Critica

Primavera musical en Barcelona

12-03-2019

El nuevo y flamante Spring Festival ha llevado a Barcelona algunas de las figuras más rutilantes del panorama internacional que han ofrecido, y ofrecerán los días próximos, conciertos muy atractivos que posicionan Barcelona en el mapa musical internacional, como los de Matthias Goerne y Leif Ove Andsnes el Palau de la Música, el Hamlet con Carlos Álvarez y Diana Damrau en el Liceu o la próxima y esperada visita de Valery Gergiev y Daniil Trifonov el Palau y el auditorio. Pero probablemente, la que dejará una huella más profunda, más allá del lujo de la visita de estos grandes músicos, es la colaboración de un director como Kent Nagano con la OBC.

Es una evidencia que la presencia de un gran director mejora las prestaciones de una orquesta, no sólo el día del concierto sino también en el devenir de la formación. Es una carencia endémica de Barcelona y sus orquestas principales no apostar más por esta línea en lugar de la de contratar grandes solistas que vienen, tocan y se van. Es evidente que atraer batutas de primer nivel no es fácil, ya que, en caso de que acepten venir, piden cachés elevados y, sobre todo, unas condiciones de trabajo difíciles de asumir. Pero como se ha demostrado con la visita de Nagano, el esfuerzo vale la pena.

Nagano es un director con una trayectoria peculiar que, tras unos inicios prometedores y con un importante apoyo mediático, ha elegido trabajar de manera continuada con formaciones como la Sinfónica de Montreal o la Orquesta de Hamburgo que, si bien no están en el top de las orquestas mundiales, tienen un nivel óptimo y le permiten desarrollar una labor estable y rigurosa en un contexto tranquilo y alejado de presiones mediáticas. Sus mejores prestaciones como director siempre se han dado en el repertorio de finales del XIX y principios del siglo XX, así como en la creación contemporánea, más que en el repertorio clásico o romántico. Por su concierto en Barcelona ha elegido obras muy representativas de dos compositores que domina especialmente como Jeux, de Claude Debussy y La consagración de la primavera, de Stravinski, probablemente su compositor fetiche. Dos obras absolutamente coetáneas y escritas por los Ballets Rusos de Diaghilev en 1913 que, en el programa de la OBC, contrastaban con el Concierto para piano núm. 2 de Saint Saëns, conocido como Egipcio, con la colaboración en el teclado de Jean-Yves Thibaudet.

Jeux es un ballet corto y fascinante del Debussy más experimental, que muestra en esta obra una creatividad e inventiva desbordante en todos los aspectos, tanto en lo referente al tratamiento rítmico como la orquestación, la capacidad melódica y el desarrollo armónico. Nagano trató de mostrar el complejo entramado orquestal de la obra con un tratamiento analítico, más cercano al Debussy de un Pierre Boulez que a lecturas más decadentistas, pero nunca falto de poesía y lirismo. Quizás a la orquesta le faltó, en algunos momentos, un punto de transparencia en el sonido, tan necesaria en el universo del compositor francés, pero se mostró motivada y atenta a las indicaciones del maestro en una obra sumamente compleja y delicada .

El Concierto para piano núm. 5 de Saint-Saëns ya se había escuchado a L’Auditori, pero en esta ocasión ha supuesto todo un descubrimiento gracias al delicado discurso de Jean-Yves Thibaudet así como al trabajo orquestal. Como en el caso de otros conciertos para piano, a menudo el discurso orquestal se limita, quizás por falta de ensayos o por falta de interés, a un simple acompañamiento. No fue éste el caso, ya que Nagano extrajo de la OBC una rotundidad en el sonido y una atención a los detalles remarcable. Obra vinculada al orientalismo que describió Edward Said, con lo que ello conlleva de superficialidad conceptual, contiene, sin embargo, una brillante inventiva melódica y un interesante diálogo entre solista y orquesta. Un diálogo entre Thibaudet y Nagano que, en este caso, fue muy productivo, ofreciendo una versión elegante y expresiva. Thibaudet, sin tener un sonido muy expansivo, fraseó con delicadeza, con una pulsación y articulación ideales, perfectamente identificado con el estilo y el perfume de la obra, muy compenetrado con la orquesta, y culminó su participación con una pieza de Mompou como propina. Todo un detalle.

Pero el plato fuerte, el que todo el mundo esperaba, era La consagración de la primavera de la segunda parte. Una obra clave para entender la evolución musical del siglo XX y, cosa no muy habitual, atractiva para todos los públicos. Aquí, Nagano, ha puesto de manifiesto que es un director de primer nivel y que conoce cada rincón de esta obra maestra. Con un gesto de una sencillez y claridad inusual impulsó una OBC que dio lo mejor de ella misma, demostrando que, en manos de una batuta de este nivel, puede llegar a cotas inimaginables. Los metales estuvieron espléndidos en una obra que exige el máximo, la percusión se mostró absolutamente impecable y sumamente expresiva, las maderas flexibles y eficientes a pesar de alguna dificultad en el solo inicial y con respecto a la cuerda, aunque una sección de violines esforzada pero a la que le falta un punto de músculo y rotundidad, hay que decir que estuvo a la altura del reto. La lectura de Nagano fue alejada de preceptos romantizantes pero sin renunciar nunca al lirismo, a un discurso fluido y contundente, con una graduación de dinámicas ideal y un sentido rítmico irresistible.

Después de disfrutar de este espléndido concierto una petición impone a los responsables artísticos de los equipamientos barceloneses. Por favor, apuesten por directores que aporten la motivación, la exigencia y el nivel para hacer mejorar los conjuntos orquestales de la ciudad. Es una inversión segura y necesaria.

Foto: Kent Nagano, Jean-Yves Thibaudet

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