Dentro del ciclo de este año de El Primer Palau “Descubriendo jóvenes talentos” tendremos la oportunidad de disfrutar, el lunes 22 de octubre, de otro doble concierto. Por un lado, el violinista Bernat Prat nos ofrecerá la Partita para violín BWV 1004 de Johann Sebastian Bach, y de otra, Adrián Díaz Martínez nos ofrecerá varias obras para trompa -de Jane Vignery, Richard Strauss y York Bowen- acompañado de la pianista Ikuko Odai. Un concierto con dos partes bien contrastadas y con el permanente interés de descubrir estos jóvenes intérpretes con música de calidad.
El encanto evidente de la Partita número 2 en Re menor BWV 1004 de Bach reside fundamentalmente en la capacidad de transmitir los diferentes estados de ánimo asociados a los cinco tipos de movimientos que la componen: Allemande, Corrente, Sarabanda, Giga y Ciaccona. La desproporción en la duración del último movimiento, de unos quince minutos, en comparación a la de los otros movimientos, todos ellos de menos de 5 minutos en un segundo movimiento que no llega a los tres, hace que esta Ciaconna sea habitualmente el único movimiento del que se hable de esta obra, pero sería injusto no prestar atención en la brillante presentación del violín en la Allemande, que nos dice mucho del carácter del intérprete: su ternura, su dramatismo y su lirismo nos permiten adentrarnos en el particular mundo espiritual de la música de Bach. El segundo movimiento, el más corto, es una danza alegre de apariencia sencilla, aunque dominada por una alternancia en el fraseo que bien podría ser interpretada como una canción con dos protagonistas. La Sarabanda constituye el descanso de la danza anterior, un punto de reflexión y paz espiritual, que da paso a la amable Giga, un juego musical con el que es difícil evitar el querer bailar. Los cuatro movimientos están representados en el quinto, que repite algunos del tiempos sugeridos en los anteriores con una exposición en variaciones. Se trata del movimiento de mayor duración escrito por Bach en sus partitas y sonatas, y también del más difícil de interpretar con una alta exigencia técnica, que hace que a menudo termine formando parte de los exámenes de los estudios de violín en todo el mundo. Prolíficamente arreglado para diferentes instrumentos -incluso para orquesta- a lo largo del tiempo, su ejecución aislada quizás deja coja la belleza de la obra entera tal como la concibió el genial compositor de Eisenach.