo. Así que empecé a ir con ella a la orquesta de flautas de su escuela de música, solo para pasarlo bien. Tenía 14 años. Aquel año, por Reyes, ya pedí una flauta.

B.C. ¿Tenías ya claro que serías músico profesional?
A.S.
Yo creo que me terminó afirmando la vocación el interés por la música de los años 70 y, en especial, del rock progresivo, Ion Anderson, etc. A los 17 años, conocí a un grupo que hacía rock, pero sin cantante. Era más bien una música sin género. Ensayábamos a una fábrica de tinte y tocábamos lo que nos salía. Nos llamábamos Blat Brut. Ahora lo recuerdo como la época más creativa de mi vida.

B.C. ¿Y qué pasó?
A.S. El grupo terminó mal y nos separamos. Pero quedaron unas grabaciones. Recientemente, una discográfica, Wah Wah Records, se interesó y editó unos vinilos que se están vendiendo en varios países, con buenas críticas.
 
B.C. ¿Qué pasó después?
A.S.
Mientras tanto, yo estudiaba en el Liceo, pero no me interesaba nada. Pienso que todo lo que me enseñaban no me ha servido para nada. Fui a hacer el servicio militar y después me fui a estudiar a Friburgo, en Suiza. Allí es donde hice la carrera de verdad. Y cuando terminé, un amigo de Barcelona, que había decidido dedicarse exclusivamente a los conciertos, me dejó hacer sus clases. Así que tuve la suerte de poder volver a Barcelona con trabajo. Y desde entonces he trabajado tanto de profesor como de músico en ejercicio.

B.C. ¿Como solista o en conjuntos instrumentales?
A.S.
De las dos formas. He tocado con todos los músicos de aquí.

B.C. ¿Cómo te iniciaste en la organización de conciertos?
A.S.
Vi que la forma más rápida de tocar era organizar yo los conciertos. El primero fue un ciclo de música clásica los jueves en La Cova del Drac, el mítico local de jazz en la calle Tuset. Se decía: “La Cova se viste de clásico”. Cada semana preparaba un programa diferente, con músicos diversos, y yo tocaba a menudo.

B.C. ¿Y después?
A.S.
La Cova del Drac cerró un tiempo y yo no seguí. Entonces empecé otro ciclo al aire libre, que se llamaba: “Clásica en los Parques”. Hacíamos conciertos en lugares preciosos, como la Sala Hipóstila del ParcGüell, L'Hivernacle, Can Altimira … Fue un éxito: llegamos a hacer 60 conciertos en dos meses, con una media de 150 personas por concierto.

B.C. ¿Parecido a lo que ahora organiza Parcs i Jardins en verano?
A.S.
A mí no me gusta lo que se hace ahora. Yo lo organizaba con músicos profesionales, y ahora sólo se dedican a potenciar alumnos, algo que es muy peligroso porque a los estudiantes les venden un panorama que no es cierto. Con esta política, cuando terminen la carrera, no tendrán trabajo. Además, son conciertos gratuitos y lo que deberíamos defender es un modelo de conciertos que se pague con las entradas. Si siempre tenemos que estar pendientes de la subvención, vamos mal.

B.C. ¿Cómo nació el ciclo “Clásica en la Real Academia”?
A.S.
Empecé organizando uno que se llamaba “Música en los Palacios”, en edificios singulares como el MNAC, el Palau Moià o el Ateneu, y un día conocí la sala de la Real Academia. ¡Me gustó mucho! Pensé que allí se podían hacer conciertos todas las semanas. En el año 2012 comenzó el primer ciclo. Ahora llevamos ya más de 200 conciertos, con un éxito de público notable, alrededor de unas 30 personas por concierto, aunque pueden llegar a ser más de un centenar.

B.C. En todo este tiempo habrás visto muchas diferencias en la forma de trabajar de los músicos. ¿Qué es lo que les hace destacar?
A.S.
La clave para conectar con el público es la actitud. Miles Davis decía que las notas son sólo el 20% de la música y, literalmente, “la actitud del cabronazo que está tocando es el 80%”. Hay que ser un actor cuando se toca ante el público y eso implica muchas cosas: la mirada, la postura, la forma de hacer sonar el instrumento … Hay que tener picardía y ser un sinvergüenza. Cuando estudiaba en Suiza, me iba a tocar por las calles el fin de semana y allí es donde aprendí a comunicarme con el público.

B.C. ¿Utilizar nombres y repertorios conocidos es la única forma de asegurar el éxito de público?
A.S.
Yo intento ser audaz y no sólo programo cosas conocidas, sino también otras cosas, como música contemporánea. Muchas veces el público responde al riesgo más positivamente de lo que pensamos.

B.C. ¿Es un buen momento para la música de cámara?
A.S.
Hay pocos que se dediquen a la música de cámara. Muchos son estudiantes, lo que hace que este tipo de música tenga una imagen nefasta, ya que el resultado es aburrido y no tiene demasiada calidad. Para los músicos profesionales de orquesta, un concierto de cámara no deja de ser un “bolo” más. Además, no tiene nada que ver tocar en el anonimato de una orquesta que en un grupo de cámara. Lo ideal sería grupos que sólo hicieran eso. Cuando se ha conseguido, como hemos visto con el Cuarteto Casals, el resultado es muy bueno.

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