L’Auditori presenta, el próximo 16 de mayo, una de las últimas sensaciones del violín, el joven virtuoso norteamericano Chad Hoopes, con un repertorio muy francés: Debussy, Ysaÿe, Ravel y Saint-Saëns. El Trio Arriaga, un referente nacional de la música de cámara, con el prestigio internacional de Daniel Ligorio, Juan Luís Gallego y David Apellániz, interpretará, el 30 de mayo, dos magistrales tríos rusos de Tchaikovsky y Shostakovich, respectivamente. Ambos conciertos se enmarcan en el ciclo de Cámara de L’Auditori.
Claude Debussy (1862-1918), el padre del impresionismo musical, con sus juegos de atmósferas y colores, escribió en 1917 la Sonata para violín y para piano en Sol menor, L.140, su última obra. Se presentaba como la tercera parte de un ciclo de seis sonatas que había proyectado, tras la Sonata para violonchelo L.135 y la Sonata para flauta, viola y arpa L.137. Se trata de una pieza notable por su brevedad, con unos 14 minutos de duración, que se estrenó el 5 de mayo de 1917, en la que fue la última interpretación pública del compositor, con Gaston Poulet al violín. Consta de tres movimientos: 1) Allegro vivo, 2) Intermède. Fantasque et Léger y 3) Finale. Très animé. La música de Debussy está presente, en cierto modo, a la “Ballade”, la Sonata para violín solo núm. 3 en re menor de Eugéne Ysaÿe (1.858-1.931), la pieza más conocida del compositor y mítico violinista belga, que escribió seis sonatas dedicadas a los seis grandes violinistas europeos de su tiempo, cada uno con su sello personal y nacional. La número 3, la más breve y la más conocida, fue un homenaje al violinista y profesor rumano establecido en París George Enescu (1881-1955) y a su fascinante estilo de ejecución. Consta de un solo movimiento, que alude a la estructura de las sonatas de Chopin y, con su sucesión de complejas exploraciones polifónicas y digresiones, además de los ecos de Debussy, encontramos de Bach y de la música tradicional gitana, lo que exige un absoluto dominio técnico del instrumento, que hay que llevar a los límites de su expresividad. Su único movimiento contiene dos secciones, Lento molto sostenuto y Allegro in tempo giusto y con bravura, y por su complejidad y dificultad técnica forma parte del gran repertorio del virtuosismo del violín. Fue precisamente George Enescu el solista que acompañó al piano de Maurice Ravel (1875-1937) en el estreno de la Sonata para violín y piano núm. 2 en Sol mayor, m.77, que el compositor vasco-francés había escrito entre 1923 y 1927 y presentaba en París el 30 de mayo de 1927. La larga gestación de la pieza fue el reflejo de la voluntad esencialista de Ravel, que quería depurar su música de elementos superfluos, en un proceso paralelo al que Wittgenstein hacía con el lenguaje oral. Consta de tres movimientos, el segundo de los cuales, Blues, refleja la modernidad del compositor, con su gusto por la música norteamericana. De hecho, en 1928, en el transcurso de su viaje a Estados Unidos, donde visitó los clubes nocturnos de Nueva York, rechazó la solicitud de Georges Gershwin de recibir sus clases para no adulterar la espontaneidad y creatividad del artista judeoamericano. En cuanto al tercer movimiento, requiere una ejecución virtuosista del violín, que se eleva por encima del contrapunto pianístico. La primera de las dos sonatas para violín y piano que escribió Camille Saint-Saëns, la Sonata para violín y piano núm. 1 en Re menor, op. 75, fecha del otoño de 1885 y se inspira en la Sonata a Kreutzer de Beethoven, que provocaría la obra homónima de Tolstoi. Por su parte, la obra de Saint-Saëns también tiene su correlato literario Marcel Proust, en la Sonata Vinteuil que aparece misteriosamente en Por el camino de Swann. Consta de 4 movimientos: el primero, Allegro agitato, en forma de sonata, tiene un apasionado diálogo contrapuntístico entre violín y piano; el segundo, Adagio, muestra el diálogo entre instrumentos en un estilo más relajado, lleno de gracia; el tercer movimiento, Allegro moderato, es una especie de scherzo con una provisión de motivos de una claridad extrema y de una tal dificultad de ejecución que el propio Saint-Saëns la consideraría una “hippogriffsonata”, porque sólo una criatura mitológica podría interpretar la parte del violín, de manera que desde principios del siglo XX forma parte del gran repertorio de violinistas y pianistas.