Opinión

El sonido del piano según Grigory Sokolov

10-03-2019

El día 6 de marzo el Palau de la Música Catalana recibía el pianista ruso Grigory Sokolov, una de las grandes figuras que encabezan la programación del Barcelona Obertura Spring Festival. El recital para piano solo fue el primero que se ofreció en el marco de la programación del Festival, que tendrá cabida en las grandes salas de conciertos de la ciudad pero también en numerosos centros cívicos y espacios de la ciudad.

La sala grande del Palau de la Música se llenó hasta la bandera para recibir el conocido pianista ruso Grigory Sokolov, un personaje que arrastra un público fiel allá donde va y que tiene el éxito asegurado. Huelga decir que la técnica de Sokolov es casi inmejorable y que su larguísima carrera artística lo ha llevado a cultivar un estilo del todo propio. El programa que ofreció, protagonizado por Beethoven y Brahms, no destacaba por su originalidad, pero si por la técnica casi perfecta del intérprete archiconocido.
El recital comenzó con la sala medio iluminada y un escenario nublado por la oscuridad, creando de esta manera un ambiente íntimo y camerístico que rara vez suele conseguirse en el Palau; en medio de esta sala sombría sonaron las primeras notas de la Sonata n.3 en Do mayor, op. 2 de Ludwig van Beethoven.
 
El inicio de la sonata de Beethoven fue especialmente contenido pero sin dejar de lado el carácter de la pieza. El tema del primer movimiento – Allegro con brio – se fue desplegando de maneras muy interesantes; Sokolov fue jugando con la armonía, con el timbre y el sonido que iba extrayendo del instrumento y de esta manera nos ofreció una sonata especialmente armoniosa, con un ritmo estirado y largueros que se fue transformando a lo largo de la pieza hasta transformarla en algo casi jazzístico.
 
Las Once bagatelas, op. 119 aportaron un tono juguetón a la velada, que hasta entonces había sido sumergida en una especie de suntuosidad clásica. Las bagatelas se fueron sucediendo rápidamente, sin prisa pero sin pausa, creando una auca sonora en la que los diferentes juegos musicales se fueron desplegando a oídos del público barcelonés.
 
La segunda parte del concierto, dedicada a Johannes Brahms, empezó con las Seis piezas para piano, op. 118. Para aquellas personas que podríamos llamar brahmianas, la jugosidad del recital llegaba entonces, con una interpretación otra vez muy sokoloviana de las piezas juguetonas y al mismo tiempo intimistas de Brahms. Los intermezzi de Brahms se fueron desplegando y una vez empezó a sonar la Romanze, la sala quedó sumergida en una nebulosa mística y ciertamente mágica que rápidamente quedó interrumpida por el último intermezzo, que preparó el terreno para la última pieza del programa.
 
Las Cuatro piezas para piano, op. 119 de Brahms empezaron a sonar, y el espíritu brahmiano de aquellas personas que se puedan dar por aludidas quedó saciado con la magnífica interpretación que Sokolov hizo del primer Intermezzo. Adagio; Sokolov aportó una modernidad muy interesante, aportando un dramatismo y una pasión que hasta entonces habían sido contenidas durante la velada. Con todo, el intérprete no dejó de lado el trabajo absoluto de las dinámicas y la armonía, que dirigieron todo el concierto. La última pieza de la velada acabó de construir una sonoridad casi museística, tocada por el corazón pero no del todo.
 
Como es tradición, el intérprete ruso ofreció una tercera parte del concierto fuera de programa, parte en que se lució con las numerosas propinas musicales. El público barcelonés aguantó bastante bien la compostura, aunque después del cuarto bis y viendo que Sokolov volvía a sentarse en la banqueta, la platea ya había perdido la mitad de su capacidad.

Fotos: Grigory Sokolov

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