Foro Barcelona Clásica

Música y palabra: conclusiones

22-12-2019

Este miércoles, el Club Wagner acogió una vez más el Foro Barcelona Clásica, tratando un tema que a menudo pasa desapercibido: la relación entre la música y la palabra. Junto con Aina Vega como moderadora, contamos con Elsa Álvarez, Sara Blanch, Francisco Poyato y Marta Rodrigo para entender cuáles son los orígenes de esta relación y cómo se condicionan mutuamente.

La música, ya desde sus orígenes, ha estado siempre ligada a la palabra. Su relación, sin embargo, ha ido cambiando a lo largo de la historia dependiendo de muchos factores. Para entenderlo, este miércoles contamos con las opiniones, el conocimiento y las experiencias de la crítica musical Elsa Álvarez, la soprano Sara Blanch, el repartorista Francisco Poyato y la también cantante Marta Rodrigo, especializada en oratorio. Junto con Aina Vega como moderadora, contamos también con un público con ganas de participar y expresarse.

Las primeras referencias de música y palabra como un todo las encontramos en el antiguo Egipto y en la Grecia clásica, donde Adorno sitúa sus orígenes en el “gesto y el lamento”, donde el lenguaje tomaba gran protagonismo en los cantos de guerra y de amor. Ya en la Edad Media, el cantar de gesta es sustituido por el indiscutible protagonismo de la Iglesia con el paso de la monodia a la polifonía y la integración de ésta con los textos sacros, convirtiendo la música en una forma de oración. Sin embargo, el género que elevó a la máxima expresión esta unión fue la ópera. En el Barroco se dan las condiciones necesarias para el nacimiento de este género, que acabará por sintetizar todas las artes bajo una misma batuta y que perdurará en primera línea hasta nuestros días, junto con el lied. Ya después del Romanticismo, la ópera wagneriana unirá aún más la música y la palabra, haciendo que el conjunto armónico-melódico resulte casi tan narrativo como la propia palabra.

La relación entre ambas no dejó de sorprender al filósofo alemán Friedrich Nietzsche, que argumentaba el vínculo entre música y palabra como equilibrio de la sociedad (concretamente la ateniense) por su función social reguladora a partir de una catarsis o purificación. Aun así, los argumentos que se expusieron durante el foro no pasaron sólo por el discurso filosófico sino también por el científico y social. Francisco Poyato argumentó que la letra es de gran importancia, ya que no sólo se limita a un conjunto de sonidos sino que contiene una carga significativa que, acompañada de la música, se acentúa aún más. Por lo menos, debido a la diversidad lingüística muchas veces no podemos apreciar todo el peso emocional que el compositor ha depositado en su obra, por lo que es responsabilidad del músico conocer y entender la letra para hacer llegar al público esta sensibilidad extrema mezclada con las inquietudes propias, haciendo de la música un lenguaje universal.

De este modo, podemos afirmar que la palabra da una razón de ser, es decir, un impulso a la música que, al mismo tiempo, hace que la primera llegue con más fuerza a quien la escucha. Por lo menos no se trata tan sólo de una relación dual, sino que intervienen otros aspectos como el vínculo con la imagen (representaciones escénicas en una ópera o las bandas sonoras en películas). Vivimos en una sociedad cada vez más visual, donde nuevas propuestas escénicas para una ópera romántica buscan impactar a un público que busca una experiencia más allá del libreto. Es aquí donde Elsa Álvarez propone una cuestión: una ópera sin escenificar podría tener tanto éxito? La soprano Sara Blanch, desde su experiencia, argumenta que una ópera es un conjunto total que engloba todos sus aspectos y que cada uno de estos se complementa con los demás, entrelazándose para ofrecer una apuesta donde se sintetizan todas las artes en una. Eliminar la escenografía podría implicar que no comprendiéramos su acción narrativa, es decir, las emociones y el desarrollo de los personajes, haciendo que no sean percibidos como “reales” para el público.

Por su parte, Marta Rodrigo argumenta desde el punto de vista histórico como la música se ha acercado a la población también por la palabra. La Reforma de Martin Lutero acerca el texto litúrgico a la sociedad mediante la música, considerada el arte por excelencia del protestantismo, como un don de Dios por su naturaleza intangible. Y es que en el cerebro humano, de acuerdo con la psiquiatría moderna, la música impacta en la parte emocional, que se contrapone con la parte racional que acoge el lenguaje, por lo que la música vocal, en realidad, acaba llegando a ambas partes provocando una reacción única a quien la escucha, lo que la convertía en ese don para los fieles.

La ópera no es ni mucho menos el único género que impulsa la relación entre música y palabra a partir de sus arias y recitativos. El lied requiere de un esfuerzo emocional por parte del músico, incluso más que en la ópera, ya que una sensación de desnudez y la cuestión imaginativa que rodea este género (añadiendo que no está pensado para ser interpretado en un escenario con público), hace que se establezca una conexión emocional que también varía según la lengua de la obra. Con esto nos referimos a la forma en que interpretamos una canción popular catalana, de la que conocemos su historia, lengua y significado, a cómo interpretamos un lied de Schubert; la conexión emocional del oyente será mayor con aquella obra de la que conozca la lengua, que aporta al mismo tiempo la calidez de lo que es propio. Al menos, cuando hablamos de música vocal queremos hacer referencia a un significado, a una intención. Es por ello que, según las cantantes Marta Rodrigo y Sara Blanch, la afinación u otros aspectos técnicos pierden importancia ante la necesidad de comunicarse con el público. Si el intérprete no se emociona, el público tampoco lo hará.

Con todo, llegamos a la conclusión de que la música y la palabra, en realidad, son hermanas. Una se complementa con la otra y juntas, provocan una reacción única al espectador. Se trata de una relación larga y con mucha historia que ha demostrado con su naturaleza intangible la capacidad de llegar y emocionar, de transmitir y compartir un lenguaje común y universal que no entiende de lenguas ni nacionalidades.

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